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Coronavirus: Una peste para todes

Detrás de las muertes, los contagios y las millonarias pérdidas económicas, emergen las consecuencias del brutal ajuste en los presupuestos sanitarios que diezmó la capacidad de respuesta del Estado ante la emergencia. Y la temeraria hipótesis de la indiferencia. ¿Qué pasará en la Argentina?

Por Mauro Federico / Puente Aéreo

La tragedia comenzó del modo menos esperado. Aquella mañana otoñal de 1947, al salir de su casa en Orán, ciudad costera de Argelia, el doctor Bernard Rieux encontró una rata muerta en la escalera. La inquietante escena se repitió a lo largo del trayecto entre la vivienda y el consultorio de aquel médico francés, que empezó a percibir la gravedad de la situación al percatarse que las calles estaban alfombradas de cadáveres de roedores. Hasta que apareció el primer muerto: el encargado de su propio edificio. Así comienza una de las novelas más importantes de la literatura universal, escrita por Albert Camus, que relata la llegada de la peste bubónica a las colonias francesas del norte africano. El relato descarnado del autor describe los alcances de aquella cuarentena que aisló a los habitantes de Orán para evitar la expansión descontrolada de la enfermedad fuera de las fronteras de la ciudad.

La alegoría de La peste apunta a mostrar las diferentes actitudes de una sociedad ante un mal que los afecta colectivamente y de cuyas trágicas consecuencias es imposible escapar. Sus páginas son un catálogo detallado de las diferentes reacciones humanas ante la inminencia de una muerte segura, en el contexto menos esperado: la misma sociedad en la que conviven cotidianamente los personajes en un estado de máxima fragilidad. Mientras tanto las autoridades aprovechan para limitar los movimientos de sus ciudadanos, socavando sus derechos y libertades con la excusa de protegerlos, los personajes van dándose cuenta de que la peste es un asunto de todos, y que tendrán que actuar colectivamente porque no hay salvación individual posible.

Al final del libro, la premonición de Camus estremece: “El bacilo de la peste nunca muere o desaparece, puede permanecer dormido durante décadas en los muebles o en las camas, aguardando pacientemente en los dormitorios, los sótanos, los cajones, los pañuelos y los papeles viejos, y quizás un día, solo para enseñarles a los hombres una lección y volverlos desdichados, la peste despertará a sus ratas y las enviará a morir en alguna ciudad feliz”.

Las pandemias no son noticia para la humanidad. La peste bubónica del siglo XIV provocó la muerte de hasta 200 millones de personas en África y Asia y terminó con la vida de seis de cada diez europeos. El cólera y la viruela hicieron estragos en diferentes civilizaciones a lo largo de los siglos y la mismísima gripe, en todas sus versiones, asesinó a millones en todo el mundo. En nuestra Buenos Aires, la fiebre amarilla diezmó la población porteña a fines del siglo XIX. Ya en este siglo, diferentes variantes del virus gripal (aviaria, H1N1) y otras patologías respiratorias como el SARS también generaron alerta mundial, aunque un número de fallecidos sensiblemente inferior al de otras diseminaciones virales de la historia.

¿Por qué este coronavirus supuestamente originado la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, al oeste de Shanghái, que mató a menos de seis mil personas en todo el mundo diseminados en unos 140 países, ha puesto en jaque a la humanidad en menos de seis meses?

 

Lo que mata es el ajuste

 

El primer paciente argentino al que se le detectó la enfermedad llegó al Aeropuerto de Ezeiza en la primera clase de una aerolínea comercial luego de sus vacaciones por Europa. Luego de percibir los síntomas, se internó en una de las clínicas más caras de la ciudad y luego fue derivado a otro sanatorio de Barrio Norte en donde el valor de la cama alcanza los cuarenta mil pesos diarios. Sin embargo, los hospitales públicos de Buenos Aires, en cuyas guardias confluyen diariamente miles de porteños sin acceso a los servicios privados de salud y con patologías diversas, tuvieron faltantes de insumos tan básicos como alcohol, guantes y barbijos, durante la semana de mayor paranoia colectiva por el corona.

“En el Rivadavia, por ejemplo, compartieron un barbijo entre cuatro enfermeras y no había descartables”, denunció el dirigente de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) Rodolfo Arrechea, en diálogo con #PuenteAereo. Otro dato que no debe soslayarse es que todas las determinaciones de las muestras obtenidas entre los pacientes que presuntamente son portadores del virus, se efectúan en los establecimientos de la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud (ANLIS), cuyo efector de cabecera es el siempre tan maltratado presupuestariamente Instituto Malbrán.

Cuatro años de ajuste en el sector sanitario, que incluyó la mismísima degradación del actual ministerio en secretaría (algo que solo dos gobiernos dictatoriales se animaron a hacer antes que el de Mauricio Macri) profundizó un recorte que se llevó a cabo desde el primer día de la gestión Cambiemos. A finales de 2015, Salud representaba el 2,3% del presupuesto nacional. En 2019, se le destinó apenas el 1,7% del total. El recorte lo sufrieron áreas tan sensibles como la de Atención Sanitaria en Territorio, la herramienta del Estado para ir en busca del ciudadano y velar por su salud, cuyos recursos cayeron de los 338 millones asignados en 2015, a 165 millones durante el último año de gestión macrista. Otra área que no se salvó de la tijera neoliberal fue la de las vacunas, que apenas se inició el gobierno de Cambiemos redujo un 35 % su personal y despidió a quien se venía desempeñando al frente de la dependencia, la hoy viceministra de Salud Carla Vizzoti. Además, se retiró el refuerzo de la vacuna contra el meningococo previsto en el calendario oficial para los 11 años y comenzaron tardíamente las campañas de vacunación antigripal o antisarampionosa, que comenzó a darse en 2018 un mes después de lo estipulado.

La reaparición de enfermedades ya erradicadas como el mencionado sarampión, el hantavirus (con doce muertes registrados el verano pasado), la tuberculosis y el dengue, ponen en evidencia la falta de apego a la política de inmunizaciones que requiere un Estado preocupado por la salud pública. A esto hay que sumarle la vergonzosa sub ejecución presupuestaria de direcciones estratégicas como la de Enfermedades Transmisibles por Vectores, o de programas clave como el de Investigación para la Prevención y Control de Enfermedades Tropicales y Subtropicales; o el de Promoción de la Salud, Prevención y Control de Riesgos.

La historia se repite en cada uno de los países occidentales que hoy son epicentro de la pandemia. La situación de los hospitales españoles, por ejemplo, es caótica. No hay insumos, falta personal, carecen de planes estratégicos de abordaje ante la emergencia. El presupuesto para la sanidad de España se redujo en 21.000 millones de euros durante 2019. En los Estados Unidos el recorte también fue brutal. Desde la llegada de Donald Trump a la presidencia, se desmanteló el programa impulsado por la administración Obama que garantizaba mínimos de cobertura para toda la población. La salud pública no existe. La gestión del republicano con pelo platinado le sacó los fondos a las organizaciones encargadas de este tipo de catástrofes hace meses, están desfinanciadas y hacen lo que pueden. El gobierno dice que hay kits de análisis, pero las noticias muestran a médicos de hospital diciendo que no los tienen, tal como lo denunció en su edición del viernes el New York Times.

Italia, el país con mayor afectación en casos mortales y contagios después de China, también sufrió en los últimos años un brutal ajuste en sus políticas sociales y sanitarias. Los respiradores son insuficientes, al igual que las camas en terapia intensiva para atender prioritariamente a los pacientes de riesgo y ya las autoridades reconocen que deben empezar a elegir a quién pueden salvar y a quién van a dejar morir. Nunca el gobierno italiano estuvo a la altura de las circunstancias. Llegaron tarde para el aislamiento de las ciudades afectadas en el inicio de la epidemia, como lo hicieron los chinos, o los coreanos ni bien aparecieron los primeros casos.Todos estos estados, con gobiernos de corte neoliberal, optaron por desfinanciar sus sistemas sanitarios, expulsar o degradar a sus trabajadores e investigadores y desestimar la importancia de las acciones preventivas, aun cuando tienen costos infinitamente menores que los que genera la imprevisión. Y por eso hoy enfrentan la pandemia con resultados ineficaces y consecuencias trágicas.

Afortunadamente Argentina cuenta con un sistema de salud pública tan sólido que ni la plaga macrista logró desmantelar y tiene hoy al frente de la cartera sanitaria a un equipo cuya praxis se inspira en el pensamiento de Ramón Carrillo, aquel ministro de Salud del primer peronismo que inmortalizó una frase muy apropiada para este duro momento: “Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas”.

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