La irreverencia como una bella arte; el desparpajo y la agudeza para hurgar allí donde todo tiende a sostenerse como una fachada de hábitos sociales disciplinados; un tirar de la cuerda desde la punta más inhóspita para hacer desmoronar la política de la elegancia y la adulación. Estas parecieron ser las labores favoritas que Louis-Ferdinand Céline persiguió con su escritura durante su azarosa y vapuleada existencia.
Narrador iconoclasta, su credo no obedecía ninguna de las reglas establecidas para forjar una literatura acomodada a demandas de editores o lectores; por el contrario, sus novelas respiran la temporalidad de una conciencia sólo sujeta de sus propias derivaciones, una suma de percepciones y sensaciones que están muy lejos de atenuar o enmascarar todo aquello que el flujo de las relaciones humanas confina en la idiotez o el egoísmo.
Conversaciones con el profesor Y es un libro escrito al regreso de Céline a Francia, luego de su exilio y encierro en una cárcel danesa, y “cubierto” por una ley de amnistía dictada en 1951 (apenas concluidala Segunda Guerrahabía huido primero a un pueblo francés en la frontera con Alemania y luego a Dinamarca, acusado de antisemitismo y colaboracionismo –su libro Bagatelas para una matanza bullía de invectivas contra los judíos– y cuya cabeza se pedía para ser juzgada sumariamente).
A esa altura de los acontecimientos, el escritor que alguna vez había sido una celebridad en el país galo, fundamentalmente luego de Viaje al fin de la noche, un texto que exhuma la decadencia occidental como producto de la calibrada artillería capitalista para arrasar con todo vestigio de humanidad, busca resarcirse en el (su) país que ahora le da la espalda. Pero “resarcirse” es un término que no entra en el imaginario de Céline, porque para el francés se trata más de una cuestión de actitud; una actitud que consiste en volver a la ofensiva, en un intento de promocionar la reedición de sus libros que emprendía Gallimard, la publicación de Normance, la novela que estaba terminando, y de poner sobre el tapete que él no estaba dispuesto a clausurar ningún ímpetu ni a mesurar su estilo en busca de nuevos lectores; por el contrario, en Conversaciones con el profesor Y queda claro que la impronta coloquial de su narrativa es lo que le da identidad, que se considera un inventor de un estilo (los tres puntos suspensivos) que potencia el tono emotivo con el que pasa desde una crítica furibunda a editores y escritores contemporáneos a una humorada respecto a los lectores incrédulos y timoratos. Conversaciones… fue, en su antesala como libro, una serie de artículos escritos a pedido de Jean Paulhan, director dela Nouvelle RevueFrancais, la revista literaria más prestigiosa de ese entonces, que un poco después –luego de pelearse con Paulhan– Céline decide transformar en una nouvelle en la que la excusa será una entrevista que un profesor algo pusilánime, al que llama coronel Réséda y que sufre de próstata, le haga al propio escritor en un banco de una plaza –en su mayor parte ya que luego se movilizarán por distintos espacios–, una vía perfecta para que suelte sus bufonadas contra los “canallas y charlatanes” que se expiden acerca de qué formas debe adoptar el arte –la literatura, el cine– para no salirse de los bordes de la razón occidental.
En este libro entonces, publicado por primera vez en 1955, quedan una vez más en evidencia que los cortes en su estilo son transiciones más que interrupciones, donde a través del gesto, la mirada, se busca desenmascarar la violencia que se encuentra en los actos aparentemente ingenuos de los personeros del arte institucionalizado. Es que la literatura de Céline deviene de una escritura que se va montando como capas y cuya fluidez busca relevar lo discontinuo del hombre y el mundo, su desnaturalización –Céline no creía en las razones con que el hombre justifica su existencia–, una danza macabra que el imaginario occidental proclama como una victoria de la muerte. En una entrevista televisiva hecha poco antes de morir, hacia fines de los cincuenta, Céline responde a la pregunta de por qué se marcha a la guerra sin resistirse señalando que hay un deseo enorme de morir en el hombre, y que este deseo le impide rebelarse en masa ante quienes los envían a ese final. Y hay, también, un humor filoso y teatral que atraviesa todo Conversaciones… que hace hincapié en un mundo demasiado lento, demasiado pesado –atributos del profesor coronel Réséda– y que es preciso aligerarlo, vaciarlo, despojar de sustancia a los nichos que legitiman lo que tiene o no valor.
Algo que claramente se evidencia en un pasaje de Conversaciones… cuando el profesor le pregunta a Céline si enla Nouvelle RevueFrancais, hay muchos grandes artistas:
–“…¡Oh! ¡Sí! ¡Sí!…¡cantidades!…
–¿Qué hacen esos grandes artistas?
–Trabajan en sus almohadones… los bordan, prueban sus almohadones… almohadones para sentarse…
–¿Para sentarse dónde?…
–¡En las academias! Enla Goncourt… enla Francesa…!”
Mariano DuPont, el traductor para esta bienvenida edición de Caja Negra, escribe en “Céline en trance”, como dio en llamar al cuidado prólogo acerca de su estilo, es decir, acerca de la forma explícita de su moral: “…Airea, así, el olor a podrido que levanta, siempre, el cadáver de la lengua. Retomando el proyecto fallido de Rabelais: un lenguaje para todos… Contra las frases bien sopesadas, balanceadas, buriladas, almidonadas, etc. Contra el legado de los jesuitas. Contra el tedio y la pesadez de los seres humanos. Contra los estúpidos de siempre. Ninguna elegancia, ninguna concesión. Usando la pluma (la bic) como si fuera un escalpelo. Sus libros llenos de incisiones, de tajos, de cortes, de disecciones. Automáticas autopsias. Autopsias descarnadas del médico Destouches. Diagnósticos clínicos, paranoicos, desquiciados, microscópicos. Apocalípticas y cómicas visiones del siglo que pasó”.
El retorno a la literatura
“Hacia fines de 1943, los panfletos antisemitas que Céline había publicado le vuelven como boomerangs en forma de amenazas de muerte: cartas pequeños ataúdes, granadas y navajas habían empezado a formar parte de la correspondencia que llegaba a su departamento en París. Céline huye con su mujer a Copenhague, donde es arrestado y sentenciado a pasar dieciocho meses en prisión en el pabellón de los condenados a muerte. Cumplida la pena, con pelagra, eczemas, reumatismos y varios dientes menos, se recluye en una choza al borde del Mar Báltico, y desde allí escribe y prepara su golpe de retorno al centro de la escena literaria francesa”, se lee en la contratapa de Conversaciones con el profesor Y, la cuidada y atractiva edición de Caja Negra, la primera de la que se tenga noticia en el país.