Son los últimos años de la dictadura militar y Carolina Boetti está presa. Ya no recuerda cuántas veces cayó. El sólo hecho de andar por la calle es motivo para que la suban al patrullero. En el patio de la ex Jefatura de Policía (hoy la sede de Rosario de la casa de gobierno provincial) toma sol con otras mujeres trans. Se tiran agua, se pintan los labios, imaginan que están en Mar Del Plata. Juegan a disfrutar el verano que no conocen. Ninguna fue al mar y a La Florida, si la han visto, es de noche. Es enero del 2020 y Francisco Camusso corre en cuero por el parque España. Por primera vez en sus 27 años disfruta de un verano. Va a la playa, al río y a la pileta. No lo hacía desde los 13 años porque se sentía incómodo con la mirada de los demás y con tener tetas. Hace un año entró al quirófano para hacerse la operación de masculinización de pectorales, uno de los pasos para la reafirmación de su identidad de género. Carolina y Francisco representan dos generaciones y dos tipos de corporalidades: mujer y varón trans. Tienen algo en común: durante años, el verano fue una estación prohibida.
Esta semana el municipio de Rosario lanzó una campaña para un verano libre de acoso y violencia de género. Con mensajes como “No es no”, “No quiero tu piropo quiero tu respeto” o “Ni Una Menos” invitó a transitar los espacios públicos como las playas de La Florida, las islas del río Paraná o las piletas públicas sin ningún tipo de violencias. Cada vez que se piensa en los piropos, y otras formas de acoso, aparece la mujer cisgénero como principal destinataria. El verano aparece también como la estación de las miradas (la propia y la ajena) sobre el cuerpo. Estar en malla no es lo mismo para todas las personas. Menos aún para los cuerpos que durante décadas estuvieron ocultos.
¿Cómo es el verano para las personas trans? ¿Van a la playa? ¿Cómo reaccionan las personas cuando las ve tomando sol? ¿Molestan los cuerpos travestis en el espacio público veraniego? ¿Las travestis y trans pueden disfrutar igual que las personas cis?
El Ciudadano conversó con 7 personas trans que viven en Rosario sobre cómo viven la temporada estival. Además, invitó a que ilustren esta nota con fotos que les gusten o representen veranos que hayan vivido.
Michelle Vargas Lobo, 38 años
Michelle, o la Miya como le dicen quienes la conocen, nació en Chubut. Hoy es la única travesti que trabaja de asesora en el Concejo Municipal. De chica conoció las playas de Puerto Madryn y Puerto Pirámides pero se sintió expulsada. “La construcción de mi identidad llevó cambios físicos. La gente se daba cuenta que no era una mujer biológica y empezaban las risas. Y dejé de ir”, recuerda.
Michelle cuenta que retomó el verano en Rosario. Hace unos años empezaron a ir con amigas trans y travestis a las piletas municipales, a La Florida y a las islas. Cruzaban de a 10 en las lanchitas a pasar el día. “Antes para las mujeres travestis y trans era imposible pensarnos en una playa o en una pileta, como tampoco caminar por la calle. Cuando sacaron las contravenciones en 2010 llegó la posibilidad de transitar espacios públicos pero seguía la desinformación. Las personas se preguntaban qué éramos y cómo nos tenían que tratar. Siempre fuimos una burla para la sociedad: aparecían los codeos y los murmullos. Imagínate lo que pasaba en una playa o pileta donde tenés que estar en bikini. A medida que empezamos a politizarnos y empoderarnos iniciamos una transición para afuera donde la sociedad empezó a ver nuestros cuerpos. Todavía cuesta pero hoy es otra la realidad y podés veranear”, cuenta.
El año pasado el colectivo trans de Rosario organizó un Festitrava en La Florida. Para muchas fue la primera vez en la playa. “Fue ocupar un lugar que históricamente no fue nuestro. Salimos de la noche al sol”, resume Michelle.
Para ella el verano pone en juego el tema de las corporalidades hegemónicas. “La mayoría somos grandotas y antes no estaban las terapias hormonales. Ponerse una bikini era traumático porque tenemos normativizada una imagen femenina. Luchamos para deconstruir eso y mostrar las corporalidades travestis. Nosotras somos así, estos son nuestros cuerpos, tienen que ser visibles y respetados, no se tienen que burlar más”, explica y agrega: “Yo voy a la playa y siento las miradas pero ya no me importa. Aprendí a quererme. Siempre nos dicen que nacimos en cuerpos equivocados y no es así. Me costó muchísimo entenderlo y aceptarme como soy”.
Michelle cuenta que durante años sentía que tenía que esconder el pene y trucarse para que no se note: “Tenemos la concepción de que las genitalidades tienen una identidad cuando no es así. Hoy en día un montón de compañeras van a la playa y están trucadas todo el día, eso causa dolor y problemas a la salud. No está bien esconderse porque el pene es parte de nuestros cuerpos”.
“Si bien hoy es otra la situación y estamos más empoderadas, muchas no van a los lugares por miedo a pelearse con alguien porque se ría de vos. La diferencia es que tenemos más información, herramientas, y lugares donde denunciar y buscar ayuda. Estamos organizadas y somos protagonistas en esta sociedad. Hoy ir a una playa, al río o a una pileta es el resultado de esa lucha”, opina.
Santiago Quizamas, 41 años
Santiago es parte de la Asociación de Varones Trans de Santa Fe. Hace unos días organizaron una jornada en la Florida en la que más de 20 integrantes del colectivo disfrutaron de la playa frente al río Paraná como pocas veces lo habían hecho en sus vidas. También hicieron una campaña en las piletas públicas para que no haya problemas al meterse con remera o binder, un corpiño especial que usan varones trans. Para ellos, explica, el verano fue siempre la estación negada.
Cuando era adolescente y antes de operarse Santiago se ponía dos remeras y se fajaba para que no se le notaran las tetas. Se pasaba el verano encerrado. No importaba cuánto calor hiciera. Ir a la playa o a la pileta era impensado porque no se animaba a estar en malla. “Llega el verano y nadie piensa en las personas trans. En nuestro colectivo es muy injusto porque la mayoría son adolescentes. Es una temporada para relajarte, descansar porque no hay clases, pero siempre están las miradas. Te ven con barba y binder y te preguntan qué sos”, cuenta.
“Nosotros venimos de un género sumamente castigado por situaciones de violencia. Crecimos con la mirada de los demás. El pecho es algo sobre lo que se hace mucho juicio. Las nuevas generaciones vienen con un chip distinto. Conocen y muestran sus derechos. Tenés respaldo legal, haces la denuncia y hay visibilidad. También están las redes sociales. Antes no estaban estas herramientas para manifestar el malestar”, explica.
Para él las miradas están. Por eso suelen ir en grupo. “Yo tengo las cicatrices y creo que es cuestión de empezar a mostrar nuestros cuerpos. Pero también respetamos a los compañeros que no se quieren operar o tomar hormonas. En estos espacios hay que visibilizar esos cuerpos también. No podemos negar el derecho al disfrute. Mi adolescencia fue encerrado y pasándola mal”, agrega.
Carolina Boetti, 56 años
Carolina conoció el mar cuando se fue exiliada a Europa en 1985. Tenía 22 años y hasta ese momento no había disfrutado de ningún verano. No conocía la Florida ni se le ocurría ir a una pileta. “No podía ir a comprar pan al quiosco, mucho menos se me ocurría ir a la playa. Estábamos prohibidas en los lugares públicos. El sol lo tomábamos en la terraza, si es que había en las pensiones en las que vivíamos y en los patios de las cárceles. Cuando estábamos detenidas había un patiecito enrejado y jugábamos a que estábamos en Mar del Plata o en alguna playa de Europa. Éramos muy niñas”, recuerda.
Al llegar a Italia todo cambió. “Roma tenía unas playas increíbles con balnearios donde pasaba unos veranos fantásticos y no había ningún problema con mi identidad. Me tuve que ir a otro continente para conocer el mar y disfrutar el verano”, dice.
Volvió a Argentina hace 10 años cuando empezaron las leyes de ampliación de derechos como matrimonio igualitario o identidad de género. “Todo empezó a cambiar y pudimos disfrutar más el verano rosarino. Fui a la Florida y a las piletas municipales. Ahora prefiero un jardín a la sombra con un libro”, cuenta.
Para ella, las chicas trans más jóvenes viven el verano sin problemas: “Van a los balnearios en grupo y están cómodas. La mentalidad de la gente cambió mucho, sobre todo de adolescentes, jóvenes y niños. Seguramente cuando una persona trans va a la playa llama la atención al inicio pero a los minutos pasa y estamos en casa”.
Jackie Romero, 49 años
Las pocas veces que Jackie fue a un lugar de veraneo se sintió escrutada por la mirada de los demás. Recuerda que hace dos años participó de una campaña de concientización de la Subsecretaría de Diversidad Sexual en piletas municipales. “Yo iba con la remera oficial y no me olvido de la mirada burlona. Y venía más de las mujeres cis que de los varones”, cuenta.
Jackie es una de las impulsoras del cupo laboral trans y trabaja en el área de Género y Sexualidades de la UNR. Para ella el verano es terrible. “Una cosa es lo que se dice para afuera y otra es lo que uno vive hacia adentro. En playas, camping y piletas somos muy mal miradas. Hacen campañas pero la comunidad trans sigue siendo estigmatizada y maltratada. Vas a un hospital y te siguen ninguneando. En los espacios públicos, también. Es menos evidente que antes, pero el odio sigue estando”, opina.
La única vez que recuerda haber disfrutado fue cuando era adolescente y su papá la llevó al camping de la UOM. “No me metí al agua. Me quedé sentada en el quincho porque me daba vergüenza sacarme la ropa por lo que iban a decir. Pese a eso, fueron días que disfruté”, explica.
Rubí del Mar, 31 años
Rubí vive el verano con total normalidad. Hace años que no se preocupa por la mirada de los demás. Participa de desfiles, va a la playa y le encanta tomar mates o cerveza en el parque. Hoy le parece normal ver en esos lugares a otras chicas trans. Ella entendió su identidad a los 8 años. “No me imagino siendo una mujer blanca cis género o un hombre gay masculino. Me puedo imaginar travesti gorda, delgada, lo que sea, pero siempre travesti. Yo siempre me acepté, pero cuando quería salir los demás me reprimían. Eso me llevó a encerrarme. No iba a piletas o playas por el estigma social hasta que entendí que la mirada del otro no es lo que soy y no me define. Me costó años. Un día comprendí que el mismo que te mira mal en la playa a la tarde es el que a la noche te llama para un servicio. Y si no es él, es el amigo o el padre”, cuenta.
Para ella es fundamental que las integrantes del colectivo trans salgan más a los lugares públicos de día: “No tenemos que quedarnos en el lugar en el que la sociedad nos construyó, que es la noche, en la esquina, siendo prostitutas. No nos construyó tomando tereré a la orilla del río y tenemos que ocupar esos lugares”.
“Nosotras tenemos un contexto sexual muy fuerte. Yo subo una foto en bikini y sé que están buscando la pija. Mi amiga cis sube la misma foto y dicen ‘mirá qué linda’. Hace poco fue el cumple de la hija de una amiga y estaba toda la familia. Fui, estuve en bikini y me tiré a la pileta. Notaba que me miraban. Es problema de los demás. Si el otro no disfruta de la tarde pensando dónde la tengo escondida, yo voy a disfrutar porque sé dónde la tengo”, dice entre risas.
Pamela Rocchi, 33 años
A lo largo de su vida, Pamela sintió con más fuerza la discriminación por ser gorda que por ser trans. “Si bien a mí nunca me importó nada, pesaba 300 kilos y cuando iba a una playa en bikini todo el mundo me miraba. La mirada está con todas las personas, no sólo trans sino con lo que sale de los cánones hegemónicos”, opina. Es de Alcorta y hasta el año pasado integró el equipo de la Subsecretaría de Diversidad Sexual de Santa Fe. Hoy es asesora en la Cámara de Diputados.
Hace dos semanas Pamela llegó a Chapadmalá con un grupo de mujeres trans y travestis a hacer la obra Reparadas, que relata las historias de integrantes del colectivo que sobrevivieron a la dictadura. Uno de los momentos más lindos fue cuando fueron a la playa. “Si bien cambió mucho la mirada de la gente, creo que también cambió la nuestra. Siempre estuvimos en la noche y ocultas, y hoy estamos visibles y empoderadas”, opina y cree que el Festitrava es un ejemplo de esa visibilidad.
Para ella es una alegría ver en las redes sociales a integrantes del colectivo subir fotos veraneando. “Pasamos de no poder ir a la plaza San Martín, a la que llamábamos la plaza prohibida, a ir a las marchas y estar en la calle. Lo mismo pasa con el río Paraná y los espacios públicos de verano o el Parque España que es muy amigable. Vas los fines de semana y hay muchas compañeras y compañeros”, explica.
Francisco Camusso, 27 años
A los 13 años dejó de ir a piletas. Cuando vacacionaba con la familia se ponía remera y no se metía al mar. En enero de 2019 se operó los pectorales y pasó los meses siguientes en recuperación. Hoy se siente cómodo con su cuerpo. “Antes no iba a ningún lugar, salvo una vez que fui al río en Córdoba y me puse una cinta con vergüenza. El verano siempre fue una estación de estar con faja y remera. Ahora no. Ando en cuero todo el tiempo, voy a la playa, salgo a correr, a la pileta, disfruto mucho del verano y de mi cuerpo. Corro 10 kilómetros por día, algo que pensé que no me gustaba ni podía hacer”, cuenta.
“Para los varones trans es un karma el verano. No está bueno tener que ir a algún lado y explicar por qué te estás tapando. O si te operaste te preguntan por qué. A mí ya no me importa. Estoy orgulloso de lo que soy. Si me preguntan les digo que me operé y que tenía tetas”, explica.
Para él hay menos miedo a mostrarse que años atrás. Por un lado, cree que la gente tiene la cabeza más abierta. Por otro, le parece que los varones trans están más visibles y empoderados. De todos modos, marca una diferencia entre estar operado o no: “Para la mayoría de los chicos trans es un trauma las tetas, porque son muy visibles hasta con faja, entonces con la operación se siente mucha libertad y comodidad”.
Corporalidad travesti
Durante la dictadura las travestis y trans eran detenidas en la calle por el sólo hecho de vestirse con ropa femenina y hacer visible su identidad. Con la democracia la situación no cambió. Hasta el año 2010 la Policía podía llevarlas detenidas por contravenciones al Código de Faltas bajo figuras como trasvertirse, prostitución o merodeo. En la práctica significó vivir en la noche.
En 2012 la Ley de Identidad de Género reconoció la identidad autopercibida y llegó no sólo con el derecho a acceder a los tratamientos de salud sino con la militancia y el empoderamiento. Los lugares que antes estaban vetados hoy son habitados por las corporalidades travestis. Pero las miradas, los codeos y murmullos están. Según la primera Encuesta Provincial de Vulnerabilidad de la Población Trans, el 75 por ciento sufrió burlas, insultos, maltratos y las han llamado por el nombre o género que no es el autopercibido en algún momento de sus vidas. En el verano, ellas saben que los ojos buscan la zona inferior, es decir, ver si se ve o no el pene. Para ellos, el problema es el pecho. De uno y otro lado, aparecen estrategias colectivas, como ir en grupo a la playa o hacer un festival trans en plena Florida. Pero la clave está transitar el camino para estar cómodas y cómodos con una corporalidad que puede ser femenina o masculina pero, ante todo, es travesti-trans.