Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
En una semana de dicha compartida, con festejos multiplicados por doquier aquí y acullá, estas crónicas no pueden menos que abrazar la tendencia general y mostrarse pletóricas y resilientes. De manera que, desafiando el incierto panorama de soles y lluvias que nos regala noviembre me prodigo en la búsqueda de noticias venturosas, preparando espíritu y corazón para las próximas fiestas navideñas que este año, otra vez, se anuncian multitudinarias y generosas. Comienzo entonces por el cierre de la cumbre del clima COP26 que, de acuerdo a las promesas de los líderes mundiales que se dieron cita en Glasgow parecía avanzar por carriles de sensatez, generando compromisos firmes para dejar de lado el uso de combustibles fósiles y detener el fatal calentamiento del planeta. Sin embargo, a poco de incursionar en el tema detecto que la letra chica que redactaron los burócratas una vez que los mandamases abandonaron la sala, resultó tan tramposa como siempre. Parece que –sí, otra vez– la ausencia de definiciones sobre el “cómo”, “cuándo” y “de qué manera” hizo que los anuncios lanzados con bombos y platillos se pospusieran para el próximo año, cuando se dé cita la nueva cumbre climática COP27 en Egipto. De acuerdo a una nota elaborada por el colega Gustavo Sierra, el problema es que la gran mayoría de los países no cumplen con los objetivos planteados, y grandes depredadores del medio ambiente como China, Rusia o India se niegan a asumir los compromisos necesarios para detener las emisiones de gases contaminantes. Y es que sus contrapartes, Estados Unidos y Europa, tampoco cumplen con lo que expresan en su retórica, y menos aún aparecen los 100.000 millones de dólares anuales que los países más ricos prometen a los más pobres para ayudarlos a adaptar sus antiguas economías a otras menos contaminantes.
Lo que ha ocurrido, en cambio, es que Brasil, Indonesia y varios otros países que poseen las mayores extensiones de biodiversidad, lograron más tiempo para seguir talando los bosques y limpiando las tierras para la agricultura y la ganadería. China e India queman conjuntamente dos tercios del carbón mundial y lo seguirán haciendo, mientras que Arabia Saudita lidera a los países de la Opep –los grandes productores de petróleo– que se niegan a aceptar que los combustibles fósiles contaminan. Tampoco Estados Unidos suscribió algunos de los compromisos climáticos más estrictos de la COP26, con su firma notablemente ausente en las promesas para eliminar la minería del carbón, poner fin al uso de motores de combustión interna y compensar a los países más pobres. El jefe negociador de China, Xie Zhenhua, también se negó a firmar acuerdos sobre la reducción de emisiones de metano.
De manera que, escasa de buenas nuevas por ese lado, me dispongo a hacer foco sobre el tema central y eje conductor de estas crónicas de cuarentena: el seguimiento de la pandemia en todo el orbe planetario. Comienzo entonces por los países más avanzados –aquellos que fueron pioneros en la temprana detección del covid-19 y destinaron gran parte de sus poderosos recursos a la implementación de tácticas y estrategias para controlar el virus– pensando que, a estas alturas, los resultados promisorios pondrían un punto final a estos relatos cargados de malas noticias y pronósticos ominosos. Y enseguida me entero de que la incidencia de nuevos contagios volvió a marcar un récord en Alemania, aumentando la preocupación de las autoridades sanitarias en medio de una cuarta ola con cifras de casos y de muerte en alza, y con la campaña de vacunación estancada. El problema es a tal punto acuciante que la ciudad de Múnich anuló el mercado navideño que cada año atrae a más de dos millones de visitantes debido al “crecimiento exponencial” de los contagios. “Es una noticia amarga, pero la situación dramática en los hospitales y el crecimiento exponencial del número de contagios no me dejan alternativa”, declaró el alcalde en un comunicado.
Mientras tanto, para hacer frente a una situación similar, el gobierno de Austria adoptó un bloqueo a nivel nacional para las personas no vacunadas que no tuvieron coronavirus, una medida que el jefe de gobierno, el canciller Alexander Schallenberg, tildó de “paso drástico”, pero “necesario”. La medida – que entró en vigencia esta semana y es inédita en la Unión Europea– prohíbe abandonar sus hogares a todas aquellas personas mayores de 12 años que no hayan sido vacunadas o que no se hayan recuperado recientemente del coronavirus. Sólo pueden salir de sus domicilios para realizar actividades básicas como trabajar, ir de compras, ir a la escuela o la universidad, o dar un paseo corto. Las autoridades dicen que se intensificarán los controles policiales en las calles y quienes violen la medida pueden ser multados con hasta 1.660 dólares. “Mi objetivo es lograr que los no vacunados se vacunen, y no bloquear a los vacunados. Estamos pasando de una ola a otra y eso no puede continuar ad infinitum”, enfatizó Schallenberg. En Austria, sólo el 65% de la población tiene la pauta de vacunación completa, una tasa que el canciller describió días atrás como “vergonzosamente baja”. Por otro lado, en Italia la Policía se dedicó a realizar una ola de redadas contra grupos antivacunas por instar a la violencia contra políticos y médicos que están a favor del pasaporte sanitario impuesto por el gobierno. Según informó la agencia de noticias AFP, las incursiones policiales se desplegaron en 16 ciudades y fueron detenidos 17 líderes ultrarradicales del movimiento “Basta Dittatura”, activo en Telegram, que “incita al odio y a la comisión de delitos graves”, de acuerdo a las autoridades policiales. El grupo antivacuna, que tiene como símbolo una esvástica, proponía “ahorcamientos”, “pelotones de fusilamiento”, “disparos en las piernas” y “más marchas sobre Roma”, en alusión a la marcha fascista de 1922 que condujo a la llegada al poder del dictador Benito Mussolini.
Entonces, decido poner la mirada sobre mi caótico pero adorable país que el fin de semana ha vuelto a culminar una jornada democrática como pocas y que –milagros de la grieta vernácula– ha dejado contentos a propios y ajenos. Sí, acá, por estos días la alegría se amodorra en el aire… será porque el verano ya calienta con sus promesas de disfrute en cualquier punto de la variada geografía local, o porque la plaga que azota el planeta nos ha dejado descansar unas semanas y el dolor se percibe como lejano y casi, casi desarmado. O será por esa inmanente capacidad de resiliencia que tenemos todos los argentinos, esa cuota de levedad que nos abraza y no permite que nos aferremos a las paredes del pozo de la angustia… Una cualidad argenta de definición imposible que nos regala la ingenua convicción de que la lluvia no nos va a mojar del todo al caminar por las torcidas vereditas del destino… mientras vamos pisando charquitos con las manos en los bolsillos y llorando un tango por las cosas perdidas.