Cómo transcurre el tiempo. A una velocidad escandalosa los proyectos imaginados y realizados de ayer ya se han transformado en recuerdo.
Esa Luna que nos sorprendió en su magnífica luminosidad aquel otro día, ha vuelto a ser una medialunita tan hilacha y mezquina como un fideo seco pegado al fondo de una cacerola que todavía no hemos lavado. Nada que admirar ni de qué emocionarse.
El tiempo pasa, cantaba ayer no más, una Negra Sosa que estaba allí con su mole imponente de ritmo y de voz y hoy es solamente un recuerdo que se repite con esa belleza rara y estridente de la calidad que reclama tu atención aunque no quieras.
Ayer nomás estaba organizando mi viajecito de vacaciones y hoy ya pasó y cada momento pasado y transformado en un recuerdo, empieza a ser tan pasado que hasta se permite comenzar a borrarse un poco.
Pierde sus bordes de nitidez, se junta con otros momentos que se le parecen y se confunden con momentos parecidos de otros tantos viajes y situaciones semejantes.
Es un sentimiento de vértigo, de torbellino que nos arrastra desde adentro y que nos empuja hacia un porvenir incierto que intentamos controlar a través, justamente, de esos mismos proyectos que otra y otra vez vuelven a repetir sus destinos de terminar transformándose en recuerdos difusos.
Luego viene una época de trajín, de instalarse de nuevo en la tarea de todos los días, el cuerpo y los sueños se toman un descanso, te toman un poco en sus manos, vos sos apenas responsable de lo que hacés, de tanto que se te cumple tu rutina de ir y venir día tras día de tu trabajo hasta tu casa, de ir desde tu casa hasta tu trabajo, hasta que, vuelta a armar proyectos, planes para cumplir, metas a lograr, recuerdos a acopiar.
Ahora mismo frente a lo que estoy escribiendo, me aparecen momentos en que escribía otras cosas en esta misma notebook, me asaltan recuerdos más antiguos todavía, de cuando en vez de notebook escribía en una Olivetti Lettera 22 que, en el momento en que la compré, me pareció el summum de la tecnología. Le podía plegar la leva que hacía girar el rodillo donde se insertaba el papel y la máquina quedaba tan chatita que la podía meter en su bolso-valijita sin problema y llevarla a cualquier lado. Porque ése era el gran secreto: poder transportarla.
Igual que una PC actual no es tansportable, las pesadas máquinas de escribir de hace cincuenta años eran imposibles de desplazar cómodamente de un lado a otro.
Ahora, en una secuencia parecida a la de las máquinas de escribir, apareció el o la notebook, y los hay cada vez más pequeños y livianos y por tanto cada vez más fácilmente transportables.
No conforme con eso, tenés los recientes iPod todavía más livianos y más autónomos, sin teclado, solamente táctiles, y ya mi hijo me quiere vender el primer modelo que salió hace solamente un año para comprarse el nuevo que acaba de salir.
Si uno se pusiera a clasificar todos los elementos que se van transformando en recuerdos, digo, solamente los acontecimientos tecnológicos que facilitaron la escritura, esas herramientas innovadoras, herederas del buril y la piedra del escriba egipcio, podríamos llenar una enorme cantidad de páginas de una enciclopedia.
En este momento, como en cada amanecer que logro rescatar de la rutina del sueño, y en una nueva primavera que empieza, oigo cantar los pajaritos de por aquí.
Y se funde el presente con el recuerdo de los cantares de tantas otras lejanas épocas, lejanos amaneceres ya transcurridos en que la misma pasión por transmitir estas mismas emociones me hacía repetir casi las mismas palabras de hoy.
Amarcord era una hermosa película de Federico Fellini, y, en el dialecto de la zona de Italia donde nació Fellini, quiere decir “Io mi ricordo”, yo me acuerdo. E la nave va… fue otra fantástica película de Fellini y su título traducido quiere decir que la nave va.
Ya hay claridad. ¡Cómo transcurre el tiempo! Voy a prepararme el café de esta mañana. Hasta luego.