Por Piotr Kozak, para The Guardian. Traducción: El Ciudadano.
Cuando Marta Ramírez aceptó, a los 63 años, que un indigente nonagenario viva en su hogar, no lo tomó como una imposición a largo plazo.
Un incendio había reducido a cenizas la casa del hombre y no tenía a nadie; parecía frágil.
“Tenía 99 años, y no pensé que le quedaba mucho tiempo”, recordó Ramírez.
Ahora Marta tiene 85, y su huésped a largo plazo, Celino Villanueva Jaramillo, tiene 121 años. Es muy probable que sea el hombre más viejo del mundo.
Nacido en 1896, cuatro años antes que Nabi Tajina, la supercentenaria japonesa apuntada por el libro Guiness de los Récords como la persona más vieja del mundo, Jaramillo perdió su acta de nacimiento en el mismo incendio que lo dejó indigente, hace 20 años.
Pero la fecha de nacimiento en su documento chileno es 1896, y nadie en Chile, ni la presidenta ni el ministro de Justicia –quien personalmente renovó su identificación en 2016–, dudan de su longevidad.
“Si chequeamos nuestros registros, Celino Villanueva Jaramillo nació, efectivamente, el 25 de julio de 1896, y todavía está vivo”, contó Jacqueline Salinas, funcionaria del Instituto Nacional de Estadísticas de Chile.
Jaramillo nació en el pueblo de Río Bueno, distante 48 kilómetros al sur de la capital provincial, Valdivia. Era el año del primer Juego Olímpico moderno, disputado en Atenas, Grecia; cuando Utah se convirtió en el 45º estado de los Estados Unidos y Ford producía su primer automóvil.
Los detalles pormenorizados de su juventud son difíciles de determinar, ya que la comunicación con él es limitada. Lo que sí se sabe con seguridad es que siempre encontró empleo como trabajador agrícola, y los últimos 30 años de su vida laboral lo hizo para un hacendado llamado Ambrosio Toledo.
Cuando Jaramillo cumplió 80, don Ambrosio le deseó buena suerte, lo palmeó en la espalda y le dijo que sería reemplazado por un trabajador rural más joven. Y le pidió que desaloje la casa donde vivía. El terrateniente le había pagado los aportes patronales, así que Jaramillo, al menos, tenía una austera jubilación para seguir viviendo.
Se mudó a un pueblo costero cercano, Mehuín, y alquiló una choza venida a menos con piso de tierra y una estufa a leña en el centro donde solía ahumar sus pescados (una braza perdida fue la causa del incendio). Los niños del lugar, hoy adultos, lo recuerdan como una figura élfica, por su baja estatura, que siempre caminaba el pueblo con un saco al hombro. Jaramillo complementaba su magra jubilación cultivando verduras y vendiendo el excedente a comercios locales.
Luego del accidente que destruyó su hogar y pertenencias y casi acaba con él –sufrió quemaduras superficiales e inhalación de humo–, Marta Ramírez lo acogió en su casa.
En el día de su cumpleaños 115°, en 2011, el entonces presidente, Sebastián Piñera, voló personalmente a Valdivia, acompañado por el ministro de Desarrollo Social, Joaquín Lavín, en un avión cargado de regalos para el ciudadano más longevo de Chile.
Lavín le entregó a Jaramillo un certificado que confirmaba el reconocimiento por parte del gobierno de su edad, y le confió que era un ejemplo perfecto de salud y vitalidad a seguir para toda la ciudadanía.
Piñera le obsequió auriculares, bastones y una cocina a leña.
Por desgracia, al hombre, el más longevo de Chile y posiblemente del mundo, no le fue ofrecido un cuidado especializado en la tercera edad, que en los años siguientes hubiese resultado un regalo mucho más gentil.
En Chile, esa atención está reservada para los pacientes de institutos privados, y Jaramillo, una persona pobre, depende del sistema público, de menor calidad. Una visita al hospital a comienzos de este año no arrojó buenos resultados. Marta Ramírez sostiene que el hombre no es el mismo desde entonces.
Ahora, ciego en un 90 por ciento a causa de una catarata (operable) en los ojos; sordo en un 85 por ciento y desdentado desde un tiempo que ya nadie recuerda, es difícil entender lo que dice Jaramillo, aunque la familia que lo cuida desde luego lo hace.
Durante una visita del periódico britántico The Guardian, Jaramillo se sentó a la mesa y mascó a pura encía un poco de pan con queso. La conversación estuvo afectada por sus problemas auditivos. No puede caminar sin que lo ayuden, pero por momentos se despachó con una repentina charla en la que memoró cómo cuando era un bebé una tía le rompió el brazo y las numerosas mujeres que tenía el jefe de la tribu mapuche.
“¿Por qué vos no tuviste una?”, pregunta Ramírez. Jaramillo no responde.
Nunca se casó ni tuvo hijos.