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Contradicción en pandemia: el mundo a la deriva entre derechos individuales y obligaciones sociales

El desventurado 2020 nos está mostrando un mundo desangelado y brutal, que se mueve a la deriva entre derechos individuales y obligaciones sociales, mientras las autoridades se contradicen y confunden a la población

Elisa Bearzotti

Especial para El Ciudadano

El pasado fin de semana, en las principales ciudades del país, un grupo de argentinos decidió manifestarse “por la economía, la salud, la educación y la libertad”. Las consignas esbozadas expresaban, entre otras cosas, su oposición a la reforma judicial, el apoyo al policía que mató a un ladrón por la espalda, la continuidad de los juicios contra Cristina Fernández de Kirchner y la defensa irrestricta de “los valores republicanos, constitucionales y democráticos que este gobierno ataca permanentemente”. Si bien la aglomeración de personas hizo imposible mantener cualquier tipo de distanciamiento social (algunos ni siquiera llevaban el tapabocas correspondiente) y que la expresión de cánticos a viva voz es una vía de particular eficacia para el contagio del virus, las marchas se desarrollaron sin obstáculos y no fueron desarticuladas por ninguna de las fuerzas de seguridad que operan en el territorio nacional.

El mismo día, un grupo de personas, decidió aprovechar la bonanza de los primeros días cálidos y adueñarse del sol sobre las arenas de la Rambla Catalunya. Al igual que los manifestantes, no todos llevaban tapabocas ni mantenían la distancia recomendada de dos metros, pero esta vez las autoridades decidieron intervenir y, en medio de reclamos y forcejeos, el personal de la Guardia Urbana Municipal desalojó el lugar.

Por otra parte, en estos meses, cada vez que veíamos a los profesionales de la salud poniendo en riesgo su vida al enfrentar las tareas cotidianas, nos asombrábamos de la grandeza moral que requieren algunas profesiones. Según un reciente informe de la ONG Amnistía Internacional, el covid-19 ya se cobró la vida de más de 7.000 trabajadores de la salud en todo el mundo, quienes se encontraban luchando en primera línea para resistir los embates de la enfermedad. Sin embargo, parece que las jornadas de aplausos quedaron definitivamente atrás. Extenuados, agotados, estresados, advirtiendo sobre el posible desborde del sistema sanitario, el reclamo que vienen haciendo para que el gobierno apriete el “botón rojo” no es escuchado. Por el contrario, la habilitación de nuevas actividades hace que la circulación de personas sea cada vez mayor.

Hay que decir, para beneficio de los nuestros, que las conductas erráticas en materia de disposiciones sobre el manejo de esta emergencia no son una exclusividad argentina. En Madrid, el pasado viernes, se declaró el estado de alarma ante el espeluznante aumento de casos de coronavirus en la metrópoli. El gobierno regional, en manos del conservador Partido Popular (PP), se opuso esgrimiendo que días antes ya se habían tomado recaudos y los casos se estaban reduciendo. Pero el Ejecutivo del socialista Pedro Sánchez consideró esas medidas insuficientes, por lo que declaró el estado de alarma, pasando por encima de las autoridades locales. La consecuencia es que los 4,5 millones de madrileños ya no saben qué pensar, y la grieta ideológica hace lo suyo para que el malestar se manifieste.

Como consecuencia, el lunes 12 de octubre, en coincidencia con el feriado por el Día de la Hispanidad, una multitudinaria marcha convocada por el partido ultraderechista Vox recorrió las calles de Madrid para protestar contra la “incompetencia” del gobierno español y sus medidas “totalitarias y absurdas” para hacer frente al coronavirus. Los asistentes se desplazaron básicamente en automóviles, haciendo sonar las bocinas y flameando banderas rojas y amarillas. “Por tu salud, por tu trabajo, por tu familia, por tu libertad”, se sostuvo en la convocatoria, un llamamiento casi idéntico al vociferado en nuestras tierras.

Sin embargo, a pesar del aprecio que manifiesta la derecha por la defensa de las libertades individuales, en Francia el presidente Emmanuel Macron evalúa aplicar nuevas medidas restrictivas para contener el rebrote de coronavirus que asola varias ciudades francesas, entre ellas la posibilidad de imponer un toque de queda nocturno en las zonas más afectadas. Si bien el primer ministro, Jean Castex, indicó el lunes que “había que hacer lo posible para evitar una vuelta a un confinamiento general”, se ocupó también de aclarar que “no se puede descartar nada cuando se ve la situación de los hospitales”.

Para culminar con el rosario de desaciertos, hace unos días nos desayunamos con las declaraciones del enviado especial para covid-19 de la Organización Mundial de la Salud, David Nabarro, quien en una entrevista con el portal británico El Espectador llamó a los gobiernos a dejar de utilizar el confinamiento como principal herramienta contra la pandemia. Nabarro agregó que la justificación del confinamiento reside en «ganar tiempo para reorganizar, reagrupar y reequilibrar sus recursos; y proteger a los trabajadores de la salud, que están agotados”, advirtiendo sobre los efectos particularmente duros que tiene sobre los sectores más vulnerables de la población. “Sólo tiene una consecuencia que nunca hay que menospreciar, y es hacer que la gente pobre sea mucho más pobre”, sostuvo el funcionario.

Claro que luego de esas afirmaciones, el titular de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, se apuró en salir a declarar que hoy “no es una opción” dejar al nuevo coronavirus circular libremente para que la población adquiera la inmunidad colectiva, como algunos sugirieron. “Nunca en la historia de la Salud Pública se ha usado la inmunidad colectiva como estrategia para responder a una epidemia, y mucho menos a una pandemia. Es científicamente y éticamente problemático”, indicó en rueda de prensa.

Hace unos días, el “especial pandemia” de South Park, la irreverente comedia de animación norteamericana que muestra un escaso apego a las ideas “políticamente correctas”, me llevó a reflexionar sobre estas y otras incoherencias vividas durante esta crisis mundial. Niños aburridos y ultra maratoneados con Zoom, padres sometidos, adultos desorientados y agresivos, instituciones desbordadas y un presidente oxigenado que todo el tiempo twittea amenazas y termina cumpliéndolas, forman parte de este imperdible capítulo.

Sin dudas, el desventurado 2020 nos está mostrando un mundo desangelado y brutal, que se mueve a la deriva entre derechos individuales y obligaciones sociales, sin brújula ni puerto de llegada. Un mundo donde el lema proclamado por los revolucionarios modernos –libertad, igualdad y fraternidad– resultó sesgado en dos de sus partes, y reclama a gritos una urgente actualización.

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