Por Martín Lucero (*)
Todos los días miles de docentes a lo largo y ancho del país se levantan con una misión y un compromiso: sostener el sistema educativo argentino en medio de una crisis sanitaria que marcará una época.
Se levantan con esa misión, pero desde ya que no es su única tarea.
Siguen teniendo que atender sus responsabilidades como madres, padres, hijas, hijos en medio de un aislamiento que impone a la convivencia confinada la atención múltiple de demandas permanentes.
Y ahí están las maestras. Con un mensaje, un audio, un video, un mail o una fotocopia. Mandando contenidos. Recibiendo devoluciones. A toda hora. Todos los días. Trabajando con su computadora, su correo electrónico o su teléfono personal. Renegando con internet o la conectividad.
También están las que arman trabajos y los dejan en la fotocopiadora del barrio de la escuela para que las familias puedan retirarlos. O directamente llevan las copias y las reparten en el comedor.
Los profes tienen sus desafíos particulares. A razón de 2 mails por alumno/a en cursos promedios de 30 chichos/as y 10 cursos a cargo ¿Cuántos mails van y vienen en un día? ¿y en una semana?
Eso sin contar cuando las direcciones de correo son dukipepowoz3456@hotmail.com donde hay que hacer cruces, entre los gustos musicales y las preferencias numéricas de los educandos en cuestión, para acertar en la identidad del remitente.
Además, claro está, hay que adecuar todo a las directivas y los controles que se reciben: Piden innovar, estar más cerca, hacer más pero exigir menos, contener a las familias, cumplir con el Ministerio, sugerir que se paguen las cuotas, resolver los temas de quienes no se pudieron conectar y una lista de etcéteras que se multiplican por miles.
Un escenario tan distinto, diverso y heterogéneo asustaría a cualquiera pero no a la docencia que todos los días construye, desde la escuela, inclusión, igualdad y equidad en una sociedad lacerantemente injusta.
La pandemia hizo que muchos sectores se enteraran las diferencias sociales no son estadísticas en una planilla.
Son personas cuyas carencias cotidianas, en medio de esta enfermedad tan contagiosa, se vuelven necesidades de vida o muerte. En el sentido más literal posible.
Hay familias que ahora se enteran de las desventuras o dificultades de las otras con las que comparten cursos: Bajos ingresos, desempleos, problemas de salud, de vivienda o incluso de convivencia.
Nada de esto sorprendió a la Escuela y sus docentes. Porque día a día se convive con la realidad de las alumnas/os y sus familias trabajando para construir una comunidad educativa e inclusiva a pesar de las diferencias.
No hay secretos. La docencia argentina pudo rearmar el sistema educativo en 72 horas adaptando los contenidos en la medida justa que requería cada comunidad educativa, porque es básicamente lo que hace todos los días… Construir educación, ciudadanía y derechos con las herramientas que tiene a mano con un profundo conocimiento del entorno en el que se educa.
Eso que en términos técnicos “continuar con la vinculación pedagógica” no es, ni más ni menos, que el enorme sacrificio de miles de educadores que se han cargado en la espalda (nuevamente y como cada vez que el país lo necesita) la tarea de educar al pueblo de la manera que sea y sin importar los esfuerzos que demanden.
Porque hay que ser claros: el sistema educativo argentino (en la presencialidad o en la distancia que impone la pandemia) solo se puede sostener gracias al profundo compromiso laboral, profesional y social de su docencia generalmente poco reconocida, habitualmente poco cuidada y siempre mal remunerada.
¿Cuántas veces escuchamos decir “vengo de dejar a los chicos en la escuela”? Y nos resulta una frase natural como quien deposita algo que después va a retirar sin que en ese lapso de tiempo pase nada.
¿Y qué hicieron con la maestra en la escuela? Es la pregunta de rigor si hay tarea como si nada se hubiera hecho en el aula.
Ahora que hay que el “salón” de clases está en el comedor o el living de casa quizá nos demos cuenta de que al trabajo docente no se lo reconoce como se debe. Que en la escuela nunca falta vocación y siempre sobra corazón.
No se puede enseñar sin maestros, maestras, profesoras y profesores. Son insustituibles.
Los docentes saben esto y están poniendo su parte en toda esta crisis. Trabajando sin parar todos los días, en distintas horas y de muchas maneras.
Le están prestando un servicio indispensable a la patria, para que una generación entera de argentinos y argentinas no pierdan el ciclo lectivo.
A distancia siguen siguen poniendo el corazón aunque los ojos no vean un aula llena sino una pantalla o una hoja.
Pero como siempre, pase lo que pase, la educación sigue adelante.
Las docentes y los docentes argentinos son los héroes no reconocidos de esta historia.
Se tiene que decir.
Se tiene que hablar.
Se tiene que saber.
Se tiene que reconocer.
Tenemos que decir ¡Gracias!
(*) Argentino en aislamiento, papá en edad escolar, dirigente gremial y profundo admirador de la docencia argentina.