“Los argentinos somos solidarios”. Esta es una frase que se oye y lee constantemente. Ese mito estaría por derribarse con todo lo que sucedió antes y durante esta pandemia. Las autoridades nacionales -salvo algunos pequeños detalles previos-, vienen llevando las riendas a la altura de las circunstancias, sin exagerar pero tampoco sin subestimar la gravedad del presente. Pero son los ciudadanos los que no están actuando a la altura de las circunstancias. Se han dado instrucciones especificas, hay información en todos los rincones –medios de comunicación y redes sociales- y nadie puede hacerse el distraído; sin embargo, los argentinos, los reyes de la transgresión, como si estuvieran inmunizados no sólo ante el coronavirus sino también ante las normas para poder transcurrir este momento de aislamiento social preventivo obligatorio para que el Covid-19 no circule y el contagio sea menor, para que el sistema de salud no colapse, fueron otra vez un poco más allá a través de la tan aplaudida y venerada viveza criolla.
El mito se derriba por las actitudes egoístas y soberbias que ha tenido una parte de la sociedad argentina. Por un lado aquellos que han regresado del exterior y no han cumplido con la cuarentena preventiva, en su gran mayoría ciudadanos que han accedido a estudios superiores, que tienen acceso a información y a comprender la situación; después aquellos que fueron a los supermercados a llevarse provistas de mercadería para afrontar un encierro de 365 días, cuando se garantizó que el abastecimiento no iba a faltar. Pero los derribadores de mitos no se quedaron quietos, pues obligaron al gobierno nacional a suspender vuelos de cabotaje y micros de larga distancia durante el fin de semana largo porque en los lugares para vacacionar, como las ciudades de la costa atlántica, las reservas estaban al rojo vivo, iniciando un enfrentamiento con los vecinos de esas localidades frente a los que aprovechaban el feriado largo para pasar unos días de relax en los ingresos a dichos lugares. En localidades pequeñas, que tienen la posibilidad de cerrar sus accesos, lo han hecho y se celebran esas decisiones, pero sin embargo, hay quienes no entienden y quieren ingresar sin entender que pudieron haber tenido contacto indirecto que alguna persona infectada, y pueden llevar el virus a un lugar que se encuentra libre de coronavirus.
También los empresarios y comerciantes que subieron los precios de elementos básicos como el alcohol en gel en estos tiempos en los que la higiene también es un arma para combatir el Covid-19.
La cuarentena se hace donde toque. “Me voy de mis viejos que tienen patio y muchas más comodidades”, o “me voy a mi casa en Esquel”, o “me voy a mi casa de fin de semana con pileta en las afueras de la ciudad”… Seguimos sin entender la gravedad de la situación y de pensar en uno mismo antes que en el otro. Dentro de las muchas muestras de egoísmo sistemático que tienen los argentinos, los nuevos talibanes de los parques: “los runners”, quienes siguieron saliendo a correr, y después están los que aprovechan la salida al supermercado para buscar ofertas y deambular por toda la ciudad; los que sacan al perro el doble de veces que antes…
Todos ejemplos claros, comprobables, ciertos, reales de cómo el argentino piensa en sí mismo, pero solamente en una comodidad momentánea, porque nada ni nadie puede garantizar no contagiarse, y no comprender que hoy el mejor remedio y única vacuna es el aislamiento.
El mito de que el argentino es solidario fue derribado, pero mucho tiempo antes que llegara la pandemia del coronavirus, ya que el argentino ayuda porque tiene miedo de que cuando necesite en algún momento del prójimo, éste no le dé una mano. Es un simple cálculo especulativo, frío pero muy cierto. Por su puesto, por suerte para la humanidad existen personas –una minoría- que sin pedir nada a cambio realizan actos de absoluta generosidad, sin pretender más que un gracias y ver en el otro una sonrisa cuando un problema o una situación complicada han sido resueltas.
Antes de que se entrara en cuarentena, circuló una nota sobre que durante la pandemia se iba a dejar en evidencia a personas que eran buenos vecinos y otros que no. Por suerte la capacidad de asombro está intacta, porque nunca pensé que iba a ser tan rápida la salida del closet de los egoístas. Es cierto: el encierro no le gusta a nadie. Pocos seres humanos pueden disfrutar de estar entre cuatro paredes más de 24 horas, psicológicamente no es fácil de sobrellevar, pero hay un bien superior mucho más importante que poder salir a pasear: la salud de toda una sociedad.
Hay más casos de personas que no cumplen la cuarentena que infectados. Hay personal de la justicia y de las fuerzas de seguridad buscando a los “derribadores del mito”, que serían muchos valiosos realizando otras tareas.
“Usted señora o señor derribador del mito”, que seguramente poco te importe, ¿qué ejemplo le das a tus hijos pensando solamente en cuidar tu quintita, tu zona de confort? Los ejemplos son mucho más valiosos que un millón de leyes juntas.
Tengo fe y esperanza que las generaciones futuras van a tener mucha más conciencia social, y no sólo por tener empatía momentánea por el otro, sino que sean los que hagan el quiebre, y vivir en una sociedad justa, ordenada, educada y con valores éticos, desde el simple gesto de no ensuciar o no romper los espacios públicos hasta generar que todos tengan las mismas oportunidades de progreso en la vida.