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Con pandemia o sin pandemia: las familias argentinas más vulnerables están en crisis permanente

La pandemia va minando las fuerzas espirituales y materiales de las familias que, en el transcurso de la crisis, ya han sufrido impactos: pérdida del trabajo, definitiva ausencia de seres queridos, la masacre del yo debido al estrésne continuo, y la hecatombe emocional de saberse vulnerables

Elisa Bearzotti

 

Especial para El Ciudadano

Siempre he sido consciente de la diversidad de almas que habitan el planeta y con el correr de los años, he desarrollado una veta por demás de tolerante y apenas prejuiciosa en relación a reacciones y elecciones ajenas. A quien le gusta el frío, a quien el calor, quien disfruta trepando montañas, quien desarrolla huertas, quien ama el riesgo, quien prefiere las tardes al sol. Pero siempre imaginé que todos, o casi todos (salvo los que portan genes heroicos o detentan superpoderes) generamos respuestas similares ante las crisis, peligros inminentes o catástrofes naturales: protegernos, colaborar, y actuar en grupo para mantener en pie las actividades básicas que nos permitan sobrevivir hasta que el sol vuelva a asomar en el horizonte. Es decir, como dice el saber popular, hay que “desensillar hasta que escampe”.

De hecho, casi todos los gobiernos del planeta han seguido esa línea durante el transcurso de esta crisis sanitaria y, aparte de los conocidos personajes negativistas y creadores de conspiraciones varias (quienes en el colmo del sinsentido desmienten lo evidente y defienden lo improbable), la mayoría hemos adherido a los prudentes consejos de los científicos en relación a mantener los protocolos sanitarios durante esta emergencia. Sólo que el tiempo pasa; el virus, en lugar de decaer, está desplegando nuevas artimañas, y el recuento de daños se hace cada vez más abundante. Hoy, las nuevas variantes del Sars Cov-2, más contagiosas y dañinas que sus predecesoras, empujan el horizonte del bienestar anhelado cada vez más lejos, y la pandemia va minando las fuerzas espirituales y materiales de la población que, en el transcurso de la crisis, ya ha sufrido impactos varios: pérdida del trabajo, definitiva ausencia de seres queridos, la masacre del yo debido al estrés continuo, y la hecatombe emocional de sabernos vulnerables y a merced de las fuerzas naturales.

Si bien todos debimos aprender a caminar con el sello del temor sobre la frente, existe un grupo etario en el cual aún es difícil evaluar la huella dejada por esta dura experiencia: se trata de los niños, niñas y adolescentes, quizás con una mayor capacidad de resiliencia que los adultos, pero con menos herramientas psicológicas para hacer frente a la incertidumbre. En este sentido, recientemente se dio a conocer una encuesta de Unicef Argentina –el organismo de las Naciones Unidas especializado en la infancia– realizada entre el 24 de abril y el 12 de mayo de este año, que indaga sobre el impacto que la segunda ola de la pandemia va dejando en las familias argentinas. El estudio, representativo de todos los hogares con niños, niñas y adolescentes que viven en el país, examinó temas vinculados a su alimentación, educación, conciliación de vida familiar y laboral de los papás y mamás, y acceso a trasferencias sociales, entre otros. La inestabilidad laboral de jefas y jefes de hogar, la falta de recursos para comprar alimentos, la contribución de los programas de transferencias sociales a la economía familiar, las estrategias de cuidado y las dificultades para sostener la educación son algunos de los puntos centrales que han captado la atención de los investigadores.

La encuesta señala que el 38% de los hogares atravesó situaciones de inestabilidad laboral durante 2020, como desempleo o cambio de un empleo formal a uno informal, porcentaje que asciende al 44% entre las mujeres. Al ser consultados por sus ingresos, el 56% de los hogares declaró que eran inferiores a los de meses previos a la pandemia, y este indicador se incrementa al 73% entre los hogares más pobres del país. “La inestabilidad laboral de las personas adultas repercute fuertemente en la economía familiar y, en consecuencia, en el bienestar de la población infantil y adolescente”, afirmó Luisa Brumana, representante de Unicef Argentina. “Los datos de la encuesta marcan que en la situación de emergencia actual, en la que más de la mitad de los chicos y las chicas vive por debajo de la línea de pobreza, continuar fortaleciendo los sistemas de protección social es clave para evitar que crezca la indigencia”, agregó.

En este contexto, el apoyo del Estado es fundamental. De acuerdo con la encuesta, el 39% de los hogares reciben la Tarjeta Alimentar, sin embargo, esto no impidió que el 25% de las familias se endeudase para comprar alimentos y que dejen de pagar al menos un servicio como la luz, el gas o internet. En relación a la medición de otras dimensiones, como la educación, se vio que casi 400 mil chicos y chicas abandonaron la escuela durante 2020, y al menos 67 mil afirmaron no haber retornado en 2021. Es justo el mismo número que dijo no tener acceso a internet.

El covid-19 también profundiza desigualdades al interior del hogar, ya que el 54% de las mujeres entrevistadas expresó que, desde el inicio de la pandemia, tiene más sobrecarga en las tareas domésticas y de cuidado. Además, cuando los adultos tienen que salir a trabajar, se generan situaciones de protección inadecuadas: un 10% de los chicos y chicas se quedan solos en sus casas, y un 7% a cargo de un hermano o hermana menor de 18 años. En cuanto a la salud mental, en cerca de la mitad de los hogares consultados en los que viven niñas y niños de hasta 6 años manifestaron que los chicos y las chicas sufrieron alteraciones con las comidas en los últimos 6 meses; un 39% indica que tuvieron alteraciones en el sueño, y el 27% dificultades en la comunicación.

Viendo en detalle la encuesta, entiendo que la dureza de los números a veces no permite entender cabalmente la dimensión de los “daños colaterales” que está dejando el covid-19. Pero un panorama donde se ve que las familias deben endeudarse para acceder a los servicios básicos, muchos chicos y chicas dejan sus actividades escolares para no regresar, y otros tantos han quedado rezagados por no contar con acceso digital, no resulta un buen augurio para los años venideros. En Argentina, un país dispar e incierto, los recurrentes tsunamis económicos han aumentado las diferencias sociales. Hoy, además, llegó la pandemia. Difícil erradicarla del discurso político como pretende Cristina. Para ello se requiere un grado de cohesión social y un estilo de confrontación que mantenga el respeto por el adversario nunca antes construido. Pero celebro la propuesta. Quizás resulte necesario empezar por allí.

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