Rodolfo Pablo Treber
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
La última dictadura cívico militar llegó para destruir el exitoso modo argentino de producción que logró comenzar a socializar las riquezas en beneficio de aquellos que las generan: los trabajadores. El resultado alcanzado se basó en el rol empresario que asumió el Estado desde los sectores estratégicos de la producción, promoviendo el desarrollo de proveedores en pequeñas y medianas empresas, protegiendo e impulsando al sector privado. Así, el funcionamiento industrial argentino lograba complementar lo mejor de cada sector de la economía y constituía un eje dinámico mucho más fuerte que el del capitalismo (Multinacional-Pyme, todo privado) o el comunismo (Empresa Estatal Integrada); era la tercera posición. Trabajadores, empresarios y Estado, avanzaban dentro del proyecto nacional.
El 24 de marzo de 1976, la geopolítica imperial diseñada por el Pentágono norteamericano, a pedido de Richard Nixon y Henry Kissinger, empezó con el terrorismo de Estado en nuestra Patria y contra nuestro Pueblo. Eufemísticamente se la conoció como “doctrina de la seguridad nacional” y provocó 30.000 secuestros, seguidos de tortura y de muerte.
El modo argentino de producción es lo que vino a destruir la dictadura militar para instalar, a la fuerza y por orden imperial de los Estados Unidos, el capitalismo liberal como nuevo ordenamiento político, económico y social.
El 2 de abril de 1982, el gobierno de facto, desgastado, pero aún con voluntad de perpetuarse en el poder, recupera las Malvinas en un intento de recomponer su relación con el Pueblo. Pero pierde, inexorablemente, el favor norteamericano, que lo considera una causa popular, latinoamericana y antiimperialista a pesar de que fuera ejecutada por quienes secuestraron, torturaron y asesinaron a compatriotas cumpliendo sus designios.
El 30 de octubre de 1983, contra un PJ que había aceptado la autoamnistía del terrorismo de Estado, la UCR de Raúl Alfonsín gana las elecciones presidenciales denunciando el pacto sindical-militar de Lorenzo Miguel y el almirante Emilio Massera. Comprometiéndose a juzgar a los gobernantes de facto, terroristas de Estado, y aplicando inicialmente una política económica de recuperación, moderada y gradual, pretendió llegar al Estado de bienestar –sin conseguirlo– sin salir de las recetas del FMI.
En 1989, acosado por un golpe de mercado de los poderes fácticos, Alfonsín anticipa las elecciones. Con la memoria industrial fresca, el pueblo argentino, apuesta por la promesa de revolución productiva de Carlos Menem. Pero, haciendo todo lo contrario a lo prometido, y alardeando de su impunidad… –“Si decía lo que iba a hacer no me votaba nadie”– el gobierno menemista profundizó el proceso de destrucción industrial que había iniciado la dictadura militar. Privatización y/o cierre de las empresas del Estado, apertura de importaciones, flexibilización laboral, fueron el combo para terminar la tarea que el imperio encomendó a los militares golpistas.
A pesar de la aplicación de un plan de privatizaciones salvaje y una destrucción del patrimonio social argentino como nunca antes, gana elección tras elección. Su guía son los documentos Santa Fe II del Pentágono, en el que los movimientos nacionalistas, las empresas del Estado y sus propiedades son equiparadas al narcotráfico como adversas al interés geopolítico norteamericano. Su política económica es neoliberal, brutal, pero gana la reforma constituyente de 1994, la reelección presidencial de 1995 y cumple su mandato normalmente.
Fernando de la Rúa fue su continuador liberal en clave radical, pero tuvo que renunciar en 2001, en medio del caos y con decenas de muertos en las calles. Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde lo sucedieron como cazadores de jubilaciones de privilegio hasta las amañadas elecciones de 2003, en las que el PJ llevó 3 candidatos directamente a la general, cultivando, una vez más, el delicado y efectivo arte de ser oficialismo y oposición adentro del mismo plato.
Néstor Kirchner asume con escasísimo apoyo electoral por la renuncia de Menem a la segunda vuelta, y anuncia que el suyo va a ser un liderazgo de gestión. Contra viento y marea aplica políticas para reactivar el consumo interno y volver a utilizar la capacidad industrial instalada que el período menemista había dejado en desuso. Aunque moderadas, dado que no se modificó la estructura económica ni sus sectores estratégicos, resultaron un bálsamo en las calles y, pagando, renegocia la deuda externa. La patria sojera le permite recursos fiscales en abundancia y presenta, audazmente, a CFK como su continuadora en vez de ir por la reelección. Y gana en 2007.
Cristina Fernández continúa el exitoso ciclo, haciendo la plancha cuando las cosas van bien y reaccionando con energía cuando no. Escasa de caja, va sin éxito por la resolución 125, pero corona con la nacionalización de las AFJP. Las aguas se calman y es reelegida en 2011.
Para entonces, la matriz productiva argentina, producto de su estancamiento y avance de la tecnología, daba menos puestos de trabajo que los publicados en 1980. Inexorablemente, para avanzar en la creación de empleo, había que aumentar la capacidad instalada, invertir en producción, desarrollar la industria nacional… pero la política no cambió. Con una estructura económica totalmente privada (logística, aduana, comercio exterior, producción, acopio y distribución) y un poder adquisitivo en aumento, los empresarios capitalistas que nunca arriesgaron nada, nunca invirtieron, trasladaron cada aumento salarial a precios. Deprimiendo la demanda interna para generar mayores saldos exportables y comenzando un proceso inflacionario que permanece hasta estos días.
Así las cosas, en el eterno retorno del capitalismo argentino, una vez más, vuelve el neoliberalismo con Mauricio Macri en 2015. Aprovechando el bajo nivel de endeudamiento y el malestar social, busca cumplir la tercera etapa del proyecto liberal post Perón. Destruir la pequeña y mediana empresa.
La dictadura militar instaló el capitalismo, Menem destruyó las empresas del Estado relegando los sectores estratégicos al extranjero, y Macri buscó destruir el último eslabón de la cadena productiva nacional, las pymes. Altas tasas de interés, apertura indiscriminada de importaciones, dólar alto… fueron demasiado.
Esta es, reduccionismo mediante, la polaridad liberal-keynesiana que se viene alternando en el poder desde la desaparición forzada del proyecto de liberación nacional por el terrorismo de Estado a partir de 1976.
En el repaso de estos 45 años queda claro que el ataque del imperialismo de mercado, a partir de la apropiación de nuestro mercado interno, no cesó ni un segundo, mientras la gran ausente fue la herramienta histórica de liberación nacional, el Estado Empresario.
La debacle industrial argentina deja, como peor saldo, un pueblo lastimado por la desigualdad y la pobreza. Y, aunque por sus urgencias agarre lo que sea que le tiren, aunque no sea capaz de diagnosticarse, medicarse y sanar por sí mismo, ya comprendió que lo que le dieron antes fueron meros placebos. Empieza a desconfiar de las bonanzas rápidas, efímeras e insuficientes del pasado reciente. Quiere trabajo estable, en blanco, con planes de vivienda, salud, educación y consumo inteligente.
San Martín-Rosas-Yrigoyen-Perón eran libres porque fueron atrevidos. Se animaron a ser argentinos cuando los otros buscaban la aprobación del Imperio, cuando los demás despreciaban la Patria para amar al que la sometía. No debemos olvidar que, a esa audacia existencial debemos lo que somos hoy, pero, sobre todo, lo que podemos ser, el enorme potencial a futuro del Pueblo argentino, la resolución positiva de todos sus problemas, la definitiva liberación de los compatriotas que sufren sin sentido. Sólo falta un poco de amor a la Patria.
(*) fundacion@pueblosdelsur.org