Especial para El Ciudadano
“Envían mil soldados a Melbourne para detener un posible rebrote”, fue el título que sorprendió esta semana. El país de los canguros y el rugby, volvía a ser noticia por el coronavirus, después de haber achatado con éxito la curva de contagios. Es que al repatriar a ciudadanos que estaban en el exterior, varios resultaron ser asintomáticos. Y así se sumaron 37 contagios a nivel nacional, después de haber permanecido en cifras de un dígito por más de dos meses.
Comparada con los más de 2 mil casos diarios en la Argentina, la cantidad parece insignificante, pero las autoridades australianas se movieron con velocidad para evitar la propagación. “Esa es una de las claves del éxito en la contención del virus, actuar rápido. También la empatía con la población a la hora de comunicar las medidas, así como los factores de densidad poblacional. Las decisiones tienen claro un impacto económico, pero el propio gobierno lo anticipó y anunció medidas para atenuarlo”, explica el argentino Javier Miró, que vive en Sidney hace treinta años y habló con El Ciudadano.
De los 37 nuevos contagios, la mayoría fue en Melbourne, Estado de Victoria. Su gobernador, Daniel Andrews, anunció la realización urgente de un programa masivo de testeos y el confinamiento obligatorio de 14 días para cualquier persona que llegue a Australia. “Vamos a hacer 10 mil pruebas diarias por diez días, casa por casa. Es un deber cívico hacérselas”, indicó Andrews. Además, acordó con el gobierno nacional el envío de militares para controlar el cumplimiento de la cuarentena. Desde el primer caso confirmado el 25 de enero, en Australia hubo en total 7.593 casos y 104 muertes. El país tiene 25 millones de habitantes.
Batalla exitosa contra el COVID
Cuando se inició la pandemia, Australia tenía otros problemas: “En enero, la preocupación acá eran los incendios forestales, hasta que hubo un primer contagiado que venía de China. Se repatrió enseguida a los que estuvieran en Wuhan, también a quienes habían quedado varados en cruceros, uno de ellos en Japón. Se hizo un buen aislamiento. Todos fueron alojados en una Estación de Cuarentena, en la isla de Christmas. Y el 9 de febrero se frenaron del todo los vuelos desde China”, cuenta el ingeniero agrónomo argentino, que trabaja en Sidney haciendo controles sanitarios a los productos agrícolas que se importan y exportan.
A fin de febrero, cuando la OMS definió al COVID19 como una pandemia, el gobierno australiano definió un plan de emergencia con tres niveles de gravedad del brote: bajo, moderado y alto. Las medidas contempladas incluían prohibir grandes reuniones (deportes, espectáculos, servicios religiosos), limitar el número de familiares en funerales, fomentar el teletrabajo, los hogares de ancianos quedaron cerrados para visitas y también las guarderías. En marzo, se cerraron escuelas, comercios, playas y restaurants. Y los australianos que volvían del extranjero debían efectuar 14 días de estricta cuarentena. Poco después se cerrarían todas las fronteras.
Junto a las medidas de restricción, se hizo obligatorio el uso de la app COVIDSafe, que verifica el movimiento del usuario y da una alerta si hay más de 15 minutos de contacto cercano con un caso sospechoso. “Es como ponerse protector antes de exponerse al sol”, razonó el primer ministro australiano, Scott Morrison.
Desde Sidney, ahora Javier relata: “Con mi compañera regresamos justo de unas vacaciones en Vietnam y pudimos hacer cuarentena en casa. Al día siguiente que llegamos, se decidió que los que volvían debían ir a hoteles. En pocas semanas, el virus estableció la transmisión local y se llegó a 5.000 casos, pero se retrajo cuando las duras medidas empezaron a hacer efecto y contener la expansión de la enfermedad. Hay un dato importante, que es que acá la mayoría de los habitantes vive en residencias de propiedad horizontal, casas bastante amplias con jardines o departamentos de edificios de no más de 3 pisos. Comparado con otras grandes ciudades del mundo, es más sencillo y llevadero mantener el distanciamiento social y las restricciones”.
Mientras en Argentina se hicieron menos de 300 mil testeos, en Australia se hicieron más de 2 millones de pruebas. Acompañado de un buen seguimiento de positivos y contactos estrechos, el dato resulta significativo para entender por qué a fines de abril Sidney pudo eliminar la circulación del virus. Y que en mayo hayan vuelto las clases presenciales, con estrictos protocolos de higiene. Para julio, se preveía el fin de las restricciones, sin casos activos. Aunque el esquema podría variar, por lo sucedido esta semana en Melbourne.
La realidad de Australia
Australia es comparado a menudo con nuestro país por situación geográfica y ser ambos relativamente jóvenes. Tiene baja densidad poblacional, como Argentina. No obstante, tiene un ingreso per cápita mucho más alto (el mejor del Hemisferio Sur) y es el tercero a nivel global en el ranking que mide desarrollo humano. Tiene un fuerte apoyo estatal de promoción del empleo y políticas sociales.
El primer ministro Scott Morrison anunció que por la pandemia, hubo una suba del desempleo al 7 por ciento. Deslizó que son “tiempos oscuros” y ratificó fondos de ayuda por casi 200 mil millones de dólares estadounidenses, equivalentes al 13,3 % de su PBI. Para este año, el Banco para la Reserva Federal de Australia una caída del 6 % y una tasa de desocupación que podría ser del 10 %, después de 30 años consecutivos de crecimiento económico.
Con estos números, cualquiera podría asustarse por lo que viene. Pero no Javier, que emigró de la Argentina en noviembre de 1991, en los inicios del menemismo. “Sentíamos que era imposible ahorrar para construirnos algo o encarar una vida mejor. Había pasado la hiperinflación, que lo que ganabas, se perdía en la misma semana de cobro. Yo vendía insumos agropecuarios, era viajante de multinacionales que te hacían contratos leoninos. Y cuando recibía un cheque y lo podía cambiar en el banco, ya había perdido casi todo su valor. Sentía que había laburado por nada”.
Con su compañera Claudia, se radicaron en Australia: “Empezamos a ver cómo en Canadá, algún país europeo y terminamos eligiendo este país porque era el de mejores posibilidades para profesionales jóvenes. Y no teníamos que salir desesperadamente a buscar laburo en un bar hasta asentarnos. No me hubiese molestado lavar platos para tener un ingreso, pero muchas veces cuando emigrás eso te aleja de las chances de desarrollarte si tenés otro oficio o profesión. Acá nos dieron un subsidio inicial, hasta conseguir empleo. Llegamos a Sidney y a los 15 días ya habíamos recibido el primer pago. También accedimos a clases de inglés y cursos de orientación, para adaptarnos a lo que solicitaba en el mercado laboral. Todo gratuito, provisto por el Estado. Con ese subsidio, pagábamos alquiler de un ambiente y nos quedaba un poco más, para comer y hasta salir a tomar algo un día a la semana. Conseguimos empleo y ahora hace más de 20 años que trabajo en el organismo que regula importaciones y exportaciones, controlando estatus sanitario de productos agrícolas. Mi esposa trabaja en la conservación de edificios antiguos con valor patrimonial, en la municipalidad de Sidney. Acá tuvimos nuestras dos hijas y nos quedamos. Siempre nos mantuvimos en contacto, en los últimos años se simplificó mucho por los social media y las redes, también tratamos de viajar cada tanto. Ahora, cuando pase la pandemia, seguro volveré por allá a comer un asadito, ver a los amigos y la familia que es lo que más se extraña. Pero acá la verdad conseguimos algo que queríamos cuando nos fuimos y algo muy simple. Tener trabajo y previsibilidad”.