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Crónica de una revolución fallida

La última intentona de origen radical por derrocar a una dictadura militar fue durante el gobierno de José F. Uriburu y tuvo como activistas a los hermanos Kennedy, combativos estancieros entrerrianos que iniciaron un levantamiento

HISTORIA / CRÓNICA
Los Kennedy. Tres hermanos que casi cambiaron la historia
Jorge Repiso. Emecé / 2015. 248 páginas

En sus diferentes relatos, la historia argentina olvidó o dio poca importancia a coyunturas que fueron vitales y que sirven para explicar diferentes épocas. El último intento revolucionario de los radicales –quienes en muchas oportunidades decidieron tomar el poder político por las armas desde la fallida Revolución del Parque en 1890– tuvo como protagonista principal al teniente coronel Gregorio Pomar. Sin embargo, la luz de esa estrella dejó sin resplandor a quienes como él también intentaron sacar del gobierno al dictador José Félix Uriburu. Los hermanos Mario, Eduardo y Roberto Kennedy, unos estancieros que se salían del molde, lograron tomar la sede policial de la entrerriana ciudad de La Paz en enero de 1932 pero, al verse solos, decidieron terminar el levantamiento armado y comenzar una fuga que tuvo episodios cinematográficos. A más de 80 años, Jorge Repiso decidió contar esa gesta con un tono épico, con una narrativa aventurera en la que se notan los destellos de una investigación periodística y un trabajo de artesano en el armado de los perfiles de los personajes centrales. Al mismo tiempo, el periodista de la revista Veintitrés ofrece un detallado cuadro de la época –inicios de la Década Infame– en el que se vislumbran angustias y pormenores de un líder ya vapuleado como fue Hipólito Yrigoyen, y los desaciertos del primer gobierno dictatorial argentino.

 

Irlandeses y estancieros

 

Los Kennedy no fueron unos estancieros modelo, sino que tuvieron rasgos carismáticos que los acercaron afectuosamente a la gente de su región, además de un fuerte compromiso con sus ideales ligados al Partido Radical y al presidente Yrigoyen. Repiso perfila las personalidades de estos hijos de colonos irlandeses que llegaron a Entre Ríos en la primera mitad del siglo XIX; porque según el autor Mario, Eduardo y Roberto fueron hombres muy apegados a la tierra y a las labores rurales, a pesar de ocupar el puesto de patrón. “Como descendientes de irlandeses que son, tuvieron que luchar. Primero, con la razón y hasta agotar la paciencia; después con la acción, porque al territorio se lo debe defender”, los define Repiso.

Dueños de la estancia Los Algarrobos, los Kennedy mantuvieron el legado de sus padres de ampliar y mejorar sus negocios ganaderos con una visión progresista. Repiso los pinta como unos empresarios dinámicos pero a la vez como unos peones más de su extenso dominio. Salir a recorrer el campo para arriar o buscar vacas, arreglar alambrados y hasta domar eran tareas que acostumbraban a realizar los Kennedy mientras compartían su tiempo con la peonada. La imagen es populista, al igual que la de Juan Manuel de Rosas que subía al caballo de un brinco, era un experto jinete y provocaba la admiración de los gauchos. “El número de Roberto era el más esperado. Cuatro hombres sujetaban al palo al más cabrón de los caballos que, una vez suelto, iniciaba una batalla en la que ninguno de los dos se daba tregua”, relata Repiso. Al mismo tiempo, los jóvenes estancieros tenían afinidad con los vecinos de La Paz donde compartían espacios de sociabilidad como clubes, milongas –uno de ellos era un eximios bailarín– o comités, sin marcar las diferencias.

 

Dictadura y después

 

La apacible y prometedora vida de los Kennedy, como la de todos los argentinos, tuvo su gran tragedia en el primer golpe de Estado que inició una serie de dramáticas e ineficientes dictaduras militares. El 6 de septiembre de 1930, el general Uriburu sacó del poder a Yrigoyen con fuertes críticas a la corrupción de ese gobierno. La acción fue respaldada con actos represivos como el fusilamiento del anarquista Joaquín Penina en Rosario, y la feroz persecución a la izquierda y sectores del radicalismo. El viejo caudillo fue encarcelado en la isla Martín García y su edecán, Gregorio Pomar, se mantuvo leal. La Década Infame estaba en marcha. El desastre económico al que llevó el gobierno militar que proponía un proyecto corporativista hizo que Uriburu no mantuviera sus apoyos y rápidamente encontró un sucesor en el general Agustín P. Justo. Se proscribió al radicalismo yrigoyenista y volvió el fraude a los comicios en Argentina. Rápidamente se había comenzado a tejer una trama para sacar por las armas a quienes antes habían usurpado el gobierno. En esa conspiración estaba envuelto Eduardo, quien anduvo por Buenos Aires, Montevideo y París buscando apoyos para su causa. En ese recorrido conoció a Atahualpa Yupanqui y a Carlos Gardel, brindó conferencias y extrañó a su tierra. “Vivirás, entrerriano, mientras quede en el fango, como un mate curado, la amistad del amigo, mientras haya algún «orre» que no cambie de rango…”, son las letras del tango “El Entrerriano” que, según Repiso, le cantó Gardel.

 

Las armas y el monte

 

Fue así que se puso en marcha la revolución para apurar la salida de Uriburu y poner en marcha otra vez al juego democrático que les permitiera participar a los radicales yrigoyenistas. El general Toranzo, el doctor Ábalos (ex ministro de Yrigoyen), los tenientes coroneles Gregorio Pomar y Roberto Bosch, y el doctor Erro eran los líderes de la revuelta. Los Kennedy se armaron y reunieron con un grupo de simpatizantes con la causa y tomaron por la fuerza a la Jefatura de Policía de La Paz. Atrincherados allí esperaron señales de otras tomas de destacamentos pero no llegaron noticias de Concordia. Las otras asonadas habían fallado y después de unas horas de ocupar el edificio decidieron darse a la fuga. Así fue que decidieron guarecerse en un lugar seguro, el quebrachal de su propio campo. Repiso recrea así la resistencia en el bosque transformando esa acción en una metáfora más de la vida de los naturales entrerrianos frente a la barbarie de los militares. Mientras el gobierno dictatorial les tira con un grueso armamento, ellos esperan con una sonrisa en los labios atentos al momento de un nuevo escape. “Los siete aviones abrieron fuego y con sus bombas levantaron árboles enteros por el aire. En eso consistía el amedrentamiento o el deseo de matarlos”, como describió la situación Repiso para dar una idea más acabada de esa tenaz resistencia.

Un texto cargado de paralelismos

“Usted no me defendió a mí, sino a la democracia. Pero sepa que no fue el único, jovencito. Cuando tumbaron a Yrigoyen, muchos salieron a defender el sistema. Pregunte por unos hermanos que pelearon en Entre Ríos”, recordó Repiso las palabras que le dijo el ex presidente Raúl Alfonsín y cuando a mediados de los noventa el periodista trabajaba en televisión y le había confesado al líder radical que no le habían caído bien algunas leyes pero que él se había jugado para ir a hacerles frente a los carapintadas para que no pusieran fin al proyecto democrático.
Según Repiso, ese episodio quedó en su cabeza y en un viaje a Entre Ríos inició la redacción de Los Kennedy. El libro está cargado de paralelismos, entre la democracia y la dictadura, así como entre los hombres del pueblo, por más que sean estancieros, con los oligarcas antipopulares; incluso entre populares y gorilas. Ese imaginario fue recreado en los últimos años del gobierno de Cristina Kirchner y, de acuerdo con la perspectiva del lector, en este sentido también se pueden encontrar rasgos de similitud entre las formas de hacer política y las características de las personas que se desenvuelven en cada sector. Incluso, en algunos puntos existe cierta similitud con la trágica historia de la célebre familia norteamericana que dio a ese país a uno de los presidentes más carismáticos, John Fitzgerald Kennedy, también conocido como JFK, quien fuera vícitma del emblemático magnicidio.

 

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