No es que nadie cometa delitos, el problema es a quién se persigue. Por primera vez en mis años como periodista la noticia policial es otra. Las cárceles siempre estuvieron atestadas de presos pobres: jóvenes de barrios humildes a los que se persigue y les cae todo el rigor de la ley. La construcción social indica que ése es el peligro: a quien se tiene que perseguir y encerrar.
Pero desde hace unos meses el eje del interés social se corrió. Primero vino de la mano de un grupo de rugbiers bien alimentados y con sus necesidades básicas satisfechas que golpearon hasta matar a un pibe, filmaron el crimen e intentaron ocultarlo.
Sí, los chetos también pueden ser malos. Y ahí salieron a la luz una gran cantidad de delitos llamados bautismos, que incluyen violaciones, golpes, humillaciones y otras actuaciones típicas de los deportes de machos que de ser denunciados deberían corresponderles a sus hacedores un buen tiempo en la sombra.
Ahora aparecieron las personas que vinieron de viaje y se niegan a hacer la cuarentena. No andan con un revólver en mano, sino esparciendo un virus que puede ser mortal por las calles, contagiando gente. Hay más de 2.500 denuncias de vecinos comunes que señalan a los vecinos viajeros por no cumplir la cuarentena.
Por primera vez en Santa Fe se crea una Fiscalía que no tiene como objetivo perseguir a los pobres. Y los allanamientos son en edificios caros, en Puerto Norte.
La clase alta delinque, pero esta vez no son los delitos económicos que se solucionan con contactos y buenos abogados. Ahora delinquen saliendo a la calle y los virus que esparcen, como un arma, pueden matar. Hoy la noticia son ellos, y causan indignación.
No van presos, sino que se los confina a quedarse en su casa. Tienen suerte. No estarán hacinados con presos comunes, contagiándose las pestes, especialmente respiratorias, que circulan en el aislamiento de la prisión.
Nuevamente, el código penal demuestra que son muchos los delitos que se cometen; el tema una vez más es preguntarse a quién elige perseguir.
Otra cuestión que llama la atención es cómo desde todos los sectores que se pasaron años pidiendo la reducción del Estado, hoy exigen su presencia a gritos. Piden salud pública, que se le reduzcan los impuestos, medidas para combatir la crisis y hasta que la vapuleada Aerolíneas Argentinas los rescate y los traiga de vuelta. Todo un signo de época después de cuatro años de impune reinado del gobierno de los CEOs: chetoslovaquia.
Las crisis cambian la mirada de las cosas: ante la posibilidad de la muerte, de golpe todos somos un poquito más iguales y queremos lo mismo. Aunque no todos la pasan igual en un aislamiento, no todos tienen ahorros, muchos viven al día y no pueden llenar sus carritos en los súper, ni ver Netflix hasta cansarse. Quizás sirva para el futuro, o quizás no sirva para nada.