Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
Hace unos días, el gobierno nacional, asustado por la creciente circulación de la variante Delta del coronavirus, optó por volver a cerrar las fronteras del país, abriendo las puertas a una controversia tan feroz como inútil. La decisión semeja la imagen del dedo queriendo tapar el Sol, porque, ¿qué sentido tiene imponer un cupo en los aeropuertos cuando la ferocidad de la nueva cepa genera un contagio de 6 a 8 por persona? No hace falta ser un matemático eximio para comprender la progresión geométrica de semejante ecuación. Si bien al inicio de la pandemia, este tipo de estrategias parecían ser el único modo de detener la invasión del voraz virus y sus efectos en cuerpos, mentes y corazones, el tiempo transcurrido y el desarrollo de las campañas de vacunación han brindado recursos más efectivos para poder responder a los posibles oscuros escenarios venideros.
En ese sentido, muchos expertos ya han anunciado que la cohabitación con el nuevo coronavirus se tornará inevitable. El coronavirus “está aquí para durar y se volverá cada vez más resistente”, aseguraron los fundadores de BioNTech, Ugur Sahin y Özlem Türeci, en una reciente entrevista del diario francés Les Échos. “La próxima generación del virus tendrá una tasa de transmisión de alrededor de 6 a 8, lo que significa que una persona contagiada puede infectar hasta a 8 personas que no son inmunes”, advirtieron los científicos. La buena noticia es que la convivencia con el virus podría llegar a ser armónica.
De acuerdo a un estudio publicado en estos días en la revista Science y reproducido por el New York Times, el coronavirus llegó para quedarse, pero una vez que la mayoría de los adultos sean inmunes (después del contagio natural o la vacunación) no será una amenaza más peligrosa que el resfriado común. El estudio sugiere que, con el tiempo, el virus sólo será motivo de preocupación en niños menores de cinco años, e incluso en ellos sólo provocará simples resfriados, o ningún síntoma en absoluto. En otras palabras, el coronavirus se volverá “endémico”, un patógeno que circula a niveles bajos y sólo en raras ocasiones provoca una enfermedad grave. “El tiempo que se tarde en llegar a este tipo de estado endémico depende de la velocidad de propagación de la enfermedad y de cuán rápido se aplica la vacuna”, señaló Jennie Lavine, becaria postdoctoral de la Universidad Emory de Atlanta, quien dirigió el estudio. “Así que, en realidad, lo más importante es lograr que todo el mundo se vacune lo más pronto posible”. Por lo tanto, si bien es poco probable que las vacunas erradiquen el coronavirus, con el tiempo se convertirá en un habitante permanente de nuestro entorno, aunque más benigno.
La contracara de esta buena noticia es que los expertos ya anuncian que, en los escenarios que se avecinan, la excepción formará parte de la regla. “De cara al futuro, hay que tener en cuenta que esta pandemia no es necesariamente la gran pandemia, no es la «big one»”, advirtió a la agencia española EFE Antoni Plasència, director general del Instituto de Salud Global de Barcelona, médico consultor en Salud Internacional en el Hospital Clínic y profesor invitado en la Universidad de Barcelona. De acuerdo a sus predicciones, la actual pandemia “tiene que servir como un aviso serio” en el sentido de que podría venir otra todavía más devastadora; por ejemplo una infección que podría ser vírica y que afecte a los niños como ha sido la polio o el sarampión. “Siempre hemos tenido situaciones de riesgo de pandemias, la diferencia es que ahora por las características de nuestro mundo fuertemente interconectado, interdependiente, el riesgo se amplifica y vemos que puede atacar a todo el planeta en cuestión de días o semanas”, indicó el catedrático, al mismo tiempo que apeló a la responsabilidad de las autoridades sobre el modo de afrontar estas situaciones.
Según Plasència es fundamental aprovechar los “tiempos de paz” para corregir y cambiar la visión reduccionista de nuestras acciones, ya que esa futura gran pandemia podría tener una letalidad todavía más elevada. “Con lo cual y a pesar del impacto negativo de la actual, podrían venir peores, pero en todo caso vendrán más; la de hoy nos trajo lecciones y una de ellas es la de que hay que respetar los sistemas naturales, hacer las paces con el planeta y proteger nuestra salud. Esto es una lección fundamental”, aseveró el científico, quien además se refirió a los ejemplos de negacionismo, aislacionismo y establecimiento de fronteras, juzgándolos como “manifiestamente inadecuados” para hacer frente a estos retos. En cambio, sostiene que a la hora de tener en cuenta la salud planetaria, hay que ser conscientes de la manera en que la movilidad, el comercio, las telecomunicaciones afectan los sistemas de este mundo global. Y marcó: “Ello obliga a pensar cómo vamos a gobernar la salud en un futuro, dado que el mundo ya no tiene fronteras”. De allí que los gobiernos deberían establecer sus prioridades con una visión global y no de puertas adentro: “Porque solo saldremos juntos y colaborando”, subrayó.
En esta crisis planetaria de múltiples aristas, no sólo se trata de evaluar las implicancias sanitarias sino también los “daños colaterales” que quedaron expuestos a partir de ella: desigualdades en el acceso a las vacunas, agravamiento de problemas como obesidad, salud mental, adicciones, violencia intrafamiliar, una población de infantes rezagados y excluidos debido a la aparición de una novedosa categoría discriminante, como la falta de conectividad. Todo hace que resulte necesario despertar de manera urgente la conciencia de universalidad en los gobiernos y organizaciones internacionales. “La inmediatez y la individualidad ya no pueden resultar parámetros de acción y planeamiento. Es necesario poner el énfasis en la dimensión colectiva y preventiva”, enfatiza Plasencia.
También nosotros, desde estas crónicas, venimos apelando a la necesidad de despertar una conciencia planetaria que nos permita pensar, planificar y actuar en nuestro pequeño espacio con una mirada global, en el presente con responsabilidad hacia el futuro, en nuestro entorno y sabiendo que cada acción genera repercusiones inmediatas e impensadas en los sitios más alejados del orbe. Parece una tarea titánica, pero en un mundo interconectado, cada pequeño gesto cuenta, y nada de lo que hagamos o dejemos de hacer resultará en vano. Basta empezar. Nuestros descendientes, agradecidos, aplaudirán los ecos de esta decisión que les permitirá seguir disfrutando de este bellísimo planeta. No es posible desviar la mirada. La cuenta regresiva ya comenzó.