La muerte de Miguel Lifschitz deja un vacío difícil de llenar en el Partido Socialista, en el Frente Progresista y en la política santafesina. Lifschitz fue un líder indiscutido en su espacio, tanto en la victoria como en la derrota. Como dirigente orgánico a su partido y su coalición, supo esperar su turno sin provocar fisuras internas. Cuando gobernó, sostuvo la unidad dentro del frente; cuando le tocó dejar ese lugar, rápidamente puso manos a la obra para defender y consolidar esa construcción política. En esa tarea estaba cuando el coronavirus lo sacó de la cancha.
Con su impronta de gestor siempre dispuesto a escuchar y debatir, el ex gobernador socialista dejó una huella imborrable en la política provincial y nacional. Lo remarcaron sus compañeros y sobre todo sus adversarios. Lifschitz deja un potente legado como dirigente partidario y como militante de la democracia, que enriquece a Santa Fe y revaloriza el rol de la política como herramienta de transformación.
Su prematura muerte abre interrogantes en el plano institucional de la provincia, que se irán zanjando en los próximos días; entre ellos, la designación de nuevas autoridades en la Cámara de Diputados (ver aparte), donde iba a ser elegido como presidente por un nuevo período. Mucho más complejos y difíciles de responder son los nuevos interrogantes que se presentan en clave política: ¿cómo seguirá funcionando el Frente Progresista de aquí en más?, ¿cómo se ocupará el lugar de liderazgo que tenía Lifschitz?
Sobre el futuro inmediato de la coalición, Luis Rodrigo señaló en forma atinada en un artículo publicado en El Litoral: “Estaba listo para ser candidato porque su presencia en la boleta para el Congreso era condición para revivir el esquema de radicales frentistas (…) Sin Miguel Lifschitz será más difícil evitar la división, un potencial ganador aglutina. El presidente de la Cámara de Diputados en la boleta de 2021 era convincente para el armado. La posibilidad de otros liderazgos puede ser la causa de una dispersión”.
Con la bandera izada a media asta y con aplausos, Rosario despidió al ex gobernador Miguel Lifschitz
Un mes atrás, antes de contraer coronavirus, el ex gobernador fue uno de los artífices de la ordenada renovación de autoridades del socialismo. En acuerdo con el sector de Antonio Bonfatti, orientó las candidaturas de Mónica Fein como nueva presidenta del partido a nivel nacional y de Enrique Estévez en la provincia. Su siguiente tarea iba a ser la discusión, dentro del Frente Progresista, sobre el armado electoral para los comicios intermedios.
La centralidad de Lifschitz estuvo siempre fuera de discusión, incluso cuando el Frente Progresista perdió el gobierno de la provincia en 2019. El primer desafío para el socialismo, que en menos de un año perdió dos figuras de primera línea como Hermes Binner y ahora Lifschitz, será recuperar protagonismo con el legado de sus ex gobernadores como estandarte y volver a presentarse ante la ciudadanía como una alternativa real de poder.
Líder democrático
Como funcionario, como intendente, como gobernador y como líder de su espacio político, Lifschitz supo ganarse el respeto de propios y extraños a partir de su acción y de su prédica, dos cualidades que siempre fueron de la mano.
A lo largo de su extensa trayectoria institucional, reunió una serie de virtudes que lo destacaron del conjunto: fue un dirigente orgánico que siempre aceptó que el proyecto y el partido están por encima de los nombres propios; fue un funcionario cercano a los problemas cotidianos de la gente, un tipo que hizo política en la calle, sin rehuir al contacto directo que, por el contrario, fue tal vez su principal característica.
Esas virtudes le valieron el respeto de sus adversarios y el afecto y acompañamiento de sus compañeros, incluso en momentos de tensión como el proceso electoral de 2019 y las recientes internas partidarias. Lifschitz estaba participando de lleno en la construcción de una alternativa para las elecciones de 2023. La continuidad de esa construcción será, a partir de ahora, una de las cuestiones centrales a observar en la provincia de Santa Fe.
Con la muerte de Lifschitz ganarán peso sus aciertos y virtudes, mientras que en el recuerdo colectivo irán perdiendo fuerza sus errores. Los tuvo, por supuesto, como cualquier persona con responsabilidades de gestión. El ex gobernador socialista siempre aceptó las críticas y dio pelea por mejorar las acciones en las áreas donde más se necesitaba; nadie puede dudar de sus cualidades democráticas. Dio el debate y puso el cuerpo ante los errores: fue, antes que un buen o un mal gestor, un político profundamente democrático.
Carrera política
Lifschitz comenzó a militar en el socialismo en la década del 70 pero recién ocupó cargos políticos partir de finales de los 80, durante la intendencia de Héctor Cavallero. Bajo el mandato de Hermes Binner se convirtió en una figura central del proyecto socialista y fue elegido por el propio Binner como su sucesor.
Asumió como intendente en 2003 y encabezó, en dos períodos consecutivos, una gestión que transformó definitivamente la ciudad de Rosario. Llegó al cargo cuando aún resonaba el “que se vayan todos” y dejó ese cargo con un nivel de aceptación por encima de cualquier promedio. No es casual que uno de los más certeros mensajes de despedida haya surgido de parte de un adversario, como el diputado peronista Leandro Busatto: “Fue un dirigente que hizo de la política un lugar mejor”.
Sus gestiones como intendente de Rosario y como gobernador de Santa Fue tuvieron su sello de ingeniero. Privilegió la obra pública y la inversión en infraestructura con criterio de estadista. Le tocó inaugurar los hospitales y los centros de salud iniciados bajo los mandatos de Binner y de Antonio Bonfatti; con su impronta, les dio continuidad a los planes estratégicos lanzados por sus antecesores socialistas y profundizó como aspecto central las obras que iban a significar una mejor calidad de vida para los santafesinos: hospitales, escuelas, viviendas, agua potable, cloacas, gasoductos, rutas y caminos… Con el paso del tiempo, en la memoria de los santafesinos van a quedar grabadas sus recorridas por cada rincón de la provincia, mucho más que sus reuniones de rosca y mesa chica.
Murió Miguel Lifschitz, hombre de consenso y decidida gestión
Lifschitz fue un dirigente 100% abocado a la gestión y, al mismo tiempo, nunca dejó de ser un político orgánico. La conjunción de esas dos características no es habitual. En 2011 finalizaba en forma exitosa su segundo mandato como intendente (había sido reelecto en 2007 con el 57% de los sufragios) y su candidatura a gobernador estaba cantada. Sin embargo, ese año Binner decidió que Bonfatti sea su sucesor y Lifschitz acató sin chistar: se presentó como senador provincial, ganó su categoría con el 60% de los votos y comenzó a construir su carrera hacia la gobernación. Cuatro años después se impuso en forma ajustada ante Miguel Torres del Sel y dio inicio al tercer período del socialismo al frente de la provincia.
La derrota electoral del Frente Progresista en 2019 lo ubicó a Lifschitz en el lugar natural del jefe de la oposición. No había pasado un mes de esas elecciones cuando reunió a todos los diputados y las diputadas electas por su lista para empezar a perfilar el nuevo rol opositor de una coalición que fue oficialismo durante 12 años. A diferencia de otras experiencias políticas, que se disgregaron en la derrota, el Frente Progresista santafesino no solo no se desintegró sino que rápidamente hizo catarsis y cambió el chip. Buena parte del mérito le corresponde al ex gobernador, que supo contener a propios y aliados en tiempos de zozobra.
Reconocimiento
Tras la muerte de Lifschitz, el amplio arco político argentino –de izquierda a derecha– ha remarcado su tenacidad, los logros y sus convicciones. Las primeras pinceladas publicadas en El Ciudadano lo pintan de cuerpo completo: “Un político componedor, dispuesto al diálogo, pero al mismo tiempo decidido para conferir improntas claras en todas sus gestiones”.
En líneas generales, rápidamente se puso en valor una serie de condiciones que rara vez se encuentran reunidas todas juntas en una misma persona: su visión estratégica, su capacidad de escucha, sus esfuerzos por estar presente en todos los lugares donde un gobernante puede estar –y no solo en los despachos del poder–, su pragmatismo político, su estilo llano, sencillo y cercano, su impronta de dirigente ejecutivo, abocado siempre a la gestión, obsesionado por hacer antes que por decir.
Sin haber ocupado un solo cargo a nivel nacional, Lifschitz fue un dirigente reconocido en todo el país por sus virtudes de negociador. Alberto Fernández y Cristina Kirchner lo saludaron con respeto; también Mauricio Macri. En la provincia ocurrió lo mismo: el PJ, Cambiemos, la centro-izquierda, los sindicatos y un amplísimo arco de instituciones y organizaciones intermedias despidieron con mensajes de cariño y reconocimiento al ex intendente y ex gobernador.
El consenso casi unánime en torno al valioso aporte que hizo Lifschitz como dirigente político y como funcionario público es una señal positiva que habla de la buena salud democrática que supimos conseguir y cuidar, a pesar de todas las asignaturas pendientes, los retrocesos y las iniquidades que debimos padecer.
Con su potencia particular, la figura de Lifschitz formará parte desde ahora del rico legado democrático que, en la provincia de Santa Fe, ya tiene inscriptos los nombres de Carlos Sylvestre Begnis, Jorge Obeid y Hermes Binner.
No es necesario ponerlo a plebiscito: quedó plasmado en los pasacalles, en las banderas y en los miles y miles de mensajes de cariño que inundaron las redes sociales en las últimas semanas bajo la consigna #FuerzaMiguel. Cuando tantos y tan distintos coinciden, no queda mucho más para agregar.