La tauromaquia, afición española que luego se extendió a nuestro continente, también llegó a Rosario. Recordamos que ya a mediados de 1870 se había comentado la posibilidad de implantar, con autorización del gobernador Mariano Cabal, ese género de espectáculos en la ciudad, lo que originó un cierto escepticismo sobre la fiabilidad del propósito, al tiempo que censuraba las corridas de toros en nombre de la moral y la civilización, criterio que se modificaría más adelante.
En 1870 se creó la Sociedad Protectora de los Animales de Rosario y el 16 de septiembre de 1871 se envió al jefe político del departamento Rosario, Servando Bayo, la nómina de sus miembros fundadores y una detallada relación de los propósitos perseguidos: aliviar el sufrimiento innecesario de las bestias y mejorar los hábitos y sentimientos de las personas que de ellos se valen haciéndolas trabajar. A comienzos de 1872 arribó al puerto local el vapor Eduardo Everett, conduciendo a su bordo la primera corrida de toros que se realizó en Rosario el 2 de febrero de 1872, en un ruedo improvisado en la antigua Plaza de las Carretas del Interior, hoy plaza López; contó con la presencia de numeroso público. En el espectáculo, se lidiaron seis toros, cuatro de muerte y dos de capeo. La ineptitud de los toreros causó que el espectáculo fuera un verdadero fiasco. El 30 de octubre de ese mismo año –para mejorar la demostración– se trajeron reses que prometían ser mucho más bravas. Lo eran, en efecto, y eso trajo aparejado accidentes y pánico, ya que los toros embistieron a los espectadores y ganaron la calle. Contó con la oposición de la Sociedad Protectora, pero los medios gráficos de esa época opinaban que “esa clase de espectáculos es más el ruido que las nueces”. Tan es así que en España se consideraba “un hecho fenomenal la muerte de un torero”, y agrega la crónica: “Lo que hoy vamos a ver es simplemente una diversión como cualquier otra, el ejercicio de un arte casi exento de peligro”.
El espectáculo estuvo tan mal organizado que terminó con el público invadiendo la pista, clavando banderillas a los toros y tirándoles piedras, creando un gran desorden. A raíz de estos hechos, entre risueños y pintorescos, en 1874 se prohibieron las lidias en la ciudad.
Unos años más tarde, el 9 de julio de 1888, se realizó una corrida en la Quinta El Retiro, cerca del Matadero Municipal; lo curioso es que contó con la presencia de policías de la seccional Nº 11 que se dedicaron a agitar al público. Luego de esto las corridas se suspendieron por 11 años y se reanudaron en 1899 pero en este caso los toros debían estar embolados, es decir se les colocaban en sus cuernos bolas o fundas de corcho, madera, caucho o cuero para evitar heridas de asta a los aficionados que participaban.
El 12 de noviembre de ese mismo año se inauguró un circo taurino en la otra Plaza de las Carretas de la ciudad, hoy plaza San Martín. Estos espectáculos fueron autorizados previa comisión del 10 por ciento para la Municipalidad y se realizaron en la plaza taurina ubicada en la esquina nordeste de Dorrego y Córdoba. Estaba construida en madera, tenía forma circular y su capacidad estaba cercana a los seis mil espectadores.
Recibía el nombre de Coliseo. Fue construido por el empresario Enrique Ruiz y su propietario era Pedro Lino Funes. Permaneció varios años.
Las funciones comenzaban a las 3 de la tarde y eran publicitadas con afiches que incluían la leyenda “Pro Asilo” para neutralizar las protestas de la Sociedad Protectora de Animales. En la plaza las butacas estaban divididas en dos categorías, según su ubicación al sol o a la sombra, más caras. Para las damas y autoridades invitadas se reservaban los cómodos y bien situados palcos. Pero la indisciplinada turba tomó por asalto los palcos, sin preocuparse por las disposiciones establecidas. La policía presente se ocupó más en presenciar las corridas que en mantener el orden.
Las reuniones previstas para el 25 de febrero y el 3 de marzo se malograron a causa de las inclemencias del tiempo; pero la del domingo 10 de marzo, en la que se lidiaron seis toros, cuatro de muerte y dos de capeo, se llevó a cabo no obstante que el mal tiempo reinante seguía dificultando su realización. El terreno húmedo y resbaladizo de la pista tornó más ardua la faena, lo que no fue inconveniente, sin embargo, para el lucimiento de la cuadrilla, entre cuyos miembros sobresalieron Pastrana, el Cívico y Delgado. El domingo 17 fue introducido en el ruedo, además de cuatro toros de muerte y uno de capeo, un sexto animal embolado para solaz de aficionados.
En la corrida del domingo 7 de abril hubo una curiosa variante: participó en la fiesta taurina, además de los toreros, el italiano, Santiago Ramussi, contratado al efecto por el empresario Andrés González, para que tomando por las astas al toro más temible entre los presentados lo pusiera patas arriba en sólo diez minutos. Esa prueba tan poco ortodoxa en las prácticas taurinas no tuvo demasiado éxito y no volvió a repetirse. En esa oportunidad concurrieron cuatro mil personas al circo taurino, una cifra de verdad importante para la época.
En las funciones del 24 y 25 de mayo, una concurrencia importante asistió al circo para no perder detalles de las corridas de chanchos intercaladas con las de toros. Para vencer en la insólita competencia, sus participantes, que podían serlo cualesquiera, debían retener por la cola, previamente pelada y engrasada, a uno de los cerdos, haciéndose acreedores sus ganadores a un premio de 25 pesos bolivianos. Así se iban desarrollando las lidias en Rosario, con más problemas que beneficios y la Sociedad Protectora persiguiendo este tipo de espectáculos.
En otra oportunidad la mayoría de los asistentes amenazaron con destruir el local, si no era reintegrado el importe abonado por entrada, destinando posteriormente su total a beneficio del Hospital de Caridad. Carlos Larravide, comisario de órdenes de la Policía, procedió al embargo de lo recaudado, en total 592 pesos con siete y medio reales bolivianos, suma que entregó la Jefatura Política a Laureana C. de Benegas, presidenta de la Sociedad de Beneficencia, institución administradora del mencionado nosocomio.
En aquella ya remota época existía al final del espectáculo para mayores una corrida infantil; se echaba un torito a la plaza para que los muchachones aficionados bajaran a lidiar con él; más de uno entre los pequeños toreros salía de la lucha sin sacos ni pantalones, y volvía a su casa casi desnudo, o sea, en las condiciones más propias para recibir la consiguiente paliza. Era, en resumen, un deporte que resultaba harto doloroso.
El 9 de octubre de 1900, el presidente del Consejo Deliberante, Marcelino Freyre, redujo al 5 por ciento la comisión de los ingresos brutos a la Municipalidad. A medida que pasaban los meses, el interés por las corridas de toros disminuyó y el rédito de la misma forma.
En 1909 en el Pueblo Alberdi se quisieron revivir estas corridas construyendo un circo taurino, pero las autoridades provinciales apoyándose en leyes nacionales impidieron este espectáculo y enviaron a demoler la construcción que nunca fue estrenada. Pese al entusiasmo de muchos, en especial del público femenino, la fiesta taurina no prosperó por la oposición de los sectores sociales influyentes y desaparecieron las corridas de toros de la vida rosarina.