Search

Cómo se escucharon las malas palabras en boca de El Negro

El III Congreso Internacional de la Lengua Española se celebró, con enorme éxito mediático y de público, del 17 al 20 de noviembre de 2004 en Rosario. Con el lema “Identidad lingüística y globalización” los organizadores del Congreso, el Instituto Cervantes y la Real Academia Española, en colaboración con distintos estamentos del gobierno argentino, convocaron a más de un centenar de especialistas en lengua española, comunicación y cultura, que durante tres días debatieron sobre el presente y el futuro del idioma español en el nuevo siglo XXI. Para ello, hubo paneles, ponencias, sesiones plenarias y mesas redondas. Justamente una de estas últimas estuvo a cargo del Negro Fontanarrosa. Su título, algo pomposo, fue La internacionalización del español, y en ella el escritor y humorista gráfico dio algunas estocadas verbales, imaginativas pinceladas acerca de lo que significan las llamadas “malas palabras”, que recogió aplausos de todo el auditorio.

Malas palabras en español

Locuaz e ingenioso como fue habitual en sus apreciaciones, El Negro Fontanarrosa dio unos primeros pasos sobre el concepto de “internacionalización” del español para luego introducirse de lleno en el ruido que producen las malas palabras.

“No sé qué tiene que ver con lo de la internacionalización, que, aparte, ahora que pienso, ese título lo habrán puesto para decir que una persona que logra decir correctamente in-ter-na-cio-na-li-za-ción es capaz de ponerse en un escenario y hablar algo…Algo tendrá que ver el tema de la malas palabras, por ejemplo, con éste, como el que decía el amigo Escribano (José Claudio Escribano), se nota que es tan polémica esta mesa que es la única a la que le han asignado «escribano» para que se controle todo lo que se dice en ella. Creo que es un aporte real en cuanto al intercambio; me ha tocado vivir cuando he tenido que acompañar a la selección argentina a partidos en Latinoamérica. El intercambio que hay en esos casos de este lenguaje es de una riqueza notable; es más, en Paraguay nos decían «come gatos» que es, estrictamente para los rosarinos, «un rosarinismo». Un Congreso de la Lengua es más que todo para plantearse preguntas. Yo como casi siempre hablo desde el desconocimiento, me pregunto por qué son malas las malas palabras, quién las define como tal. ¿Quién y por qué?, ¿quién dice qué tienen las malas palabras?, ¿o es que acaso les pegan las malas palabras a las buenas?, ¿son malas porque son de mala calidad?, o sea que cuando uno las pronuncia ¿se deterioran? o cuando uno las utiliza, ¿tienen actitudes reñidas con la moral? Obviamente, no sé quién las define como malas palabras, tal vez sean como esos villanos de viejas películas como las que nosotros veíamos, que en un principio eran buenos, pero que al final la sociedad los hizo malos. Tal vez nosotros al marginarlas, las hemos derivado en palabras malas, lo que yo pienso es que muchas de ellas brindan otros matices. Yo soy fundamentalmente dibujante, con lo que uno se preguntará: ¿qué hace ese muchacho arriba del escenario? Manejo muy mal el color, por ejemplo, pero a través de eso sé que cuanto más matices tenga uno, más puede defenderse, para expresarse, para transmitir, para graficar algo, entonces, ¿hay palabras, palabras de las denominadas malas palabras que son irremplazables, por sonoridad, por fuerza, algunas incluso por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo. Tonto puede incluso incluir un problema de disminución neurológica realmente agresivo. El secreto de la palabra pelotudo, ya universalizada –no sé si está en el diccionario de dudas–, está en que también puede hacer referencia a algo que tiene pelotas. Puede hacer referencia a algo que tiene pelotas que puede ser un utilero de fútbol que es un pelotudo porque traslada las pelotas; pero lo que digo, el secreto, la fuerza; está en la letra t. Analicémoslo –anoten las maestras–: está en la letra t, puesto que no es lo mismo decir zonzo que decir peloTUdo. Otra cosa, hay una palabra maravillosa que en otros países está exenta de culpa –esa es otra particularidad, porque todos los países tienen malas palabras pero se ve que las leyes de algunos países las protegen y en otros no–, hay una palabra maravillosa, decía, que es carajo. Yo tendría que recurrir a mi amigo y conocedor, Arturo Pérez Reverte, conocedor en cuanto a la navegación, porque tengo entendido que el carajo era el lugar donde se colocaba el vigía, en lo alto de los mástiles de los barcos para divisar tierra o lo que fuere, entonces mandar a una persona al carajo era estrictamente eso, mandarlo ahí arriba. Amigos mexicanos con los que estuve cenando anoche me estuvieron enseñando una cantidad de malas palabras mexicanas. Ahora que lo pienso creo que me estaban insultando porque se suscitó un problema con la cuenta a la hora de pagar. Me explicaban, que las islas Carajo son unas islas que están en el Océano Índico. En España, el carajillo es el café con coñac y acá apareció como mala palabra, al punto que se llega a los eufemismos se decía caracho, que es de una debilidad absoluta. A veces hay periódicos que ponen: «El senador fulano de tal envío a la M… a su par». La triste función de esos puntos suspensivos, realmente el papel absurdo que están haciendo ahí, merecería también una discusión acá, en el Congreso de la Lengua. Voy a ir cerrando, hay otra palabra que quiero apuntar que creo es fundamental en el idioma castellano, que es la palabra «mierda», que también es irremplazable. El secreto de la contextura física está en la r –anoten las docentes– porque es mucho más débil como lo dicen los cubanos: miELda, que suena a chino y eso –yo creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la Revolución cubana–, quita posibilidades expresivas. Voy cerrando, después de este aporte medular que he hecho al lenguaje y al Congreso, lo que yo pido es que atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicoanalista dice que es imprescindible para descargarse, para dejar de lado el estrés y ese tipo de cosas. Lo único que yo pediría (no quiero hacer una teoría) es reconsiderar la situación de estas palabras. Pido una amnistía para la mayoría de ellas. Vivamos una navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar”.

10