¿Cuán dañados deben quedar nuestros organismos para que quienes definen las políticas de producción y organización urbanas piensen lo que éstas significan para la salud y la vida de los ciudadanos? ¿Cuánto vale una vida digna, saludable?
El fallo judicial que condenó ala Municipalidadde Rosario a indemnizar a los vecinos de Puente Gallegos por la exposición comprobada a los gases emanados de la descomposición biológica de la basura allí depositada, es alentador. No obstante, advertimos con cierta preocupación cómo la falta de análisis complejos de la problemática de la salud hace que no existan registros que muestren la relación entre algunas enfermedades y el daño ambiental.
Podemos preguntarnos: ¿quién midió la cantidad de dioxinas que los vecinos de Puerto Gallego inhalaron como producto de la combustión de los plásticos que constituyen gran parte de los basurales? ¿Cómo se desvincula un broncoespasmo de la exposición a gases de combustión que hiperestimularon el sistema inmunológico de los bronquios en algún momento de nuestra vida? ¿Dónde está el certificado de “basura libre de mercurio” que nos imposibilita vincular al relleno con cuadros de intoxicaciones crónicas por ese metal? ¿Qué espacio hay en las historias clínicas que se utilizan en los servicios de salud para registrar los cuadros que motivan las consultas con eventos socioambientales de los últimos veinte años (por definir un período de tiempo en el que pueden expresarse problemas de salud a partir de exposición a determinadas sustancias, gases, solventes que pueden terminar en los rellenos)?
Entonces, ante la ausencia de respuestas categóricas a estos interrogantes, ¿podemos seguir cargando en las víctimas el peso de “probar el daño”?
Quela Justiciaasuma estos temas y falle a favor de la vida es saludable.
Sin embargo, los rosarinos ¿sabemos qué pasa con la basura que generamos?
Pensemos en “la basura”… Imágenes desagradables de montañas de bolsas o recuerdos de olores nauseabundos, vienen a nuestra mente. También puede que los contenedores de colores instalados recientemente en la ciudad nos recuerden que se puede “reciclar” lo que tiramos.
Lo que raramente ocurre es que asociemos las enfermedades que padecen otros vecinos (o nosotros mismos) con nuestros modos de consumo y, por lo tanto, con la basura que producimos en casa.
Las políticas de separación domiciliaria, de reciclaje, son importantes pero claramente insuficientes en la medida que no detengamos nuestros modos de consumo insustentables y dañinos para la salud.
Quienes definen políticas públicas deben plantearse estas cosas. Cierto.
¿Y los que elegimos a quienes nos representarán en los espacios donde se definen las políticas? ¿Cómo asumimos los ciudadanos la relación entre lo que consumimos y la salud o las enfermedades? ¿Nuestra responsabilidad termina cuando dejamos la bolsa bien cerrada en el contenedor?
Pareciera que la cultura del descarte nos constituye y nos impide preguntarnos algunas cosas.
Envases descartables, ropa descartable, comida descartable, relaciones descartables, ideas descartables, decisiones descartables, votos descartables, vidas descartables…
¿Es necesario esperar quela Justiciaobligue a pagar indemnizaciones, para que dejemos de actuar como si también hubiese gente descartable?
¿Y si nos animamos a re-pensarnos?
¿Si elegimos no descartar sino hacernos cargo de lo que generamos?
Quizás entonces caminemos hacia una sociedad saludable.
Nos lo debemos. Por nosotros. Por los que vienen detrás.
Responsable académico de la materia Salud Socioambiental y subsecretario académico de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNR.