La Asociación Nazareth es una entidad sin fines de lucro dedicada a la prevención, rehabilitación y reinserción de personas con problemas de adicción a las drogas o al alcohol, y con VIH. Isabel Ferrigno, directora de la institución, contó a El Ciudadano que hace un tiempo comenzaron a interiorizarse por el universo femenino y las adicciones. “Un tratamiento de adicciones es diferente en un hombre al de la mujer, por su exposición y sus vivencias. En cada una de las casas de Nazareth hay dispositivos especiales para trabajar con mujeres, niños y adolescentes”, destacó.
—¿Cuál es la diferencia entre un tratamiento para una mujer y un hombre?
—Las adicciones se fueron complejizando de tal manera que no hay más tratamientos estándares. Hay tratamientos centrados en cada persona y de acuerdo a sus necesidades. Y ante la problemática de las adicciones, la mujer muchas veces termina siendo víctima de violencia de género o sufriendo una situación de abuso cuando consume y en la situación previa al consumo; ésa es la gran diferencia. Es decir, cuando una mujer se dirige hacia un grupo de varones y entabla una relación, en la mayoría de los casos pasa a ser uno más de ellos. Ese modelo se reproducía en las comunidades terapéuticas residenciales donde la mujer se ultra masculinizaba o se híper sensualizaba y terminaba estableciendo relaciones afectivo-eróticas con sus compañeros.
—¿Cómo trabajan con el universo femenino?
—Estamos trabajando con una política para mujeres de puertas abiertas y de inclusión desde el ingreso al Centro. Con una concepción donde la mamá que tiene un hijo de hasta 4 años pueda residir con él y no tenga que separarse. En la aceptación de su yo femenino, en la valoración de su cuerpo, su cuidado, el respeto a su sexualidad y además el respeto de lo que implica la maternidad, para aquellas que no son madres también. La idea es que el tratamiento no se extienda más de ocho meses.
—¿Cuál es el objetivo de esa política?
—Cuando se habla de una comunidad terapéutica de residencia, se habla de un lugar hasta casi sombrío. Lo que buscamos es que se viva un clima de familia, también en los centros de día. Las mujeres participan de campañas contra el VIH, violencia de género, eventos culturales, en los centros de capacitación municipales y de extensión comunitaria donde, por ejemplo, colaboran con el Hogar de Ancianos, pintan una plaza, colaboran en el Hogar en Cañada de Gómez. Hay un ida y vuelta con las instituciones.
—¿Hay una disminución en la edad de consumo?
—Cuando empecé a trabajar, casi 20 años atrás, los adolescentes de 15 recién comenzaban a consumir alcohol. Ahora son policonsumidores de marihuana, cocaína, alcohol y drogas sintéticas. La realidad es que hay una disminución en la edad de consumo. Actualmente, tenemos un caso de un chico de 9 años que consumía cocaína.
—¿Cuál es el lema institucional?
—Una familia para vos. No porque el trabajo sea parte de la familia, sino porque consideramos que la institución es como una familia. En varias oportunidades, los que comparten tratamiento con otros terminan supliendo algunos roles familiares de los que carece. Muchas de las mujeres que recibimos vienen con la maternidad amputada: o porque tuvieron experiencias como hijas de madres deficitarias y no pudieron tomar un modelo, o porque durante la época de consumo perdieron su lugar, su ejercicio. La función de ser madre es muy fácil de perderla cuando se atraviesa un problema de consumo.
—¿Cómo lo abordan?
—Desde terapias revinculantes con los hijos, psicoterapias individuales y desde grupos donde el ejercicio de la maternidad está muy presente. No es lo mismo la experiencia de una chica de 14 años que tiene un hijo chico, que una mujer de 60 años que tiene una hija de 30, que la acompañó durante el proceso de consumo. El vínculo, en ese caso, está más deteriorado y necesita refundarse, sanarse y reencontrarse. Y se logra. Es decir, las hijas logran aprender a tomar lo bueno de sus madres, entendiendo su historia personal. Tenemos un grupo terapéutico que participan exclusivamente las mujeres y es un lugar de encuentro de ellas.
—¿Cómo es la dinámica de ese trabajo?
—Trabajamos con películas, textos, canciones, cuestionarios vinculados gran parte con las problemáticas que traen ellas de celos, de violencia de género, maltratos en la infancia, la dificultad de confiar en el otro, de ejercer su maternidad. Por ejemplo, si alguna sabe peluquería, le enseña a sus compañeras a peinarse y maquillarse; además, una nutricionista da una charla sobre alimentación o viene alguna médica de la institución a hablar sobre sexualidad, cómo respetar y valorar su cuerpo.
—¿Cuál es el mayor problema en la actualidad de las mujeres?
—Las mujeres mayores de 45 años comienzan a consumir alcohol. Como se encuentran solas en sus casas, en algunos casos con hijos grandes, y su pareja trabaja todo el día, padecen la soledad y comienzan a consumir. Empiezan tomando un vaso de vino mientras cocinan y terminan escondiendo latas de cerveza en la habitación, tomando a escondidas, y descartan la basura cuando salen a hacer los mandados para que no queden restos en su casa. Estamos atendiendo adicciones al juego. Años atrás, las mujeres iban a los bingos y desarrollaban una adicción al juego. Si hoy te parás en una agencia de quiniela, por cada tres hombres, entra la misma cantidad de mujeres, y la mayoría con el bolso de los mandados.
—¿Las adicciones esclavizan?
—Cualquier adicción te convierte en un esclavo: por ejemplo, de que las mujeres tienen que estar flacas, divinas y a los 70 años no tener arrugas, hasta las adicciones que deterioran la salud, las relaciones sociales, vinculares y laborales.