Esteban Guida / fundacion@pueblosdelsur.org
Hace unos días, se conoció la iniciativa del Papa denominada “Economía de Francisco”; una convocatoria a jóvenes economistas, emprendedores y emprendedoras de todo el mundo que estudien y practiquen “una economía diferente, que hace vivir y no mata, que incluye y no excluye, que humaniza y no deshumaniza, que cuida la creación y no la depreda”.
En la carta de invitación enviada por el Papa Francisco, se explica que el nombre de este evento, «Economy of Francesco«, se refiere al Santo de Asís y al Evangelio que vivió en total coherencia también en el ámbito económico y social. Esto no es casual, sino que está en línea con el objetivo de la actividad, cual es orquestar un «pacto» global que busque cambiar la economía actual y dar un alma a la economía del mañana.
El papa Francisco subrayó que “sigue sin escucharse la llamada a tomar conciencia de la gravedad de los problemas y, sobre todo, a poner en marcha un nuevo modelo económico, fruto de una cultura de comunión, basado en la fraternidad y la equidad”. En la Carta Encíclica Laudato Si el Papa hacía un extenso y fundamentado llamado a la toma de conciencia sobre la necesidad de revisar los modelos de producción y consumo, en aras de la protección del medio ambiente, ya que esto no puede separarse de la justicia para los pobres y de la solución de los problemas estructurales de la economía mundial.
Vale decir que esta exhortación no resulta un capricho religioso. Un somero repaso de los indicadores que reflejan la situación económica y social del mundo actual permitirá concluir, sin riesgo de caer en pesimismos, que a pesar del progreso científico y tecnológico y de los aportes realizados por el pensamiento económico, no se ha logrado satisfacer las necesidades básicas del conjunto de los habitantes del mundo, al mismo tiempo que se han incrementado las injusticias y deteriorado significativamente los recursos del planeta.
Al analizar la situación económica a nivel global se pueden observar serias debilidades que caracterizan la esencia del sistema. Los recursos vitales para la vida ya alcanzan niveles de deterioro significativo; el sistema económico imperante descarta a millones de personas; la distribución refleja grandes injusticias; y, a pesar de todo, el ser humano no parece satisfecho de sus necesidades.
Las estadísticas son concluyentes al afirmar que el 10% más rico de la población mundial, tiene el 50% de la riqueza del planeta, mientras que el 50% más pobre de los seres humanos cuenta con tan sólo el 2% de la riqueza. Lo grave es que esta situación encuentra una evolución cada vez más preocupante, ya que desde el inicio del presente siglo, la mitad más pobre de la población mundial sólo ha recibido el 1% del incremento total de la riqueza mundial, mientras que el 50% de esa “nueva riqueza” ha ido a parar a los bolsillos del 1% más rico. Los ingresos medios anuales del 10% más pobre de la población mundial, en quienes se concentra la pobreza, hambre y exclusión, han aumentado menos de tres dólares al año en casi un cuarto de siglo (menos de un centavo de dólar al año).
En el mensaje papal se pone énfasis en la estrecha relación que existe entre la protección del medio ambiente y la justicia para los pobres en dirección a solucionar los problemas estructurales de la economía mundial. Esto implica que no hay solución posible para nadie (ni aún para los ricos del mundo) en un planeta que acumula pobres e injusticias. Repensar la economía implica corregir los modelos de crecimiento que atentan contra el medio ambiente, la acogida de la vida, el cuidado de la familia, la equidad social, la dignidad de los trabajadores, los derechos de las generaciones futuras.
El llamado mundial a repensar y vivir una economía diferente es altamente necesario y más que oportuno, porque la identificación de este problema acumula más de cuatro décadas sin una efectiva toma de conciencia y acción por parte de los dirigentes y poderosos del mundo. Fue en 1972, estando exiliado en Madrid, cuando Juan Domingo Perón, emitió su “mensaje ambiental a los pueblos y gobierno del mundo” en el que afirmaba que “el ser humano ya no puede ser concebido independientemente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas.”
Mientras Estados Unidos extendía sus dominios mediante una economía de consumo y despilfarro masivo, anidaba una nueva crisis de escala global que acentuaría las inequidades e injusticias de la economía de mercado. En ese marco, el que se aprestaba a asumir la presidente por tercera vez, exponía con meridiana claridad que “los sistemas sociales de despilfarro de los países tecnológicamente más avanzados, funcionan mediante el consumo de ingentes recursos naturales aportados por el Tercer Mundo. De este modo el problema de las relaciones dentro de la humanidad es paradójicamente doble: algunas clases sociales –la de los países de baja tecnología en particular– sufren los efectos del hambre, el analfabetismo y las enfermedades, pero al mismo tiempo las clases sociales y los países que asientan su exceso de consumo en el sufrimiento de los primeros, tampoco están racionalmente alimentados, ni gozan de una auténtica cultura o de una vida espiritual o físicamente sana.”
El impulso que le da el Papa a este tema significa una nueva oportunidad histórica para reiterar la necesidad de revisar los postulados de la economía de mercado y sus valores fundamentales, pero no sólo con relación a la conducta humana individual, sino también a los fundamentos filosóficos y culturales de la política económica que impulsan y desarrollan los dirigentes políticos, empresarios y actores de poder en todo ámbito de decisión. Frente al nuevo impulso que ha cobrado en algunos espacios la idea de un liberalismo extremo conducente al “sálvese quien pueda”, sin Estado y sin Dios, la propuesta humanista y cristiana se transforma en la única salida armónica que aporte sustentabilidad a los sistemas económicos, justicia social a los pueblos y respeto por el medio ambiente.
En este sentido, los argentinos guardan desde su historia no tan lejana el resultado de una economía basada en la justicia social, que comprende lo económico como naturalmente emanado de un proyecto histórico-político de carácter intrínsecamente nacional, social y cristiano. Una propuesta en la cual la riqueza (el capital) se pone al servicio de la economía nacional, y ésta al servicio del bienestar social, sirviendo a la sociedad como un todo, y a la persona, no sólo como sujeto natural sometido a necesidades materiales de subsistencia, sino también como persona moral, intelectual y espiritual.
Luego del fracaso conjunto de la economía liberal y de su contracara comunista, impera el tiempo de un nuevo enfoque basado en fines sociales y no en el impulso individualista, que responda a los requerimientos de la persona humana integrada en una comunidad, con fines nacionales y sentido de eternidad.
La convocatoria del Papa a una empresa de tales dimensiones vuelve a darnos la oportunidad de pensar y vivir una economía diferente, que garantice una vida digna, no sólo para las futuras generaciones, sino también para las que hoy reclaman con vehemencia justicia y equidad.