Por Claudio Tomas y Eduardo Spiaggi (Observatorio del Sur – UNR)
No hay otra universalidad que esta condición de estar caído en el suelo, aunque se trate del altiplano o la selva. De ahí el arraigo y, peor que eso, la necesidad de ese arraigo, porque, de lo contrario, no tiene sentido la vida. (Kusch, Rodolfo, Geocultura del Hombre Americano)
Concretada la “sugerencia” de renuncia presidencial por parte de la máxima autoridad militar, el golpe de Estado en Bolivia comenzó a desandar un camino cada vez más complejo: las múltiples posibles causas del hecho ya consumado, sus matices y abordajes diversos permiten afirmar que el quiebre institucional tiene también el sabor de conflictos socio-ambientales.
Lo que sigue es una mirada desde la ecología política sobre lo sucedido el 9/11, en restrospectiva. Arranca en el período que se abre en los comienzos del XXI y llega hasta nuestros días. Es el tiempo del surgimiento y la consolidación de los movimientos sociales que tienen como uno de sus ejes la disputa por los recursos naturales. Una serie de procesos que derivaron, muchas veces, en escenarios trágicos.
Ejemplos: la Guerra del agua (2000), la Guerra del Gas (2003) y por último, las disputas por el litio (desde 2007). Son, así, entendidas como parte de un mismo proceso que culmina con la coactiva destitución del presidente Evo Morales.
Agua
En primer lugar, la Guerra del Agua, desatada en Cochabamba bajo la presidencia de Hugo Banzer, implicó el intento de privatización y aumento de tarifas a instancias de los programas del Banco Mundial, con protestas masivas desembocaron en el retroceso de la medida.
Gas
En segundo lugar, la Guerra del Gas, que conmovió a El Alto durante la presidencia de Gonzalo Sánchez de Losada. Fue el intento de exportar a Estados Unidos y México, por puertos chilenos, el gas de los yacimientos descubiertos en Tarija, cuando la población requería el abastecimiento del mercado interno antes que el envío hacia el exterior.
Nacionalización y litio
Cuando Morales llega a la presidencia en 2005, nacionaliza el gas. En 2009, se incorpora a la Constitución el agua y al gas como derechos humanos. En 2007, se declara reserva fiscal a todo el territorio nacional. Esto incluye el Salar de Uyuni, la reserva mundial más grande de litio.
El proceso de industrialización del estratégico metal blanco fue oficialmente inaugurado con la creación de Yacimientos de Litio de Bolivia en 2017. El gobierno comenzó a negociar con capitales alemanes y chinos para iniciar la producción de baterías, manteniendo la potestad sobre el recurso en bruto.
Uno de los disparadores iniciales de las protestas, a instancias del poderoso Comité Cívico de Potosí, fue el pedido de interrumpir la relación con los alemanes, ante el que Evo cede para mantener el equilibrio interno. Digresión: la irrupción de litio industrializado a manos de Bolivia implicaba una amenaza al monopolio norteamericano del mismo. El resto, son situaciones sinérgicas que encuentran canalización en el descontento de la clase media por los resultados de las elecciones luego del informe de la OEA, aunque también en sectores originarios que antes eran aliados del Movimiento al Socialismo, el partido de Morales.
El proceso iniciado con las guerras del agua responde al criterio extractivista como ordenador territorial constitutivo de América latina desde la colonización europea. Se profundiza a partir de la defensa del gas, con la llamada Masacre de Octubre incluída, en la que las resistencias y reivindicaciones populares por el acceso al gas retrotraen a la peor etapa de la extracción de recursos en la región.
Extractivismo, neoextractivismo y apropiación de la renta
Es de destacar la nacionalización y usufructo del gas, aunque el presidente Morales no abandona la trama extractivista en cuanto criterio de explotación. Hay una enorme diferencia, la misma empezaba a estar monopolizada por el Estado, atendiendo a las demandas sociales y capturando los dividendos resultantes de su comercialización.
Se pasaba así del extractivismo clásico al neoextractivismo con presencia fundamental del Estado para captar la renta y aplicarla al desarrollo y a la equidad, cuyos coeficientes eran los más desequilibrados de la región.
La nueva etapa, la del litio como recurso estelar, tensiona desde entonces cada vez más la trama económica dónde comienza a tallar la presión de Estados Unidos a expensas de la presencia alemana y china. Crecieron los recelos en el Norte y en sus aliados locales: la geopolítica de los bienes comunes se expresa cada vez con menos disimulo.
Como síntesis, cabe la explicación del quiebre institucional a partir de un desarrollo extractivista al que las manifestaciones populares enfrentan en dos oportunidades, sentando las bases para el paso al neoextractivismo, modelo en el que el usufructo del producido vuelve a la ciudadanía con resultados macroeconómicos y sociales que implicaron un rotundo cambio de tendencia en la historia reciente de Bolivia: la inclusión social empezó a consolidarse de la mano de los dividendos generados por la explotación de los recursos naturales del país. El agua, el gas y, por último, el litio.
Lo señalaba Héctor Alimonda, profesor de la Universidade Federal Rural de Río de Janeiro e impulsor de la ecología política latinoamericana: la historia de la región se erige en la puja por los recursos naturales a partir del despojo y ulterior envío al mercado mundial, cuya división del trabajo aguardaba con voracidad colonialista las mejores bondades de los territorios latinoamericanos, matriz de poder aún vigente.
Hoy, Bolivia reproduce la recurrente secuencia más aciaga de la historia regional. La ecología política permite dar un sentido mostrando una faceta que subyace a los conflictos políticos y explicitar el papel de los recursos naturales. Resulta ahora, más que nunca, urgente. Por el pasado y por el futuro.
Puntualizaba el economista Aldo Ferrer que la densidad nacional deviene en una construcción colectiva a partir de los siguientes factores: la cohesión y movilidad social, liderazgos y acumulación de poder, estabilidad institucional y el pensamiento crítico. De todos ellos, probablemente recuperar el pensar construido y situado en América latina sea el vector que permita articular un proyecto latinoamericano por el que los recursos naturales cedan su nombre para siempre para convertirse en bienes comunes. Si ocurre, la historia cambiará de dirección con la memoria como puntal para la emancipación futura.