Una de las particularidades de la guerra civil que tiene lugar en Siria es la escasez de crónicas periodísticas sobre el conflicto. Además, circulan muy pocas fotografías o videos y en mayor parte provienen de teléfonos celulares de supuestos testigos de los hechos que las propias grandes agencias internacionales de noticias levantan, pero con la aclaración que no las pueden dar como fidedignas. Al complicarse los accesos a la prensa, las fuentes de las noticias se remiten a los órganos oficiales del régimen, algunos líderes de la guerrilla rebelde y al opositor Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH): todos implicados de lleno en el conflicto. Así, según un cronista de la agencia francesa AFP, la tarea de los corresponsales en Siria se ha convertido en un trabajo frustrante que obliga a recoger huellas perdidas al estilo detectivesco.
“La guerra en Siria, que enfrenta a un poder dictatorial, experto en el arte de la propaganda, y a unos rebeldes desorganizados, dificulta a los periodistas la comprobación de las verdades de cada bando”, cuenta el periodista desde algún lugar cercano a la ciudad de Alepo, capital comercial del país en donde se define en estos días una de las batallas principales de la guerra civil.
En este conflicto los periodistas tienen la alternativa de entrar ilegalmente por el norte del país, controlado principalmente por los rebeldes y desplazarse bajo su escolta, como lo hace la mayoría, o intentar obtener un visado, distribuidos con cuentagotas, según describe el corresponsal.
Como en todo régimen autocrático, los reporteros se ven obligados a ir acompañados por un guía del ministerio de Información, lo que limita los contactos con los opositores y no anima a la gente de la calle a hablar libremente. Si el periodista tiene la mala idea de librarse de su guía, tiene muchas posibilidades de ser detenido por los numerosos agentes secretos que circulan por las calles.
Además, si por cualquier motivo un artículo no gusta a las autoridades, el periodista perderá su visado. En cuanto a aquellos que llegaron al país clandestinamente, no podrán entrar nunca oficialmente, como “castigo”.
Por todas estas restricciones, el grueso de la cobertura diaria del conflicto se basa en las redes sociales, los militantes contactados principalmente vía Skype, o en los medios oficiales, a menudo, centrados en negar la realidad.
Desde el inicio de la revuelta hace más de 16 meses, periodistas en sus despachos intentan seleccionar y comprobar la avalancha de informaciones y vídeos distribuidos cada día a través del correo electrónico o YouTube.
La ONG con sede británica
Atrapados entre la propaganda del régimen y la información parcial de los opositores, muchos periodistas recurren a la OSDH, una ONG con sede en Gran Bretaña, que cuenta con una amplia red de militantes, médicos y abogados.
El presidente del OSDH, Rami Abdel Rahmane, explica que obtienen los balances de víctimas y las informaciones de diferentes fuentes que, en el seno de una misma ciudad, no se conocen entre sí.
El hecho de que la ONU parara a finales de 2011 de contabilizar los muertos complicó la labor de los periodistas.
Otra fuente suelen ser los servicios de seguridad. Personas que ocupan altos cargos dentro del régimen proporcionan informaciones que, tomadas con prudencia, se pueden contrastar con las de los opositores.
Desplazamientos complicados
Aquellos periodistas que entraron sin visado suelen desplazarse con los rebeldes. El principal problema es que los reporteros carecen de autonomía de movimientos y pueden ser considerados como objetivo durante un ataque militar.
El desplazamiento se convierte en un auténtico rompecabezas.
Aunque grandes áreas de territorio en el norte, cerca de la frontera con Turquía, estén controladas por los rebeldes, el ejército y los “chabbihas”, milicianos partidarios del régimen, dominan algún pueblo o cruce.
A esto hay que añadir la escasez de combustible, cortes de electricidad, de la red de telefonía móvil y de internet, las averías del sistema de telecomunicaciones por satélite y el riesgo de utilizar el teléfono satélite Thuraya que podría alertar al régimen sobre la ubicación del aparato.