Algunos rasgos y preferencias de las personas generan una identidad, es decir, describen al sujeto por lo que es. Si esas marcas identitarias, como lucir los colores del equipo de fútbol favorito, se repiten en experiencias crónicas, generan una cultura. Si esa misma cultura se transmite de generación en generación, podemos pensar que se forma una tradición, porque esas marcas no son naturales sino que fueron generadas. Carlos Solero forma parte de una tradición en Rosario, la del escritor anarquista. En su nuevo libro Escritos y reflexiones contra teclado, retoma las viejas prácticas de los libertarios que supieron crear espacios y grupos culturales que dieron lugar a una militancia en pos del cambio social, algunas veces a partir de la lectura, el encuentro, el arte, y otras veces a partir de la “lucha directa” en las calles. Sumado a esto, el porqué de la escritura de Solero apunta a una necesidad que tiene el autor de hacer visibles “la lucha contra la explotación, la opresión y la dominación”, a la vez que aportar a “la libre reflexión y el debate”.
El legado
La tradición en la que se inscribe Solero surgió a fines del siglo XIX en Rosario, cuando los primeros anarquistas llegaron a la ciudad o tantos otros descubrieron esa faceta de su pensamiento en la urbe. No se trata de una casta ni de un linaje, que el autor desaprobaría, sino de un grupo de gente que se tomó la tarea de ser canal conductor, algunas veces “esclarecido”, de posiciones políticas, fundamentalmente sobre qué hacer en una sociedad ya agarrotada por la presión capitalista. Esa primera generación de militantes e intelectuales anarquistas tuvo una ubicación física para debatir los movimientos y las acciones a partir de la Casa del Pueblo –ubicada en el margen de la ciudad, en barrio Refinería– y estuvo compuesta por “Pellico” Antonio Pellicer Paraire, Virginia Bolten, Romolo Ovidi, Nicolás Blanco, Domingo Alocco, Manuel Manrique, Narciso Jardón. Ese espacio habría sido conformado entre 1899 y 1900. Algunos relatos de memoria oral y escrita también ponen como lugar de encuentro al bar Vieja Bastilla una década antes, desde donde se organizó la primera movilización del 1° de Mayo en la ciudad, en 1890. Los materiales producidos por estos anarquistas, que se hallaban entre una postura “individualista” y otra que prefería llevar al conjunto de los oprimidos a armar una estrategia de lucha organizativa, eran fundamentalmente los periódicos obreros. Uno de ellos fue Demoliamo, que fue editado por la Sociedad Cosmopolita de Panaderos, adherida a la Federación Obrera Internacional rosarina. Desde entonces, algunos de estos militantes conjugaron las actividades periodísticas y de militancia, a la vez que se constituían en referentes, que brindaban opiniones y anunciaban y compartían actividades culturales con sus compañeros. Las más de las veces, el modelo era el de Émile Zola con su columna editorial “Yo acuso”, del periódico L’Aurore, donde denunciaba las estrategias de los poderes concentrados para intervenir los poderes legislativos e interceptar todas aquellas leyes favorables a los trabajadores y a los sectores más humildes en una Francia ya bastante convulsionada. Sumados a éstos, también hubo intelectuales que prefirieron llevar sus denuncias sobre la realidad social de las clases desposeídas a otros ámbitos como el teatro. Uno de ellos fue Florencio Sánchez, quien basculó entre el socialismo y el anarquismo pero no dudó en denunciar las precarias condiciones de vida, y los conflictos sociales que atravesaban los hombres, mujeres y niños de la clase trabajadora rosarina de principios de siglo XX.
De Rebelionistas a Juvenal
Una segunda generación de estos militantes e intelectuales anarquistas está encabezada por Enrique González Thomas, al frente del grupo “Rebelionistas”, quienes editaron los periódicos La Rebelión, entre 1913 y 1919, y posteriormente, El Comunista. Este grupo, con las noticias de la Revolución Rusa, se hizo simpatizante por un tiempo, algunos para siempre, de esa experiencia, y por esta cuestión se los denominó “anarco-bolcheviques”. Entre ellos encontramos a la compañera de González Thomas, Eva Vivé, y a Leopoldo Alonso, Julio R. Barcos, Atilio Biondi, Mariano Barrajón, Elías Castelnuovo, Jesús González Lemos, Sebastián Ferrer, Pierre Quiroule, y Fernán Ricard. De ese mismo grupo surgieron los principales dirigentes anarquistas que protagonizaron el ciclo de huelgas de 1917 a 1921 en Rosario y fueron Jesús María Suárez, José Torralvo, Luis Di Filippo, quienes fueron periodistas destacados de Santa Fe, por ejemplo los dos últimos escribieron para los principales diarios de la provincia. A ellos se debe agregar Julio Forcat, un destacado editor del diario La Capital. Juan Lazarte fue otro que se convirtió en un destacado intelectual cuya voz estuvo viva en las conferencias y plazas rosarinas y de San Genaro hasta la década de 1930. Por su parte, Pedro Casas y Antonio Abilio Gonçalvez, se convirtieron en líderes sindicales de ferroviarios y obreros rurales. Una tercera línea de pensamiento y acción anarquista estuvo representada por Paulino Fernández y Manuela Bugayo, por dar dos ejemplos. De ambos, tal vez fue más significativa Bugayo, quien hacia el inicio de la dictadura militar de 1930, supo recrear un centro cultural, una biblioteca anarquista que desafió a la represión policial. Su hijo, Darwin recordó esa experiencia en la biblioteca “Luz en la oscuridad” en la “calle Suipacha frente al club Horizonte”. La llamada Década infame (1930-1943), durante la cual se implementó una persecución feroz a los anarquistas, cristalizada en el fusilamiento y desaparición de Joaquín Penina; la Guerra Civil Española en la que se alistaron varios líderes ácratas también rosarinos, como el pintor Gustavo Cochet; y la aparición del peronismo que socavó las bases populares del anarquismo; fueron las razones del declive de la cultura y la agitación libertaria en Rosario. Sin embargo, fruto del encuentro amoroso entre Paulino Fernández y Manuela Bugayo nació Juvenal, otro militante e intelectual libertario quien supo trasladar la llama prometea a los anarquistas del presente, cuyo bagaje de conocimiento y de experiencias fue trasmitido precisamente a Carlos Solero.
A contrapelo
“Los escritos reunidos en este volumen surgieron a partir de lo que consideramos la necesidad de rescatar para la memoria colectiva ideas, figuras y acontecimientos que desde nuestra perspectiva aportan a la elaboración del pensamiento crítico”, expresa Solero en su libro. El trabajo contiene una serie de notas periodísticas en las que el profesor de la cátedra de pensamiento sociopolítico I, de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Rosario, escribió en diferentes medios periodísticos, en particular en El Ciudadano. Dichas notas reflejan el pensamiento libertario del presente. Entre sus páginas se suceden notas referidas a cuestiones políticas y sociales, denuncias de la triste realidad del presente. También surge el reconocimiento a la producción intelectual de artistas y pensadores propios y ajenos, como Ettore Scola, pero también a Horacio Quiroga y Antonio Machado. En suma, desde el presente, Solero realiza la misma actividad que hicieron sus predecesores, convertirse en un trasmisor de opiniones y contenidos que impliquen una discusión, ya sea cultural o netamente política, sobre la sociedad que ahora toca vivir.