País

Cóctel inflamable

Corrientes: entre el fuego, el carnaval y la desidia de los políticos

Las imágenes de los incendios en la provincia litoraleña reflejan algo que parecía imposible de imaginar: la provincia de los esteros y lagunas cubierta por llamas, humo y cenizas. Y también en las riberas de los arroyos y ríos, en los bosques, selvas ribereñas y en los amenazados campos y malezales


Claudio Bertonatti*

Las imágenes de los incendios en Corrientes reflejan algo que parecía imposible de imaginar: la provincia de los esteros y lagunas cubierta por llamas, humo y cenizas. Y no solo en los esteros: también en las riberas de los arroyos y ríos, en los bosques, selvas ribereñas e, incluso, en los amenazados campos y malezales.

Entre otros, se sumaron dos ingredientes para un cóctel inflamable: una sequía prolongada y múltiples focos de incendios. Los humedales que se fueron secando, casi sin agua (cuando no, secos) quedaron imposibilitados para frenar el avance de cada fuego. A tal punto que vimos cómo los animales del estero eran rodeados o expulsados por las llamas. La fauna huyó como pudo, desde yacarés a carpinchos, lobitos de río, boas curiyú.

La otra, con baja capacidad de huida, quedó incinerada. Fugarse de esa situación es casi una misión imposible, porque muchas veces el suelo está tan caliente que quema y mata como las mismas llamas. Incluso, a veces, estando a 50 o más metros del frente de fuego es imposible acercarse sin que el calor duela o lastime.

Por eso, se secaron montes en pie sin que las llamas hayan tocado una hoja. Más de 20 mil hectáreas de bosques nativos que estaban verdes hace meses, ahora están amarillos, secos o reducidos a polvo. En esos bosques o selvas viven, entre otros, los monos carayá, que ahora no tienen comida, porque dependen, en gran medida, de hojas verdes. Su futuro es incierto, pero no hay que dudar que este sea un golpe duro para la especie. Si a la fauna no la mata el fuego, la mata no tener su ambiente silvestre.

Duele cuando las llamas alcanzan las áreas protegidas

Si la misma energía y recursos económicos que ponen las autoridades para festejar el carnaval (se destinaron unos 25 millones de pesos para su seguridad vial) los invirtieran en prevenir incendios y atacar las quemas intencionales como las naturales nos iría mejor. Si valoraran la naturaleza igual que estas fiestas, no estaríamos lamentando que se haya quemado casi un millón de hectáreas en la Provincia, con todas las pérdidas y sufrimiento que esto implica.

La pasividad, desidia o inoperancia de los políticos ratifica su creencia (falsa) que la naturaleza es “improductiva” y que poco les importa su cuidado. Pero el analfabetismo ambiental se resuelve con ciencia y educación. Y datos como estos: “el valor económico de las contribuciones de la naturaleza basadas en la tierra a la población de las Américas es más de 24 billones de dólares por año, equivalente al PIB de la región”.

Esto lo señaló el informe realizado por más de 500 expertos de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas en 2018. Por eso duele más cuando las llamas alcanzan a los parques nacionales, los parques y reservas provinciales y las reservas naturales privadas. Es decir, las áreas que teóricamente están protegidas.

Es sabido que la protección tiene poco éxito en el terreno cuando se encienden focos en simultáneo, en distintos lugares y con distinto origen sin capacidad para extinguirlos. Desde luego, hay incendios naturales. Existieron siempre, pero en otro escenario: donde había lluvias regulares y las lagunas como los esteros contaban con abundante agua. El cambio climático global cambió las reglas de juego y el impacto de la caída de un rayo, por ejemplo, reviste ahora otra gravedad.

Cualquier poblador rural podrá ratificar que nunca se vio una sequía como esta en la provincia. Que sea extremadamente larga la constituye en una amenaza. Sumado el fuego, el peligro se activa. Estos incendios naturales, entonces, ya no se dan con una frecuencia, intensidad y escala normales. El contexto es otro: anormal, y con el agregado de los focos intencionales. Estos últimos se realizan con y sin criterio, legal e ilegalmente, ya sea para manejar o mejorar las pasturas ganaderas, eliminar los rastrojos de los cultivos o “desmalezar” con otros fines.

Desde luego hay gente que los realiza con conocimiento, conciencia y técnicas apropiadas. Pero también están los otros, los negligentes, criminales, los que los instigan y hasta unos pocos que los celebran, porque la destrucción de los ecosistemas silvestres genera expectativas de expansión de cultivos y forestaciones con pinos exóticos. Recordemos que desde diciembre de 2021 está prohibido realizar quemas, porque el Consejo Federal de Medio Ambiente declaró el estado de emergencia ígnea en todo el territorio nacional.

Así que con o sin criterio los focos iniciados este año son ilegales. Y se tiene evidencia: hay personas filmadas con cámaras de seguridad. Incluso, detenidos y hasta agresores a los bomberos. El Fiscal General del Poder Judicial de Corrientes instruyó a los fiscales de toda la provincia que prioricen la persecución penal de delitos vinculados a los incendios rurales y forestales, que podrían encuadrarse en aquellos cometidos contra la seguridad pública. Así, el promedio de causas llegó a ser de tres a cuatro por día. Veremos en qué quedan estas causas, porque nuestro país no es un ejemplo de justicia ambiental.

Los políticos están lejos de ver la realidad ambiental

Pero en las altas esferas provinciales y nacionales los políticos están lejos de ver esta realidad científica, ambiental, económica y legal. Sus rivalidades y pujas los ocupa en actuaciones de mala calidad que erosionan el ánimo argentino. Porque mientras el país arde, ellos hacen giras y recorridas para posar en fotos o en filmaciones de ciencia ficción: simulan que trabajan de manera seria y solidaria, mientras se atacan para responsabilizar a sus opositores. Y ojalá este fuera un problema circunscripto a un color político.

Si gobernara otro partido la situación difícilmente sería diferente. Si sus asesores (que no son pocos ni cobran una miseria) “hicieran números” y evaluaran sólo las pérdidas económicas de una temporada de incendios como esta (que no terminó) deberían aconsejar una rápida inversión para contar con aviones hidrantes y equipos de lucha contra el fuego en tierra. Y si los daños no son mayores es porque guardaparques provinciales y nacionales, bomberos, brigadistas y vecinos se sumaron para darlo todo, durante días y noches, sin descanso y con lo puesto.

También hay que destacar el trabajo del Centro de Conservación Aguará en las afueras de Paso de la Patria, que está oficiando como una Cruz Roja faunística. Esta es la cruda imagen de un país y una provincia que parecen acéfalas, con funcionarios incapaces de resolver los problemas. Así que no es una cuestión de fondos, porque mayores recursos financieros no garantizan una gestión inteligente y eficiente. Lo venimos viendo a medida que nos endeudamos como nación.

Está claro que si seguimos transitando el mismo camino que nos llevó hasta acá no podremos ir muy lejos. La realidad argentina exige no perder más tiempo y cambiar muchas cosas, empezando por los políticos viciados y las políticas vetustas. Ese sería un buen principio para abrir paso a nuevas prácticas agropecuarias en un contexto de cambio climático, ajustar y aplicar las leyes, dictar sentencias y condenas realmente desalentadoras para los potenciales transgresores, crear nuevas áreas protegidas, fortalecer las ya existentes, rehabilitar o restaurar los ecosistemas quemados para que se recuperen cuanto antes y, de una vez por todas, contar con los medios terrestres y aéreos para combatir los incendios. Es la única forma de emular al ave Fénix en lo inmediato.

*Fundación Azara

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