Leila Torres, Télam
En el marco del Festival Futuro Imperfecto que se realizó el fin de semana en el porteño Centro Cultural de la Cooperación, el cronista Cristián Alarcón estrenó Testosterona, una performance creada por el también escritor y la actriz y dramaturga Lorena Vega, que pone en discusión las nociones de cuerpo e identidad a través de una historia biográfica en la que el autor de Cuando me muera quiero que me toquen cumbia cuenta cómo, durante su infancia, fue sometido a un tratamiento con esta hormona para «encauzar» su masculinidad.
Alarcón (La Unión, Chile-1970) reside en Argentina hace unos 45 años y desde 1990 se dedica al periodismo de investigación. Escribió en diarios como Página/12 y en las revistas TXT, Rolling Stone y Gatopardo. También fundó Anfibia, revista digital de crónica narrativa; Cosecha Roja, la Red Latinoamericana de Periodismo Judicial y el Laboratorio de Periodismo Performático que convoca a artistas y periodistas a generar piezas conjuntas. Además, coordina la Maestría en Periodismo Narrativo de Universidad Nacional de San Martín.
A los seis años, Alarcón comenzó un tratamiento con inyecciones de testosterona por decisión de sus padres quienes veían que comenzaba a mostrar «rasgos femeninos». «Recuerdo el color de las cubrecamas de mi casa en Chile. Recuerdo el cerezo detrás de la ventana por el que miraba llover antes de los cuatro años. Recuerdo el viaje a Argentina, la pieza de adobe donde vivimos al llegar los exiliados, las casas que tuvimos hasta los seis. Recuerdo con precisión la ropa de mi madre, las telas de las que estaban hechos talones, los zuecos que usaba para ir a la escuela. Y sin embargo, a partir del momento en que soy inyectado, no recuerdo nada hasta más o menos los ocho o nueve años, es decir, cuando el tratamiento terminó», contó Alarcón a la agencia de noticias Télam sobre esta obra que recupera su trauma individual para hablar sobre cuerpo e identidad.
La performance Testosterona se presentó en formato de «work in progress» en CC Cooperación (Corrientes 1543) en el marco del Festival Futuro Imperfecto. Creada por Alarcón y Vega, busca «poner en contexto el olvido de una subjetividad que necesitó despojarse del momento traumático». Su presentación oficial está fechada para enero en el Festival Santiago A mil y luego en el Festival Internacional de Buenos Aires (Fiba).
La obra es consecuencia de un poema que Alarcón escribió para Anfibia sobre el cuerpo contemporáneo. Mientras escribía el poema, ese monstruo que se escondía en su memoria tomó forma, se materializó en imágenes sobre inyecciones de testosterona que luego pudo confirmar con su madre como verídicas. «Inmediatamente lo comentamos con Lorena Vega, con quien ya habíamos iniciado el trabajo conjunto como tutores del Laboratorio de Periodismo Performático. Son proyectos en los que Lorena y yo hablábamos de investigaciones y de montajes desde el periodismo y desde el arte escénico», contó el escritor acerca de los inicios del proyecto.
«Lo que sucedió es que cada vez nuestros roles mutaron más. Lorena también tiene en su ADN a la periodista y de algún modo yo me reencuentro con mis propias huellas adolescentes cuando participé de un grupo de teatro muy fugazmente, pero de manera muy comprometida en el sur de la Argentina, en el grupo de la Universidad del Comahue, que se llamaba Río Vivo», explicó sobre la fusión entre el teatro y el periodismo. Y agregó: «La mixtura de saberes, de experiencias y de aprendizajes dan como resultado la obsesión por trabajar en torno a la historia de las inyecciones para lograr un biodrama».
Finalmente, Vega propone Testosterona al Fiba y así comenzaron, en enero, un proceso de investigación y de escritura a cuatro manos. Con una escenografía minimalista y un actor que, por momentos, funciona sólo como asistente de escenografía y en otros representa distintos personajes, Alarcón se encarna a sí mismo.
Poner el cuerpo
Horas antes de su actuación, el protagonista dijo: «Voy a indagar en la relación entre trauma, dolor, cuerpo y performance. Y como paciente lacaniano, me pregunto todavía cómo la encarnación de mí mismo atravesando el trauma puede ser una herramienta de sanación».
La performance cuenta su adolescencia como presidente del centro de estudiantes, sus novias, su primera experiencia con un hombre, su primer acercamiento a la no ficción y también las noches adrenalínicas de la Ciudad de Buenos Aires. Cada escena sitúa una discusión sobre la identidad en la que Alarcón se recrea a sí mismo y vuelve a contar su propia historia con valentía, erguido en el medio del escenario, iluminado por las luces del teatro de la sala Solidaridad del CC de la Cooperación.
Alarcón comenzó contándole al público cómo para su mamá muchos eventos trascendentales políticamente o de los más rutinarios podían significar el fin del mundo. «¿Su hijo mayor gay? El fin del mundo», dice Alarcón y la sala, casi llena, lanza una risotada. Situado en un presente donde «la extinción es inminente», Alarcón remonta al público a su pasado de «niño delicado y principito» en el que se sintió indefenso. Luego, instaló el recuerdo de los pinchazos: «Fui inyectado para masculinizarme», declaró.
«¿Por qué era insoportable para los padres jóvenes y modernos que habían sido, que bailaban twist y probaban marihuana en la década del 60 en un pueblo conservador del sur de Chile, dos campesinos desplazados pero subidos a la modernidad de la época?», se pregunta Alarcón. Y cuenta: «Mi madre, una mujer que sale a trabajar tempranamente, sostiene a su marido estudiando en Santiago mientras cría a sus hijos como una mujer jefa de hogar de ahora en aquel pueblo y que, sin embargo, no puede tolerar dos cosas: la idea de que su hijo sea maltratado por ser diferente y por no ser lo suficientemente masculino. Pero también la idea de que su hijo varón no va a poder cumplir con el mandato de la reproducción y que ella no va a poder ser abuela».
«Yo dejé de jugar, me encerré en los libros. Mi madre debía obligarme a relacionarme con otros chicos. Los blindajes múltiples de los que fui sujeto para defenderme del bullying, para defenderme de otros varones, para defenderme de otras mujeres fueron construyendo una imagen de pseudo macho alfa fálico que se preservaba, aún en su caos y en su deriva, el control de las situaciones», recordó el escritor.
Respecto de cómo fue desentrañar el recuerdo del tratamiento al cual había sido sometido en la niñez, evocó el escritor ganador del premio Alfaguara con la novela El tercer paraíso: «El inconsciente es tan complejo que es capaz de guardar bajo capas y capas el trauma hasta que finalmente, un día, después de muchísimos años de diván y de distintos tipos de terapias y de un proceso de persistente búsqueda en el autoconocimiento, para llamarlo de alguna manera, se revela».
La masculinidad está directamente asociada a la cantidad de testosterona en sangre, «cuando en realidad no es una hormona esencialmente masculina», dijo el escritor, sino «una construcción cultural de la masculinidad de la testosterona». De cara a la performance, Alarcón reflexionó: «Me queda muchísimo todavía por transitar. La masculinidad hegemónica que yo mismo he transitado y que evidentemente, empujado cultural y subjetivamente por la acción de una terapia de conversión de la homosexualidad, me impacta aún hoy y seguirá así. No creo en la posibilidad de una deconstrucción absoluta. Creo que todes estamos signados por el binarismo del patriarcado».
Esta presentación fue parte de una programación rica en materia periodística y sobre todo innovadora por fusionar formatos que parecían incompatibles. «Los límites del periodismo son los que nosotros mismos toleramos», sostuvo Alarcón. «Si nos dejamos atrapar por las lógicas del mercado y por las lógicas del los modelos nuevos de negocio, por las lógicas de la producción incesante y de la acumulación, no sólo en el periodismo, en cualquier campo vamos a encontrar límites rápidamente», advirtió el escritor.
«Me preocupa ver cómo jóvenes periodistas avanzan en sus carreras tempranamente y pasan de manera fugaz por el periodismo para huir hacia otras disciplinas, hacia otros empleos, hacia otras maneras de ganarse la sobrevivencia. Me encantaría que pudieran quedarse», planteó. Y agregó: «Anfibia tiene como obsesión crear las condiciones para que la ética sea mucho más que la virtud del que aprendió a conseguir información y organizarla de modo claro, preciso y riguroso para comunicar para que la realidad se entienda como una invención».
«No porque burlemos la verdad sino porque nos autoexigimos un vuelo en la interpretación de los datos, en el modo de mostrarlos, en el modo de hacerlos jugar con otras miradas y disciplinas», explicó.
Para Alarcón, la ciudadanía argentina se caracteriza por su «inquietud». «Más allá del resultado del domingo (por el balotaje), Argentina es un lugar lleno de voluntades extraordinarias y de personas que no se aguantan siendo una sola cosa, que viven sus existencias en una búsqueda vital múltiple, que no descansan en la comodidad de cumplir con lo mínimo indispensable para existir», definió.
El Festival Futuro Imperfecto se desarrolló hasta el pasado sábado reuniendo a distintas personalidades de las ciencias, los activismos y el pensamiento crítico. Luego del triunfo de Javier Milei en las elecciones presidenciales, para Alarcón el festival se convierte también en un espacio para «gestionar la desesperanza, un modo de gestionar el miedo, un modo de gestionar la idea de este futuro distópico, intentando que en el diálogo sobre los temas más cruciales y una posibilidad de imaginar ante la desazón que producen las noticias que nos bombardean minuto a minuto sobre los primeros pasos de un gobierno dispuesto a dinamitar parte de nuestros derechos».