“La maté. Pegame un tiro”, fue lo que le dijo Pablo Ramón Suárez a los policías que hace dos años lo encontraron dentro de una habitación de un inmueble de la zona sur, sentado en una silla junto al cadáver de su ex mujer, Olga Herrera. La pareja estaba separada desde hacía casi un mes, puesto que Olga había dejado de tolerar las situaciones de violencia a las que había sido sometida durante toda su relación, que llevaban ya 20 años y les había dado cuatro hijos. Según algunos testimonios recogidos durante la investigación del hecho, Suárez estaba convencido de que Olga mantenía una relación con otro hombre, y había amenazado con “darle una sorpresa”. El mes pasado, el juez Ismael Manfrín resolvió condenar a Suárez a 12 años de prisión por el delito de homicidio.
Olga Herrera tenía 39 años y fue encontrada muerta por su cuñada dentro de una habitación ubicada en el fondo de un quiosco de Presidente Quintana al 3300. Era la mañana del 10 de julio de 2009. Junto al cuerpo, sentado en una silla y con las ropas manchadas con sangre se encontraba su ex pareja, Pablo Ramón Suárez, en ese entonces de 47 años, en completo estado de ebriedad.
La cuñada de Olga (y hermana de Suárez) salió del lugar y se comunicó con el 911. Cuando la Policía ingresó al lugar y le preguntó al hombre qué había ocurrido, éste se limitó a contestar: “La maté. Pegame un tiro”.
El mes pasado, el Juzgado de Sentencia de la 1ª Nominación, a cargo del magistrado Ismael Manfrín, condenó a Suárez a la pena de 12 años de prisión más accesorias legales y costas, por el delito de homicidio.
Según se desprende de la investigación, el cadáver de Olga se encontraba tendido en el suelo de una habitación ubicada detrás de un quiosco de Presidente Quintana al 3300, en medio de un charco de sangre. La autopsia reveló luego que la muerte de la mujer había sido causada por una herida de arma blanca en el maxilar inferior izquierdo, de gran profundidad.
En la escena del crimen, los pesquisas hallaron un cuchillo manchado de sangre que, un examen químico reveló, pertenecía a Olga. Lo mismo ocurrió con el ADN encontrado en la ropa de Suárez.
El hombre, que fue procesado por el homicidio de su ex pareja, se negó a declarar en todo momento, salvo por una vez, que se limitó a decir que ese día recordaba haber tomado “dos petaquitas” y luego tenía la mente en blanco, reza el fallo. Sin embargo, a pesar de que esto fue utilizado por la defensa como una estrategia para intentar declararlo inimputable a causa de la cantidad de alcohol en sangre, esto fue desestimado por el juez, que entendió que, según las pericias, Suárez era completamente conciente de sus actos.
Según se desprende de la investigación, Olga y Pablo se habían conocido en el Chaco, de donde ambos eran oriundos, hacía 20 años. “Nunca se casaron. Yo tenía 10 u 11 años cuando vi por primera vez que él le pegaba”, declaró ante el juez Rosa H., la hermana de la víctima. “Ellos vivían en el campo, y yo iba con mi hermanito a veces de visita y ahí yo veía que le pegaba piñas, con un chicote, que es algo que hacen de cuero para pegarle a los animales, y le pegaba en la cara, porque ella solía tener los ojos morados. Mi hermana estuvo una vez embarazada de cinco meses y como Suárez le pegaba en la panza lo perdió”, continuó la mujer.
De acuerdo con el mismo relato, unos cinco años antes del trágico desenlace, Olga había abandona a su concubino y se mudó a Buenos Aires junto con sus cuatro hijos, pero él la fue a buscar y juntos se instalaron en Rosario. “Yo viví un tiempo con ellos, y él solía emborracharse y se ponía como loco, rompía cosas y le pegaba a Olga”, expresó Rosa, de 32 años, en su declaración.
Un mes antes de su muerte, Olga había decidido dejar de sufrir los tormentos a los que era sometida y abandonó la casa de Suárez. Pidió ayuda a su cuñada, quien era dueña del quiosco de Presidente Quintana al 3300. Ella le dio trabajo y una pieza atrás del comercio para que pudiera dormir.
De acuerdo con la investigación, la noche del 9 de julio de 2009, Suárez se acercó al comercio para intentar solucionar las cosas con la mujer. Unos días antes había manifestado a sus familiares que él sospechaba que Olga estaba en una relación con otro hombre. “Ya van a tener una sorpresa”, aseguró a Rosa por teléfono.
A la mañana siguiente, la dueña del quiosco fue al lugar poco antes de las 9, y lo encontró cerrado, a pesar de que debía abrir a las 7.30. La mujer no pudo entrar por el frente, porque la puerta estaba trabada de adentro, por lo que ingresó por una entrada lateral y se encontró con el inesperado cuadro.
Suárez fue detenido tras la llegada de la Policía, sin oponer resistencia. Hasta hoy continúa preso, ahora con condena firme.