Cuando Juano Orio (32) vio por primera vez las islas frente a Rosario dijo: «Quiero poder vivir así, saber que en 20 minutos puedo cruzar el río». Nació y creció en Bariloche, vivió unos años en Buenos Aires y en diciembre de 2008 vino a vivir a la ciudad. Después de alquilar en distintos barrios se abrió una posibilidad tentadora para el futuro: comprar un lote de tierra en isla La Deseada para luego poder construir una casa.
Violeta Paulini (29), Juan Manuel Cerfoglio (28) y Wladimir Ojeda (31) también están construyendo en este lugar y desde el fin de semana pasado estuvieron junto a los isleños intentando combatir el fuego. Por lo pronto, lo lograron.
«Hay mucha gente que se opone a las construcciones en las islas pero mi postura es que ante esa oposición podés simplemente oponerte y no hacer nada o encauzar esa energía y hacer esas construcciones con todo el amor que le tenés al río. Porque no lo vamos a detener», planteó Juan Manuel, que está haciendo su proyecto de tesis de la carrera de Arquitectura sobre la hipótesis de que el crecimiento urbano en isla La Deseada (sobre Paso Destilería, entre Boca de la Milonga y el puente Rosario-Victoria) es inevitable. En este marco intenta responder algunas preguntas: cómo tendrían que ser las casas, qué riesgos se corren y qué posibilidades surgen.
«Construir en la isla tiene una complejidad muchísimo más grande que construir en otros lugares. Desde la capacidad del suelo para resistir el peso de los materiales, transportar los mismos, el agua que crece, el tema de los servicios y la comunicación… Desde la tesis me propongo un montón de preguntas asumiendo que en el futuro el avance de la ciudad va a llegar, va a crecer la mancha urbana y va a haber casas ahí», sostuvo. Junto con varias personas que están construyendo en la isla integran un grupo que se llama Reserva Natural Habitada, hacia allí apuntan.
Juan Manuel rema desde que tiene memoria, su papá fue la primera persona en cruzar el Río de la Plata en canoa y con Violeta, su pareja, tomaron sus primeros mates en la isla, en el mismo lugar donde ahora están construyendo su casa.
Ella siempre vivió en La Florida, al norte de la ciudad. A los 15 aprendió a remar y nunca dejó de ir al río. Violeta es comunicadora social y desde que se recibió todos sus recorridos laborales implicaron espacios educativos, culturales y públicos abiertos a la naturaleza. Pasó por La Granja de la Infancia, el Acuario y ahora trabaja en el Museo de Ciencias Naturales Ángel Gallardo. «Este camino se fue dando de forma espontánea pero siempre fueron lugares pensados como una propuesta educativa en torno al ambiente, generando una reflexión por ese lado. Algo que repetíamos en el Acuario es que la ciudad se emplazó sobre el humedal. Somos parte de este ecosistema. Cuando hablamos del humedal también estamos hablando de nosotros, ciudadanas y ciudadanos rosarinos», reflexionó.
«Ahora que en los últimos diez años se multiplicó la cantidad de gente que se acerca al río, que lo recorre en kayak o práctica algún otro deporte en sus aguas, tenemos que generar instancias de conversación sobre cómo estamos y vamos a seguir interviniendo en el territorio de las islas. Protegerlo no es solo cerrar puertas, que lo habiten unos pocos. Ahí aparece la necesidad de que el Estado intervenga construyendo educación y reglamentando su buen uso», planteó.
Juano también habla de formas de pensar y habitar el humedal: «Siempre busco tener una relación íntima con la naturaleza. Si bien estudio Arquitectura y vivo en una urbe mi foco no deja estar puesto allá en las islas, en las posibilidades de ser de la arquitectura y tecnología que ahora están en vanguardia de energía libre de recolección de agua, tratamiento de residuos, energía solar. Mi búsqueda profunda va por ahí, una arquitectura con comodidades para el ser humano en lugares agrestes, en lugares que podamos estar en íntima relación con el entorno».
En Rosario, Juano siempre trabajó en el ámbito de la construcción y le interesa profundizar en construcciones naturales, con materiales crudos, es decir, que no necesitan un tratamiento ni proceso químico o físico para transformarse en otra cosa.
Por su parte, Wladimir es artista y guardavidas. Su abuelo nació en la isla, era pescador y se mudó a la ciudad cuando se casó con la abuela de Wladimir. Su vínculo más fuerte con el río empezó a los 15 años cuando aprendió a remar y hoy junto con su madre compraron un terreno en isla La Deseada. «Mi intención con este lugar es generar una residencia de arte, que vengan artistas de otros lugares y trabajen en relación al humedal. Las residencias tienen esto que vas y te quedás un tiempo -pueden ser 15 días o un mes, dos meses- viviendo en un lugar que no es el tuyo y empezás a producir en relación a este nuevo contexto», explicó. El artista fue premiado por el Salón Nacional en 2017 por la performance Danza de apareamiento del sábalo de río. Fue con este dinero, en parte, que pudo comprar este terreno. En este sentido, contó que todas sus producciones artísticas trabajan de una u otra manera el agua.
Los cuatro hablan del sentido de comunidad que existe en la isla a diferencia de lo que ven en la ciudad donde muchas veces no se conocen ni entre vecinos en una misma cuadra. Allá el cuidado mutuo es una forma de habitar el humedal, como el fin de semana pasado que hicieron frente a las llamas que llegaron por primera vez en lo que va de este 2020 de quemas de pastizales constantes. «Es el amor por este espacio el principal motor para cuidarlo y querer habitarlo de una manera armónica y respetuosa ante sus características y ante sus habitantes», resumió Violeta.