A los siete años me gritaron homosexual en la escuela delante de toda la clase. Fue el hijo del dueño de la fábrica donde trabajaba mi papá. La maestra nos retó a los dos por igual, y yo me fui enojado a casa porque desconocía lo que significaba esa palabra que disparó la risa de todo el curso. Algo había quedado claro en esa lección: decirlo o serlo estaba mal para el sistema educativo. La sanción llegó de forma igualitaria, pero él sin dudas salió airoso tras el clamor popular infantil.
Años más tarde –y cuando ya se me quebraba la patita, al decir de la Pedro Lemebel–, mi primo empezó a decirme trolito. Lo decía con una sonrisa grande y en general era cariñoso y bueno conmigo. Nunca le di demasiada importancia, aunque la palabra rebotaba en mi cabeza. Una hora antes del salir del closet alguien me preguntó si era maricón, y una hora después me declaré puto para mi familia. Tiempo más tarde una tía muy querida me preguntó si era gay, y con los años me decidí marica con mis amigas maricas.
Con el tiempo, supe la historia del Frente de Liberación Homosexual y me sentí orgullosa (con a) evocando aquel episodio de segundo grado en donde un niño educado en los valores cristianos me identificaba con esa construcción histórica que empezaba a habitar sin saberlo. La militancia política me invitó a sentirme una loka (con k) y hasta construimos una casa que buscaba aglutinar bajo esa denominación a la mariconería con todas sus letras.
Pero el gerundio nos derrumbó el cartel, y quienes llegamos con una forma de nombrarnos nos fuimos con otra, o nos animamos a corretear entre las diversas combinaciones, y el acrónimo LGTBIQ+ nos quedó pequeño, lo no binarie nos atravesó de lleno, y la pregunta se hizo cuerpo ¿Cuantas formas de nombrarnos tenemos? ¿Hasta dónde este aquelarre seguirá produciendo múltiples formas de llamarnos? A veces las posibilidades parecen infinitas, y tal vez sea eso lo que más inquieta a un sistema que busca controlarlo todo.
A dinamitar los cimientos de la RAE
Cuando a Gabby De Cicco le preguntan hasta donde es posible explorar las formas de construcción identitaria responde con seguridad: “Hasta el infinito y más allá, darling” Para elle, el sistema de representaciones actual basado en la cis hetero norma debe ser dinamitado: “La idea de lo no binario viene a explorar un montón de ideas, no sólo el binario”, explica. En su experiencia, significó la posibilidad de empezar a nombrarse por fuera de las categorías varón/mujer como las únicas opciones disponibles.
Gabby hoy se presenta como poetx lesbofeminista no binarie. Pero detrás de esta construcción actual hay toda una historia de búsqueda signada por luchas, tiempos históricos y producciones culturales. “El gran desafío a partir de nombrarnos es poder vivir en libertad nuestras identidades”, remarca.
En efecto, esa posibilidad a menudo se ve amenazada por los resortes de una sociedad estructurada por la norma heterosexual y binaria presente en casi todos los actos de nuestra vida cotidiana.
“Cuando empezás a desoír esas voces que te dicen ‘ay nena sentate con las piernas así que pareces un hombre’, y al puto le dirán otra cosa, ‘no te pongas la pollerita o el vestidito de tu hermana’ bueno cuando empezás a desoír, esa es la primera rebelión. Si te toca de chiquite no sabes que estás haciendo una rebelión, y yo que ya tengo 56 años te podés imaginar en mi época ¡qué rebelión podía haber!”, apunta entre risas.
Gabby habla de identidades en fuga que marcan el devenir hacia un lugar que de ninguna manera puede pensarse como un punto fijo, y en ese movimiento también se conjugan las reacciones de la sociedad: “Cuando moves el piso donde está parada la mayoría de la gente se produce una reacción de no entender, de no querer entender y no poder lidiar con un pánico propio, o no poder hacerse cargo de su falta de respeto al otro ser humano. Porque ya ni siquiera es hablar de empatía, viste que está de moda y la ponemos en cualquier lugar, y es respeto”.
En relación a las experiencias de transición de género, le poetx señala que tampoco esas situaciones deben considerarse necesariamente como un pasaje en términos de polaridad, sino más bien como la posibilidad de habitar esas identidades desde un nuevo lugar. Y para eso elige citar al poeta Rema Sanguinetti al decir que habita “un campo de sonido que me había sido vedado” para explicar por qué se nombra con la o si se define como trans no binario.
¿Y esto dónde termina? ¿Cuántos géneros? ¿Cuántas identidades? Gabby repite que las posibilidades son infinitas, aunque reconoce que los avances han sido mucho más rápidos que lo que la sociedad pudo digerir. Pero insiste: “Vamos a seguir agregando letras, y como esto es infinito, no nos van a alcanzar las letras, no nos van a alcanzar los signos, eso es lo más maravilloso, y al lenguaje lo vamos a tener que hacer explotar, dinamitar de los cimientos RAE para que sea capaz de volver a nombrar”.
Expandir la voluntad de representación
Para Emmanuel Theumer, marica feminista, historiador y docente universitario de la UNL, la creciente paleta de opciones para identificarnos se explica por la permanente movilización que han tenido los grupos de la diversidad y la disidencia en los últimos 30 años en pos del reconocimiento y de la ampliación de derechos para las identidades sexuales y de género.
A esto, deberá sumarse que la irrupción en el espacio público sucedió a través de la noción de comunidad. Theumer considera que esa estrategia resultó sumamente efectiva para “renegociar los términos del reconocimiento social” sobre las normas de género que regulan la vida en sociedad, y que a su vez permitieron a las organizaciones sociales “expandir la voluntad de representación y de inclusión”.
En este sentido afirma: “A mí me parece muy óptimo ese ejercicio de redefinición constante porque se trata de varias cuestiones, y no lo voy a negar, muchas de ellas conflictivas. Pero una muy especial es la de ofrecer un espacio posible de identificación, de realización personal, de posible acompañamiento, de sentirse parte, de esa necesidad de estar en el mundo que opera de modo disruptivo a todo un aparato de silenciamiento, de cancelación, de borramiento a quienes no responden a las regulaciones heterocentradas”.
Respecto a la incomodidad que puede generar la ampliación del acrónimo LGTBIQNB+ para quienes observan ese proceso desde la tribuna heterosexual, Emmanuel indica que esto no solo provoca turbulencias y preguntas, sino también reacciones que a menudo ponen en peligro a quienes se construyen desde ese lugar.
Sin embargo, reafirma que esta “diversificación de la comunidad” muestra una creciente “voluntad de inclusión, un esfuerzo por generar marcos de acompañamientos”. También señala que cada nuevo agregado de siglas implican un nuevo cierre normativo: “Siempre ese cierre normativo necesita de un afuera, si bien es cierto también que las posibilidades de autoindetificarse y de explorar la sexualidad son muy amplias”.
Otras narrativas para ser
Nat Kravetz es activista trans agénero. Sobre las posibilidades de enunciación de las identidades que se ubican en el espectro de las identidades no binarias, entiende que históricamente estuvieron condicionadas por normas culturales aceptadas y transmitidas de generación en generación: “Yo me acuerdo algo muy fuerte de la infancia… me decían cuando te cases, tal cosa, cuando tengas hijos, hijas, hijes, tal cosa. No había una duda a ver si yo me iba a casar, o si iba a tener hijes”, comenta.
En este sentido, considera que el ordenamiento social vigente todavía restringe la construcción de un imaginario ampliado: “Necesitamos que esas otras narrativas, que esas otras posibilidades de ser en el mundo aparezcan, necesitamos meterlas en el imaginario social, que sean para todo el mundo una posibilidad, no importa quién lo elige, y quien no lo elige, o quién elige qué, necesitamos que estén ahí desplegadas”.
En relación al signo + que se adoptó en los últimos años para la sigla LGTBIQNB, Nat opina que tiene poder en términos conceptuales para marcar que las identidades están en permanente construcción, deconstrucción y reconstrucción: “Marlene Wayar habla mucho del gerundio identitario, y para mí es una categoría que hay que abrazar porque sino nos solidificamos en una idea de cómo somos, quienes somos y se vuelve rígido, es una camisa de fuerza”.
En cuanto a la percepción de que se trata de identidades nuevas, le activista es contundente al afirmar que siempre estuvieron ahí: “Aparece esta idea de que hasta hace unos años había solo lesbianas y gays, bueno no… desde antes de la colonia había una variedad enorme de formas concebir el género. El binarismo de género es una imposición colonial. La lucha que nosotres estamos dando no es necesariamente por inventar cosas nuevas, es porque todas esas existencias que ya estaban habitando en nuestra sociedad, habiten el imaginario social y sean una posibilidad para cualquiera”.
Sacar a las identidades disidentes de las catacumbas
“Lo que no se nombra no existe, es importante dar esa disputa identitaria, ponerla en palabras, disputar el lenguaje y mostrar que hay otras formas de habitar el mundo, de vivir y de sentir que no necesariamente tiene que ver con la cis hetero norma. Esa enunciación no solo saca de las catacumbas a las identidades, sino que permite, hasta de una forma pedagógica, mostrarle a las nuevas generaciones y al mundo entero que hay distintas maneras de vivir”, indica la socióloga Mariana Palumbo en sintonía con el conjunto de ideas que hoy se discuten hacia el interior de la comunidad.
La chilena Claudia Rodríguez escribió en su libro “Poesía Travesti” que “el lenguaje ha sido históricamente un atributo masculino, económico y de dominio” para manifestar el enorme desafío que todavía significa para las diversidades y disidencias ponerle palabras a eso que somos, o a eso que vamos siendo. Por eso será hora, al menos para nosotres, de empezar a escribir con un lenguaje propio aquello sentimos y que hasta hace un tiempo solo fue posible nombrar a través de la reapropiación de los insultos que la heterosexualidad impuso para nuestros cuerpos.
“Lo primero es el nombrarse, lo primero y lo último…” escribió Susy Shock. “¿Y en el medio?” le preguntó la cordobesa Xara: “En el medio nos vamos buscando, siempre…”.