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Condenaron a prefectos que torturaron a pibes de La Poderosa

Dos años después del infierno que sufrieron Iván Navarro y Ezequiel Villanueva Moya, los seis uniformados que los desnudaron, les pegaron, simularon un fusilamiento y amenazaron con matarlos y tirarlos al Riachuelo, recibieron penas de más de ocho años de prisión

Por Ezequiel Ortega/Cosecha Roja

Pasaron casi dos años de la madrugada en la que Iván Navarro y Ezequiel Villanueva Moya, militantes de la organización La Poderosa en la Villa 21-24 del barrio porteño de Barracas, fueron detenidos ilegalmente por agentes de Prefectura que los llevaron a orillas del Riachuelo donde los torturaron: los desnudaron, les pegaron, simularon un fusilamiento y amenazaron con matarlos y tirarlos al Riachuelo. El apoyo de La Poderosa y el reclamo popular permitieron que la causa llegue a juicio. Este viernes el Tribunal Oral en lo Criminal 9 condenó a seis prefectos a penas de más de ocho años de cárcel.

Leandro Antúnez, Osvaldo Ertel y Orlando Benítez recibieron una pena de 10 años y seis meses de cárcel. Eduardo Sandoval, Yamil Marsilli, Ramón F. Falcón fueron condenados a 8 años y 11 meses. Todos fueron considerados culpables de los delitos de imposición de torturas, privación ilegítima de la libertad, lesiones leves, robo agravado y calificado por uso de armas de fuego y por haber sido cometidos por miembros de las fuerzas de seguridad. Ninguno de ellos podrá volver a ejercer un cargo público.

El tribunal pospuso hasta el 22 de octubre la lectura de los fundamentos. Entre los considerandos los jueces incluirán un listado de medidas que el Ministerio de Seguridad deberá adoptar para evitar que las fuerzas repitan estos métodos.

Las abogadas querellantes celebraron el fallo. “Lo más importante es que haya quedado claro que fueron torturas”, explicó a Cosecha Roja la abogada del Centro de Estudios Legales y Sociales Agustina Lloret. “Es un mojón en la lucha contra la impunidad. Para Iván y Ezequiel y por todos los pibes por los que no pudimos hacer justicia”, dijo la abogada Gabriela Carpineti.

La audiencia comenzó a las 11.17. Sentada en la primera fila estaba Nora Cortiñas, madre de Plaza de Mayo. También los diputados Leonardo Grosso y Horacio Pietragalla, activistas de derechos humanos y decenas de militantes de La Poderosa. El presidente del tribunal, Fernando Ramírez, le ofreció a los imputados decir sus últimas palabras. “No me considero criminal ni torturador. Cometí un grave error y lo reconozco”, dijo el prefecto Antúnez. “Estoy arrepentido, pido disculpas a las víctimas y a los familiares”, agregó. Benítez, Ortel y Falcón también pidieron disculpas. Falcón incluso dijo que le gustaría estrecharle la mano a Iván y Ezequiel.

Sentado en la tercera fila de la sala de Derechos Humanos del Palacio de Tribunales se mordía el labio y sacudía la cabeza de lado a lado como diciendo “no” cada vez que escuchaba a los prefectos pedir disculpas y contar cómo sufren estar presos.

Sandoval dijo que no había estado esa noche en el Riachuelo. Contó que lleva más tiempo preso del que estuvo en Prefectura. Marsili fue el único que no quiso hablar.

Después de escuchar a los imputados, el juez anunció un cuarto intermedio. A las 15 se reanudó la audiencia.

A partir de la declaración de las víctimas, testigos y de los imputados y del análisis de las comunicaciones y los GPS de los vehículos de Prefectura durante el juicio reconstruyeron el recorrido que hicieron los prefectos la noche del 24 de septiembre de 2016. A las 23.45 Iván y Ezequiel fueron detenidos frente a la Casa de la Cultura en la Villa 21-24 de Barracas. Ahí los paró la Policía Federal y dio aviso a Prefectura, que andaba buscando a un grupo de dos o tres hombres armados que habían cometido un robo en la zona.

Los hombres a los que buscaban eran mayores de edad. En ese entonces Iván tenía 18 años recién cumplidos y Ezequiel 15. Tampoco coincidían con la descripción física ni de la ropa de los sospechosos ni llevaban armas. Los prefectos confirmaron en el juicio que sabían que los chicos no eran los delincuentes que buscaban. Igual los esposaron y los subieron a una camioneta y un auto de Prefectura y los llevaron al Contenedor 3, la garita que tiene la fuerza en la zona. En el camino los amenazaron y les pegaron.

Los dos móviles pararon frente al Contenedor, en la Avenida Osvaldo Cruz e Iguazú. Iván reconoció el lugar: estaban a dos cuadras de la casa de su abuela. A Ezequiel lo bajaron y lo metieron en el baño químico. “Me pegaron entre cinco. Lo vi a Antúnez, me dijo que me iba matar”, declaró Ezequiel en el juicio. Después lo metieron en la Ranger en la que estaba Iván. Su amigo lo vio encapuchado y golpeado.

“Me dijeron que nos van a matar”, le dijo Ezequiel. Iván intentó tranquilizarlo. Él también tenía miedo y pensaba que los iban a matar.

El móvil 656 en el que viajaban Antúnez, Benítez y Sandoval arrancó por Osvaldo Cruz en dirección oeste. Atrás, sentados uno encima del otro, estaban Iván y Ezequiel. La Ragner dobló por Diógenes Taborda hacia el sur: 140 metros hasta una zona descampada a orillas del Riachuelo, detrás de la fábrica de Pepsi. El móvil 657 llegó unos segundos después. Al volante estaba el prefecto Félix de Miranda, que fue desafectado de la causa durante la etapa de investigación y que podría ser juzgado en un segundo debate. Lo acompañaban Ertel, Falcón y Marsilli.

Era una noche particularmente fría. “Ahora no te va a ver nadie, mirá donde estamos, en la oscuridad”, le dijo uno de los prefectos a Ezequiel cuando bajaron.

La escena duró 45 minutos, según el registro de los GPS de los autos. Para los prefectos fueron 45 minutos de fiesta: pusieron música, tomaban alcohol y fumaban. Hacían chistes y se reían. Para Iván y Ezequiel fueron los peores 45 minutos de sus vidas.

En la orilla del río los separaron. Aunque estaba a unos pocos metros los amigos no llegaban a verse en la oscuridad. A Iván le sacaron las camperas y le vieron una cadenita de oro. Le decían que era un villero, que todo lo que tenía era robado. Lo obligaron a hacer flexiones mientras le saltaban encima y lo pateaban. Le dejaron moretones en la cara, la espalda, las manos, los muslos, las rodillas y los tobillos. Uno afiló un cuchillo en el piso. “Soy carnicero”, escuchó Iván mientras sentía el frío de la hoja en el cuello.

Mientras le pegaban, Iván escuchaba cómo los prefectos se ensañaban con su amigo. A Ezequiel lo habían desvestido hasta dejarlo en calzoncillos. Le pegaron en la cara con la culata de una pistola, lo quemaron con cigarrillos, lo esposaron de una mano a la baranda y le dijeron que corra. Lo obligaron a hacer flexiones de brazos y lo hicieron rezar un padre nuestro.

De a ratos les recordaban la amenaza de tirarlos al Riachuelo. Parte de las torturas quedaron registradas en dos videos que grabó el prefecto De Miranda –el único que no llegó a juicio– y que fueron encontradas en su celular durante el peritaje.

El primero se filmó a las 00.49 y dura 59 segundos. No se alcanza a ver nada. Se escuchan dos escenas que suceden en simultáneo. En segundo plano, Iván llora y se queja: “Son unas lacras”. En primer plano se escuchan tres voces de prefectos.

 

“¿Este lo tenés en blanco?”, dice uno mientras le roba el celular a Ezequiel. El otro dice: “¿Aprendiste que no tenés que joder las bolas? Si no te vamos a dar otra lección”. Y el tercero agrega: “¿Vos trabajás también? ¿Mentís como el otro?”

El segundo video fue grabado tres minutos después y dura 35 segundos. Se escucha a los dos chicos cantando un reggaeton y la risa de los prefectos.

La sesión de tortura siguió. El prefecto Benítez sacó el arma reglamentaria y le gatilló al lado de la cabeza a Ezequiel. El chico perdió el conocimiento. Iván escuchó la detonación y después el silencio. Pensó que habían matado a su amigo.

Otro de los prefectos sacó el arma, se la puso en la rodilla a Iván y le preguntó en qué pierna quería el tiro. Después le apuntó en la nuca y le puso el arma en la boca. “Besa la pistola”, le dijo.

Sobre el final, uno de los prefectos le mostró un palo a Ezequiel, que había recuperado el conocimiento. “Este entra, eh –le dijo– ¿Alguna vez te metieron un palo en el culo?”.

Poco después de la una de la madrugada los liberaron. Les habían robado la ropa, las ojotas, los celulares, una cadenita de oro, un anillo. “Empiecen a correr, al que se quede atrás lo mato, “les gritaron y los pibes corrieron. Varias cuadras hasta la casa de la abuela de Iván. Tenían golpes en todo el cuerpo. Ezequiel no veía bien. La hinchazón le cubría un ojo.

Con el apoyo de sus familias y de los compañeros y compañeras de La Poderosa, los chicos denunciaron las torturas y los seis prefectos fueron detenidos. “En los últimos años, hemos advertido con preocupación el recrudecimiento de lo que se conoce como hostigamiento policial y que se dirige principalmente a los jóvenes de los barrios pobres. Se trata de prácticas cotidianas de abuso, como las demoras reiteradas e injustificadas en las calles y golpes, pasando por formas de humillación, hasta llegar a las torturas”, explicó la abogada Agustina Lloret, del Centro de Estudios Legales y Sociales, durante los alegatos.

El caso de Ezequiel e Iván fue una excepción. La mayoría de los jóvenes ni siquiera llegan a denunciarlo.

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