Espectáculos

Crónica de la tevé iracunda

A "Crónica TV" es como si le importara tanto como al mismo tiempo le diera todo lo mismo. En el cenit de esa tendencia está Anabela Ascar y su envío diario, una fanfarria litúrgica de personas-personajes. Por Leonel Giacometto

anabela

Al menos por contraste, la imagen, la intención  y el sentido de Crónica TV marcó tendencia en su momento y empezó a delimitar (visualmente, aunque más no sea) usos y abusos de lo que todos los días aparece en la televisión argentina como “información”. Y le pese a algunos y lo consideren un exceso otros, junto con una necesidad casi formativa y literal de “estar en todos lados”, el humor en Crónica TV tuvo y tiene cierta autonomía, digamos, conceptual. O sea, es como si a Crónica TV le importara tanto todo como al mismo tiempo le diera todo lo mismo: los desastres naturales, Mauricio Macri, los partidos políticos, el gobierno, el fantasma Sandro, los accidentes de tránsito, el fútbol, lo que se llama inseguridad, el estado del tiempo, la lotería, el turf, el pitufo Enrique, Jorge Asís, Comodoro Py, Fernando Burlando y Silvina Escudero, sin niveles, sin pesos, sin impedimentos morales, sin rutina pasa y pasa todo sin agotarse nunca (salvo cuando repiten y repiten recitales). No tienen género en Crónica TV y aquí ingresa, alta y un poco desordenada, Anabela Ascar y su programa diario en vivo al atardecer (y repetido siempre, después, a toda hora, en todo momento, en todo canal).

Su nombre es con doble ele pero ella se sacó una para lo mediático. Fue azafata de Aerolíneas Argentinas desde 1982 hasta 1991. Se fue a probar suerte a Canadá pero al año volvió. Estudió Turismo, Locución y Traductorado (literario) de inglés mientras era movilera de la por entonces nueva señal de cable Crónica TV. Pasó a presentadora de noticias, donde primero parecía medio estúpida frente a cámaras, siempre rematando las noticias dadas con algún chiste sombrío y sin gracia. Aprendió a soltarse y llegó a productora ejecutiva de ese canal. Tiene una perra fea que se llama Dominga que aparece siempre por ahí, al aire. Estuvo en pareja mucho tiempo con el dueño del canal, Héctor Ricardo García, también dueño y fundador del diario Crónica, pero se separaron a fines del año pasado. Hace poco se la vinculó amorosamente con el gobernador puntano Alberto Rodríguez Saá, pero todos saben en San Luis que eso no es cierto a pesar de que, en breve, comenzará Vamos adelante, un magazine semanal en el Canal 13 de aquella provincia.

Habla de “Los reinos” y de una búsqueda espiritual que viene de lejos. Sabe de vida extraterrestre y es defensora de los animales (caballos y perros, sobre todo). En varias entrevistas que le hicieron dijo que “la vida es un gran telar donde todos los hilos son necesarios, que todos en la televisión están dando una impronta energética y son un referente social necesario para la sociedad, que nadie está por casualidad en los medios de comunicación, y que la televisión es una gran espejo en donde todos los televidentes se pueden ver reflejados”. Decires de una mujer que parece contenta al aire y que dice no creer en la competencia.

“Nadie puede hacer lo que vos viniste a hacer a este mundo, nadie. Solo Vos. Cada uno es único e irrepetible. Es cuestión de “ser” lo que sos y punto. No hay nada extraordinario. Animarse a hacer lo que uno siente”, afirmó en una entrevista suelta de boca, y de mente, como parece.

El pasado 9 de agosto cumplió 47 años y en Crónica TV se lo festejaron en vivo y al aire, rodeada de toda su gente. Lo de gente se refiere a muchas de las personas que pasaron y pasan por su programa. Hechos y protagonistas con Anabela Ascar se llama el programa. Así nomás, y viene apareciendo por Crónica TV desde 2008. Desde entonces la gente que pasó por su programa fue más una fanfarria con liturgia que una galería de personajes freaks. Lo de freaks es muy discutible y la mayoría de los que pasan por el programa de Anabela Ascar no son personajes, sino personas. Como Zulma Lobato, que es una persona y que hace lo que puede con la cabeza como la debe tener y un pasado que en cualquier

momento se hace presente y futuro. Desde ahí, desde Zulma, para arriba, para abajo, para atrás, para adelante y para los costados pasaron todos los que, o nunca tuvieron su momento para mostrarse

y certifican su fe ahí, o los que pasaron y hoy quieren volver a la tele, aunque sea para criticarla. La lista es enorme y va en aumento. Pasó un hombre que dijo que su jefe le había implantado un microchip, pasó una obesa stripper y contenta, un escritor disfrazado de orangután, más de un esquizofrénico, algún vivo pasó, varias viudas e hijos de famosos muertos pasaron, dobles, travestis artistas, enanos cantores, gente incluida en otro tipo de realidad digamos, entre muchos otros. La bisagra de su popularidad

fue la entrevista primera a la mencionada Zulma Lobato, que había ido en primera instancia para denunciar maltrato policial a las travestis de su zona.

Pero, también, por su programa pasan actores en desuso que la televisión convirtió en esa palabra una vez utilizados.

Como Beatriz Bonet, que entrevistada por Anabela dijo, entre otras, que su carrera no avanzó por no querer desnudarse y que ahora la fama la mira desde otra vereda.

A Anabela Ascar los medios audiovisuales y gráficos le dicen “La reina del periodismo bizarro” pero no es tan así. No por ella sino por el término mismo y lo que los mismos medios reclasifican a favor de unos y en contra de otros. Usado como se usa en la televisión actual, lo bizarro divide, de alguna manera, las clases sociales que habitan y hacen posible lo mediático con un afán que bordea lo discriminatorio. Por ejemplo: Una travesti de nombre La Giovanni que baila dando puras vueltas completas y que al girar se le escapan los testículos, ante la mirada de la tele, es bizarro. Pero Ricardo Fort es excéntrico y suena mejor. Aníbal Pachano, por supuesto, un artista.

Para sostener un imperio, Adrián Suar y Marcelo Tinelli tuvieron y tienen (sobre todo el segundo) que acceder y rendirse al doble juego de “no querer queriendo” engrasarse hasta las medias para explotar una mina de oro que, descubrió Tinelli, le sale fácil y lo convierte en, por seguir un proceso histórico-televisivo,

zar mediático sin mucho esfuerzo. A fin de cuentas sólo necesita “hacerse ver, estar y arrojar nafta al elenco para después apagar los focos y recomenzar” con la misma actitud cínica que ya había empleado

años atrás con el digamos aparato político. Por eso, si para sostener a Marcelo Tinelli, éste (el mismo Marcelo Tinelli) tuvo que mostrar lo peor de sí lo más solapadamente camuflado en ser, por decirlo así, el resultado de lo que el público quiere ver y lo que todo aspirante a “artista televisivo” desea, entonces,

Anabela Ascar es David Lynch y Chiche Gelblung, por decir, Ricardo Bartís, el director de teatro porteño. Lo bizarro también baila por un sueño, pero mal intencionado. Y Miami sigue siendo, para la troupe Tinelli, un lugar para habitar en el mundo.

Entonces, llámeselo “mal menor” o tómeselo como viene, la personalidad que muestra Anabela Ascar hoy por hoy al aire escapa a la media habitual. Dejando de lado a Susana Giménez y a Mirtha Legrand (y a las de Mañaneras desde el vamos), sólo basta con tener cable y andar por ahí en los programas

conducidos por mujeres de mediana edad, o simplemente verla a Liliana López Foressi, que volvió a la pantalla con un tono demasiado soberbio para la cuestión (y la cara deshecha de rencor).

Anabela Ascar parece frontal, desenvuelta, abierta, compinche, firme y serena. Se ríe fácil y hasta parece que esconde algo. Pero el guiño más sobresaliente que tiene Anabela sobre la teleaudiencia es mirar a cámara, casi sonriendo apenas, cada dos por tres, mientras por decirlo así y generalizando, “el invitado” hace su gracia, como entre un “hola y un adiós”, como compartiendo una sensación mira Anabela, la vastedad del mundo, la amplitud frente al dilatado esfuerzo de muchos por, digamos, “ser” algo para otros desde una pantalla y tener algún tipo de redención, o algo así. Ahí Anabela Ascar puede afanarse de generar algo sobre el público. Lo de algo no tiene definición y ni ella, aún, sabe qué es. Pero se la banca.

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