El 25 de noviembre de 1960 las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal salieron de la cárcel La Victoria de visitar a sus maridos. Los hombres estaban presos por ser parte de la resistencia contra la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo, en República Dominicana. Dos de ellas también habían estado detenidas por oponerse al régimen de facto y habían quedado en libertad tras violaciones y torturas. Cuando viajaban desde el penal hasta Salcedo, un grupo de hombres detuvo el auto. Las tres hermanas y el chofer fueron ahorcados y golpeados hasta morir. Sus cuerpos fueron depositados en el auto para simular un accidente de tránsito. Poco después se supo que los asesinatos habían sido una orden directa de Trujillo. Seis meses después de las ejecuciones el dictador fue asesinado.
El crimen de las hermanas Mirabal conmocionó primero al país y después al mundo. En 1981 mujeres de todo el continente se reunieron en Bogotá en el 1er Encuentro Feminista de Latinoamérica y del Caribe y propusieron que el 25 de noviembre fuera el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer en homenaje a las mariposas, como también eran conocidas las Mirabal. En 1999 la ONU reconoció la fecha que se volvió una de las más importantes en la agenda mundial de lucha contra la violencia de género.
Casi 60 años después los femicidios de las hermanas Mirabal toman otra dimensión en Latinoamérica. El golpe de Estado en Bolivia, la represión a las protestas sociales en Chile y Ecuador y el ascenso de Jair Bolsonaro en Brasil llegan con una violencia y una saña particular con los cuerpos de las mujeres y disidencias sexuales.
Para analizar la fecha, El Ciudadano conversó con Noelia Figueroa, doctora en Ciencia Política, docente, investigadora y secretaria de Género de la Facultad de Ciencia Política de la UNR. Además, es activista y referente de las organizaciones Ni Una Menos y Mala Junta.
-¿Cómo llega este 25 de noviembre para los feminismos?
-Este año toma otra importancia en la región con el golpe de Estado en Bolivia y la represión de los gobiernos de Chile y Ecuador a la protesta popular, que tienen formas específicas de violencia hacia las mujeres. Este 25 nos permite pensar la intersección entre los feminismos populares y la lucha de los derechos humanos. En el caso de Argentina se remonta a la genealogía que hacemos entre los pañuelos blancos de las madres y abuelas de Plaza de Mayo y los pañuelos verdes de pelea por el aborto legal. Las mujeres tuvimos un lugar central en los procesos de cambio y en la lucha contra las dictaduras. Pero también en cómo el poder y el aparato represivo busca disciplinarnos. No sólo nos asesinan y golpean, sino que tienen formas específicas de violencia sexual que pretende acomodarnos en el lugar que tradicionalmente nos fue asignado. Las violaciones en Chile y los abusos contra las mujeres con pollera en Bolivia hablan de una forma de violencia que es contra nuestros cuerpos. El feminismo es un actor y un sujeto político que en los últimos años ha mostrado gran capacidad organizativa, de movilización, de construcción de agenda y de debate. Por eso es importante que esté atravesado por la perspectiva de memoria y derechos humanos aportando luz para que sea un feminismo popular con responsabilidad histórica.
-En los últimos días hubo críticas de referentes feministas a Evo Morales. Vos hablás de la necesidad de construir un feminismo con responsabilidad histórica. ¿Cómo sería?
-Me entristeció mucho escuchar esas críticas al gobierno de Evo Morales que relativizan el golpe. Esas voces que aparecen, que no casualmente son de mujeres blancas, tienen muchísima teoría construida entorno a lo decolonial. Pero creo que si son capaces de afirmar estas cosas mientras están asesinando a mujeres de polleras, a personas de comunidades originarias de Bolivia o mientras prenden fuego a la whipala hay muy poco sentido de responsabilidad histórica y de responsabilidad política. Tenemos que caminar hacia una mayor coherencia entre lo que sostenemos y lo que hacemos, entre las prácticas y los discursos en momentos tan complejos de la historia política y social de América Latina. Todas las feministas tenemos que hacer un ejercicio permanente de escucha. Sacarnos la cosa soberbia y autoafirmativa y entrar en un momento de mucho diálogo, de nuevos aprendizajes, y de buscarle la vuelta. No para seguir en los lugares cómodos o para seguir haciendo lo que sabemos que nos sale bien, sino para meternos en los territorios más hostiles y sumar. Quiero un feminismo que sume cada vez más. Eso implica desplazamientos y movimientos en el día a día.
-En el Encuentro de este año en La Plata uno de los debates fue precisamente en relación a la inclusión de lo plurinacional y las disidencias en el nombre. ¿Crees que el debate se actualizó con el golpe en Bolivia?
-No es un debate simple porque a veces aparece un divorcio entre lo que decimos y lo que hacemos. Podemos tener un movimiento que tenga el nombre más inclusivo del mundo y que a la hora de convocar tenga pedidos sectarios que dejen afuera a gran parte de esas mujeres y disidencias. Creo que el debate del Encuentro tiene una actualidad inmensa que nos vuelve con las imágenes de Bolivia. Hay que entender que lo que molestó a los golpistas no fue que Evo sea machista, que no haya avanzado lo suficiente contra la burguesía de Santa Cruz o una autopista. Lo que hay es un odio revanchista de clase muy fuerte contra el proceso de transformación en un Estado Plurinacional, junto con la nacionalización y estatización de los hidrocarburos y muchas medidas económicas y sociales que hicieron que el vínculo entre Estado, economía y sociedad en Bolivia se trasforme mucho más que en cualquier otro país. La imagen de lo que esa idea plurinacionalidad puede construir es muy fuerte. Entonces, es necesario que en Argentina asumamos no sólo el nombre, sino las prácticas. En el Encuentro la discusión estaba en la calle, pero en los talleres pasó a ser un debate entre organizaciones. ¿Eso implica que haya que dejar el nombre de lado? No, para nada. Pero sí creo que tenemos que focalizarnos en las cuestiones prioritarias que es asumir un feminismo que sea para todas y todes, que no quede reducido en la clase blanca, que no sea un feminismo heterosexista ni excluyente de ninguna identidad. Y sobre todo estar organizadas para enfrentar los embates de los antiderechos que se vienen con fuerza.
-Antes hablaste de la violencia sexual en Chile y Bolivia. Este año en los juicios de Lesa Humanidad se juzgan por primera vez delitos sexuales. ¿Cómo ves la pelea por la Verdad y la Justicia en el contexto de lo que pasa en Latinoamérica?
-Se reactualiza la lucha porque las estrategias de la derecha no son algo del pasado. Como los militares fueron una herramienta de la política latinoamericana del siglo XX, entrado el XXI son un sector de poder específico cuando se necesitan imponer un modelo económico, tal como pasó en las dictaduras de los 60 y 70. Primero vimos los golpes blandos, como el de Brasil a Dilma. Ahora en Bolivia adquiere una forma clásica de articulación entre la embajada de Estados Unidos, la OEA, la represión en las calles y el cerco mediático. El enemigo con el que nos estamos enfrentando es el mismo, más allá de que hoy adquiera otras formas. Este nuevo neoliberalismo es fuertemente refeudalizador y dueñizante. Avanza sobre territorios y cuerpos con un nivel de impunidad que no habíamos visto. Hace 500 años la conquista de América latina fue la posibilidad del capitalismo a nivel mundial. Evidentemente hoy nuestro continente vuelve a ser el lugar donde se está disputando la posibilidad de sostenerse del capitalismo neoliberal. Y eso se hace por la vía de una fuerza y violencia que es inocultable.
-Durante el debate del aborto legal se definió a los sectores organizados en contra como grupos antiderechos porque su oposición excedía el derecho a interrumpir el embarazo e iba más allá. Hoy se vuelve a usar este término asociado a quienes llevaron adelante el Golpe de Estado en Bolivia. ¿Cuál es tu opinión sobre estos grupos?
-Los gobiernos de esta oleada neoconservadora y neoliberales tienen un componente de odio revanchista que se explica, en parte, por el período anterior de ampliación de derechos. Estos sectores no sólo se oponen al aborto o a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y personas gestantes, sino también a la educación sexual integral. Pero también son antiderechos porque están organizados para negarle a una parte de la ciudadanía el acceso a una vida libre y digna. Obstaculizan los derechos a un sector de la población que por género, clase, u orientación sexual necesitan intervención del Estado. Y es necesario separar la discusión religiosa o ideológica. Estos sectores vienen creciendo en articulación con fundamentalismos religiosos pero no son representativos de todas las personas religiosas. Y también tienen articulación internacional y respaldo con recursos financieros. Lo que pasó con el protocolo de aborto no punible fue una muestra de la capacidad de lobby que tienen, incluso con representantes en el Congreso y en el Ejecutivo. Lo que hizo Macri de dar marcha atrás fue una señal muy clara de que es un gobierno que se va con una apuesta fuerte a respaldar a estos sectores que en toda Latinomérica vienen creciendo.
-El discurso de los antiderechos apunta a los feminismos directamente como enemigo ¿Cómo lo analizás?
-Nos eligen como enemigo por ser en los últimos años el actor más visible, que más transformaciones generó, con capacidad de movilización y convocatoria, pero también con una propuesta de futuro, algo que a muchos movimientos sociales les está costando. El feminismo de la cuarta ola es ambicioso. Está discutiendo economía, política, cómo se organiza el poder en la sociedad. Eso genera una fuerte resistencia y nos coloca en la mira de estos sectores. No sólo estamos logrando poder de convocatoria, sino que estamos discutiendo el meollo del capitalismo en esta fase neoliberal. Las realidades que denunciamos y las propuestas políticas que llevamos adelante cuentan con apoyo popular. Si uno mira los números sobre la encuesta de creencia y religión en Argentina, la aceptación del derecho al aborto es notoria. De todos modos, tenemos un camino por recorrer en cómo vamos a discutir y trabajar con los sectores sociales donde más pie hacen los grupos antiderechos vinculados a las religiones, sobre todo el evangelismo, que han crecido en los últimos años. Hay algo del lenguaje de nuestras propuestas que genera resistencias y miedos. Hay que ensayar pedagogías, formas explicativas y acercamientos que hagan entender a la mayor parte de la población de que se trata de una propuesta para que todas y todos vivamos bien y para que nadie tenga que cambiar su forma de pensar, ni verse obligado a hacer cosas que no quiere. Es un desafío que está de nuestro lado de la cancha y en el que tenemos que trabajar en estos años que se vienen.
-El primer Ni Una Menos de 2015 marcó un antes y un después en el crecimiento de los feminismos en la Argentina en un contexto de gobierno neoliberal. ¿Qué balance hacés de estos cuatro años?
-El feminismo fue para muchas una salvación. Tuvimos la claridad de pasar en limpio nuestras demandas y tener un interlocutor muy claro que era el Estado, y específicamente el gobierno de Macri. La otra fortaleza fue que insistimos en la unidad. Sostener el nivel de movilización más allá de los debates y tensiones internas fue una decisión política de mucha inteligencia que nos permitió mostrarnos como un actor sólido y claramente antimacrista. Ese perfil se terminó de definir en el Encuentro de Rosario en 2016. De ahí surgió la fuerza para el primer paro de mujeres y disidencias, que fue el primer paro contra Macri. El balance de estos cuatro años es muy negativo en términos de todos los derechos que perdimos, sin tener más Ministerio de Salud, con ajuste y empobrecimiento. Pero es un balance positivo porque sostuvimos la unidad y la resistencia en la calle. Y la tradujimos en la derrota en las urnas que tuvo el macrismo en las elecciones. Una cosa no se explica sin la otra. Fuimos parte de la construcción de esa derrota. Los dos primeros años del macrismo la dirigencia estaba viendo cómo se salvaba, se planteaba que Cristina estaba muerta y que había una avenida del medio. Mientras nosotras estuvimos muy enfocadas en construir esa unidad y la organización que nos permitió estar en la calle. En este período nos salvaron los feminismos y se vuelven un lugar de refugio con proyección política.
-¿Cuál crees que va a ser rol de feminismo en los próximos cuatro años?
-El que históricamente propusimos que es desplazar los límites de lo posible y tensionar para que las políticas públicas sean lo más parecido a lo que nos imaginamos y soñamos. Hay una generación de feministas que asumimos un compromiso fuerte para trabajar desde dentro de las instituciones, promoviendo políticas públicas, diseñando programas, poniendo mucho esfuerzo en que todo lo que veníamos haciendo desde la militancia se pueda volver política pública. Vamos a seguir en la calle reclamando y demandando, pero también asumiendo el compromiso para hacer que este gobierno funcione y construya las políticas con las que soñamos. Al neoliberalismo lo derrotamos en las urnas pero hay una gran parte de la sociedad que votó a Macri. El lugar de los feminismos y de los movimientos sociales en general va a ser de disputa de sentido permanente. La fantasía de que ahora vamos a estar más tranquilas no va a ser así. Vamos a tener que estar en la calle bancando las medidas, construyendo hegemonía, y disputando sentido.