A 48 años del último golpe militar y el genocidio cometido en Argentina, aquello que una parte de la sociedad pensó saldado se vuelve a discutir: si fue terrorismo de Estado o si fue una guerra, si las acciones guerrilleras pueden igualarse al accionar del Estado, si fueron 30 mil o no, incluso quiénes revisten la condición de víctimas. La historia funciona como un péndulo dirá Natalia García en diálogo con El Ciudadano, y habrá que volver a hacer las preguntas y volver a responder las veces que sea necesario.
La docente e investigadora de la Facultad de Humanidades y Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) analiza cómo fueron las políticas de memoria de los últimos 20 años, sus aciertos, errores, los costos de dejar de lado ciertas conversaciones y, sobre todo, cómo llegamos hasta acá: con un gobierno nacional elegido por el 56 por ciento de los votos, que a veces niega y otras reivindica el accionar de la dictadura.
«Se instaló muy fuerte esto de enseñar para no repetir. Y es imposible»
García también es doctora en Ciencias de la Educación y realiza visitas guiadas a La Vigil. La entrevista tiene como disparador un murmullo, una descarga, que resonó en redes sociales los días previos y posteriores al triunfo de Javier Milei en noviembre de 2023. Se puede resumir así: “Hay que sumar más horas de historia en la escuela”. Ante el desconcierto o angustia que provocó ese triunfo en una parte de la sociedad, muchas personas pronunciaron escandalizadas frases como esas. En ese momento, García, que se especializa en estudiar el pasado reciente, escuchó, desacordó y respondió.
Hoy plantea: “Hay algo con lo que nunca estuve de acuerdo y es que desde 2006, en torno a los 30 años del golpe, se instaló muy fuerte un precepto y una prescripción, y quienes estamos en educación si algo sabemos es que no conviene hacer prescripciones porque luego llegan las proscripciones. Se instaló muy fuerte esto de enseñar para no repetir. Y es imposible. Ahí andan ahora los docentes sintiéndose culpables o que fracasaron”.
A García le sorprende que haya una idea de linealidad en torno a la enseñanza. Sobre los contenidos relacionados a la dictadura, piensa: “Una cosa es darlo en un contexto favorable económicamente y otra cosa es insistir en una agenda muy pequeña en un contexto económico desfavorable para las mayorías. Por supuesto que esos discursos de la memoria no van a calar igual. ¿Cómo le vas a pedir a la escuela que asegure el Nunca Más? No existe eso”.
Lo que se pueda hacer desde las aulas, en todo caso, es “abrigar la esperanza profunda y trabajar fuerte para instalar en el otro el deseo del Nunca Más que no es lo mismo que garantizar el Nunca Más”.
Por un lado, considera que las políticas de memoria, verdad y justicia sobre la última dictadura que se iniciaron hace 20 años provocaron una enorme cantidad de producción de conocimiento y de materiales educativos, por lo que los docentes tuvieron dónde acudir para consultar sobre contenidos y formas. También destaca que hubo una gran renovación generacional (empezó a haber investigadores que no estaban atravesados en primera persona por esa historia) y “hubo una continuidad muy interesante y provista por el Estado, que a diferencia de otros periodos de la historia de la educación no se desentendió de con qué fuentes o qué materiales llevaba al aula”.
“Eso que parecía que nos incumbía a todos empieza a ser un tema de ese gobierno, sobre la dictadura lo llegó a decir un periodista me tienen re podrido con la dictadura»
Pero a la vez detecta un problema: “Estuvo la producción de conocimiento pero con ese mensaje que aplasta, que prescribe y que desfonda, termina desfondando por el peso que tiene. Es una imposibilidad de hecho, no podemos pedirle a la escuela que no pase nunca más ninguna cosa porque eso aplica para la violencia de género y para todos los nuevos derechos. Con un enorme esfuerzo podés lograr anidar en las próximas generaciones el deseo del Nunca Más. Es suficiente y es muchísimo. No lo ha logrado Alemania con el holocausto, es como pedirle a los padres que aseguren que su hijo va a ser un hombre de bien toda la vida”.
Para García cuando “se deterioran las condiciones de vida, eso que no hacía ruido empieza a hacer mucho ruido y se percibe que quedan pegadas políticas de Estado a políticas de gobierno y la Memoria quedó pegada a una política de gobierno”.
“Eso que parecía que nos incumbía a todos empieza a ser un tema de ese gobierno, sobre la dictadura lo llegó a decir un periodista me tienen re podrido con la dictadura. Y lo dijo porque lo podía decir, porque mucha gente estaba re podrida de la dictadura. Entonces lo plantean como es un tema de ustedes, parcializado, de una agenda partidaria del gobierno y no como un asunto de Estado”, desarrolla.
Todo esto “ayudó a erosionar un pacto que creíamos alcanzado”, por lo que sostiene: “Si en algún momento nos preguntábamos cómo fue posible la dictadura, hoy nos estamos preguntando ¿cómo es posible que no tengamos un consenso sobre la dictadura? O que no fuera tan cierto el consenso del Nunca Más o al menos el del terrorismo de Estado”.
«¿Por qué lo dimos por sentado?», a lo largo de la historia, en ningún tema ha habido consenso, subraya la investigadora, ¿por qué creer que con este tema sí?: “Es difícil identificar en qué curva del camino se perdió ese consenso, puede responder a múltiples factores”.
Colaboracionismo civil
A veces, plantea García, el propio alumno plantea no ser “sujeto de derechos de los más básicos” entonces hay algo que cruje, al punto de que “uno tiene que revisar al menos un orden de prioridades, no se trata de poner en cuestión un derecho como tal sino ponerlos en un contexto como todos los derechos”.
«El discurso penetró al punto tal de a veces no poder distinguir si hablaba alguien de la junta militar o un ciudadano común»
Puntualiza otro aspecto a revisar de aquí en adelante: “Creo que insistimos mucho en la visión del Estado en dictadura y no de la sociedad en dictadura. Cuando me puse a investigar las sociedades en períodos autoritarios o ya en contextos genocidas, me llevé muchas sorpresas”.
La docente de la UNR ha trabajado con documentos de instituciones, como La Vigil, y también con archivos del servicio de inteligencia. Da un ejemplo: una carta de un padre donde denuncia a un docente “por subversivo”, ¿por qué escribió esa carta? se pregunta García “y al indagar más ves que eso terminó con la desaparición de un docente”.
“Encontré todo tipo de motivaciones, de las altruistas como lo hago por la patria porque hay que sacar a la subversión y al marxismo internacional de este país y las fuerzas armadas nos vienen a liberar de este mal internacional. El discurso penetró al punto tal de a veces no poder distinguir si hablaba alguien de la junta militar o un ciudadano común, porque hubo una apropiación de términos, sobre todo los patológicos, eso de que hay que extirpar el cáncer de la sociedad. Finalmente también aparecían unas razones absolutamente banales, no me gusta tu cara, me quiero quedar con tu cargo, reyertas individuales, esa forma de asentar una sospecha sobre otros”.
Por eso le parece crucial contar cómo se comportan las sociedades: “Si pudiéramos mostrarle al otro cómo los regímenes saben activar sobre la subjetividad los aspectos más oscuros y ponerlos en función de lo que buscan… Mostrar cómo nos trabaja el olvido, como nos trabajan el individualismo a ultranza, mostrar cómo funcionó la complicidad civil y el colaboracionismo”.
“Hay que dejar hablar todas las memorias. Hay una disputa de sentidos»
“Es importante que podamos ver cómo fuimos trabajados y nos dejamos trabajar por el poder y qué peligroso es cuando ese poder es autoritario, cuando no respeta el juego de la democracia, cuando coarta la libertad de expresión. Y ya no me refiero necesariamente en dictadura, sentirse perseguido y ser perseguido y sentirse amenazado y ser amenazado. Un gobierno puede llevar adelante esas acciones. Si enseñáramos más sobre nuestros comportamientos y conductas sociales y no solo el rol criminal en este caso del Estado siento que estaríamos más preparados para estos juegos, a veces maquiavélicos”.
Hay muchas cuestiones que son trasladables al presente, hay continuidades subraya García: “El subversivo del 76 es la chusma ultramarina de principio de siglo, el anarquista, o el negrito que metía las patas en la fuente en la plaza de mayo de la década del 40 o el pibe con gorra de los barrios marginales de hoy. Esa subjetividad está ahí todo el tiempo, es ese otro o esa diferencia que la sociedad no soporta y no tramita bien. Y si no sabe convivir en sociedad cuando aparecen gobiernos complicados somos trabajados a un punto casi de automatismo y nos podemos prestar a situaciones límites como es la desaparición forzada de personas”.
Temas escabrosos
Hay un tema menos abordado —de forma pública— desde las políticas de memoria del Estado y también desde los organismos de derechos humanos: las acciones armadas de los grupos guerrilleros. Hubo, quizás, un hueco, un espacio menos explorado, que la vicepresidenta Victoria Villarruel tomó y expandió para justificar los crímenes que cometió el Estado durante la última dictadura.
“Creo que hubo en cierto momento muy temprano como una autocrítica porque salió un comunicado pero hubo gente que nunca la vio. Eso lo escucharon pocos porque se dijo una sola vez y es una pregunta se va a tener que repetir y se va a tener que volver a contestar. En algún momento se dejó de hacerlo porque estábamos todos muy cómodos con la corrección política de la política de la memoria. Porque siempre el pasado es una disputa de sentidos”, reflexiona.
Memoria completa, no son 30 mil, fue una guerra, son expresiones que se hicieron cada vez más frecuentes en la arena pública. García recuerda una forma provocadora que tenía de abordarlo en un taller que dio tiempo atrás: “Hay que dejar hablar todas las memorias. Hay una disputa de sentidos. A veces me he sentido censurada en esa cuestión pero soy una firme convencida de dejar habitar todas las memorias, sobre todo para las generaciones nuevas”.
Trae a colación “un viejo dicho de Adriana Puiggrós”: “Dice que la paradoja de la paradoja de la enseñanza, donde la transmisión en este caso tiene que ver con una pedagogía de la memoria, es que el éxito de la educación reside en su fracaso: vos tuviste éxito cuando el que estaba delante tuyo te dijo lo que usted está diciendo no es así, ¿qué pasa si lo está diciendo tiene unos valores que nosotros cuestionamos?”
No hay recetas, pero García enumera algunas cuestiones a tener presentes en el aula: “Hay que hablar más de las condiciones de posibilidad, de las lógicas que nos recorren en el pasado y en el presente, de que hay más continuidades que rupturas. La información sigue siendo valiosa, la información científica y de rigor. El conocimiento ya está cargado de sensibilidad, no necesita que uno le suba un grado más de emocionalidad”. Correrse de la escena y dar lugar para lo que le pase a los estudiantes en el aula, a la par de asumirse como lugar de autoridad: ordenar ese campo simbólico. “Lo que vos pensás cuando estás en un aula no es lo importante. Hay que ser generoso con el saber, llevar al aula ese clima de lo que se esté hablando y ser un vehículo que cuente un tema determinado y ofrecer todas las herramientas posibles para el pensamiento crítico”.
«Pensamos que era la batalla ganada, que se había entendido que no es posible igualar la acción de grupos armados con la acción del Estado que es el último garante de la vida en sociedad»
Ahora, sostiene, hay otra idea que se impuso en los últimos años como “vinimos a cuestionarlo todo”, por ejemplo en el feminismo, o también los cuestionamientos a las producciones científicas y eso tuvo sus efectos en las aulas también. “El docente es el adulto y tiene que asumir un rol. Todo puede ser cuestionado pero yo tengo algo que decir acá, soy la docente y soy una autoridad. Porque eso está totalmente desfondado. Tenemos que asumirnos y todo el tiempo recordándonos esto, acusan de adoctrinamiento pero no es así y yo tengo una responsabilidad, voy a ordenar este campo simbólico”.
“Todo lo que ayude a contarnos cómo somos y de qué manera fuimos en el pasado y en el presente creo que es la forma más cercana a aproximarse a algún tipo de prevención si eso es posible. Prevención de no repetición”, sintetiza.
Cuando el Estado se criminaliza
García agrega la necesidad de poner en contexto la última dictadura, es necesario hablar también de las anteriores, de los pisos que permitieron el genocidio en Argentina. Los procesos de violencia política que tuvieron puntos álgidos como el bombardeo a la Plaza de Mayo en 1955 y que quizás en las aulas no se abordó lo suficiente. Contexto, contexto, contexto, responde García. Los derechos en contexto, las acciones armadas en contexto y también las dictaduras.
“Debemos entender las décadas anteriores al golpe, la cuestión aspiracional de esa generación, los errores, los aciertos, la soberbia, todo. El problema es cuando la propuesta del Estado es que se criminalice más, ahí tenés un terrorismo de Estado, después no preguntemos cómo llegamos hasta acá”.
Se refiere a la situación límite que está padeciendo Rosario en materia de seguridad, dice: “Hay una tremenda situación del narcotráfico. Por definición si un grupo ejerce una violencia social o hasta política, si un ciudadano mata a otro en este contexto, es por definición terrorismo. Me da mucho miedo coincidir con Patricia Bullrich en ese punto. Pero podríamos pensar que esos actos son terroristas, porque son contra la sociedad civil, todos somos blanco de esta situación. Eso es innegable y no afrontar ese problema es ser negacionista del problema. Ahora si la propuesta va a ser que el Estado se criminalice no preguntemos cómo llegamos a la situación que llegamos. Cuando aparecen esos cuestionamientos que intentan igualar roles y en esto es donde creo que pensamos que era la batalla ganada, que se había entendido que no es posible igualar la acción de grupos armados con la acción del Estado que es el último garante de la vida en sociedad”. En este diario se publicaron hace una semana las denuncias por torturas ejercidas por el Servicio Penitenciario en la cárcel de Piñero, con métodos iguales a los implementados por la última dictadura.
“Creímos que se había entendido y que la sociedad se había apropiado de eso, yo creo que sí ocurrió y luego se soltó porque otras cosas no empezaron a funcionar entonces esa agenda se puso en disputa”, concluye.