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Crónicas mundiales de la pandemia que anteponen los rostros de carne y hueso a la «cara del virus»

Rodrigo Miró habilitó voces ignoradas en sus notas para El Ciudadano y esa saga ahora muda de formato. Relatos personales que encarnan historias colectivas en medio del descalabro global, voces sin tamices oficiosos en un tono íntimo, registro poco explorado, a lo largo del planeta

Al principio fue el virus, la “cara” del nuevo virus. Después, las estadísticas, gráficos, proyecciones, modelos matemáticos, investigaciones científicas escupidas sin rigor por los medios, atropelladas, contradictorias. En paralelo, las teorías paranoicas, conspirativas o apocalípticas manipuladas políticamente tanto como las reacciones de negación social. Y las noticias falsas, cuándo no, alimentadas por el terreno inusualmente fértil que abona esta crisis sanitaria global, la primera del siglo XXI.

El sars-cov-2, jodido nombre, tiene corona, y continuó siendo el protagonista. Detrás, diría Serrat, esperan las personas. «Pandemia, crónicas mundiales de la batalla contra el Covid-19» vuelve sobre esa centralidad de los cuerpos, los nombres y apellidos, las historias únicas que construyen las colectivas. Esas que se desdibujan ante la avalancha de cifras cotidianas, especulaciones malintencionadas, intentos de plantar certezas a la carta cuando la sensatez aconseja prudencia. Estos otros rostros, los de carne y hueso, son los que tienen la palabra en las páginas del libro de Rodrigo Miró, periodista rosarino para resumir, que se presenta este miércoles en modo virtual.

Miró funda un principio de honestidad: qué puede hacer un cronista en este mar de confusiones y maraña de datos sino amplificar lo único tangible, por el momento: cómo viven y qué sienten los prójimos en estos singulares tiempos. Ir de la cara proteínica del virus y sus traducciones estadísticas a los relatos intransferibles rescatados del anonimato que, en definitiva, son el barro para armar el sentido de los acontecimientos. La vuelta de tuerca es doble, porque las entrevistas inicialmente publicadas en El Ciudadano, que con la mudanza de formato sortean merecidamente la lógica noticiera del descarte, hurgan otras geografías. Y así, ayudan a procesar variadas lecturas torcidas de la pandemia en la Argentina.

La cocina es la cocina

La famosa cocina del libro es, en este caso, literal. Miró lo produjo y escribió, en buena medida, en la del pequeño departamento (sin balcón, aclara) que habita. Mientras preparaba la comida para sus hijos y la hija de su pareja, trabajadora de la salud. De las ollas, sartenes y hornallas en Rosario a un entrevistado o entrevistada en Alemania o Italia, sin solución de continuidad. En el revoltijo que hoy obliga a compartir la vida privada y la profesional, una incomodidad en la que el periodismo, como otros trabajos, tiene que renegociar tiempos, tareas y atenciones.

En febrero, dice Miró, comenzó a interesarse por lo que pasaba en Europa. Poco después de que la rareza china en una ciudad hasta entonces ignota, Wuhan, avisara que lo suyo iba a ser cosa seria y global. Poco antes de que en la Argentina se ahogara la esperanza de que el océano fuera la barrera infranqueable que la pusiera a salvo. Sin ser médico, repasa, se armó de conocimientos sobre medicamentos, contagios, respuestas políticas y sociales, sistemas sanitarios. Por una condición propia del oficio, la curiosidad, a la que sumó la pasión, cuenta en el mismo formato de audios por mensajería que ese al que echó mano para sus entrevistas.

La pasión fue la que lo empujó a la búsqueda de posibles narradores, a veces impensados, otras pretendidos de antemano. La que alimentó el propósito de hurgar en la materia bruta de los protagonistas ignorados por la “prensa”, las agencias de noticias, los editores de medios, los intereses y juegos de poder siempre presentes. La pretensión de habilitar esas palabras directas, sin el tamiz de los funcionarios y los organismos oficiales, es el origen de las notas y el libro que las cobija en un todo que huele a más que la suma de sus partes.

Sobremesa, el tono

“Como charlar con alguien en la sobremesa de un asado, o con un café de por medio”. Así quiso el tono, y así quedaron las crónicas de Miró. Un registro “íntimo” que pone en comunión al entrevistado y al lector.

Son historias personales que encarnan las colectivas. Hablan de la pandemia, pero la trascienden porque, en definitiva, los acontecimientos revulsivos como esta diseminación planetaria del covid interpelan a las sociedades, no a los virus. Un solo ejemplo, para no espoilear: Marta Scarpato. Argentina, desde Bruselas y en sucesión de audios de WhatsApp como el resto de los entrevistados, relata lo que ocurre en Bélgica pero también expone su historia, la de sus exilios, la de su hermano desaparecido por la dictadura, su trabajo en la Internacional de la Educación, que agrupa a sindicatos docentes de todo el mundo. Ese texto se abre a un contexto y, a la vez, es parte de un escrito polifónico que no pretende ser anticipadamente explicativo ni totalizador. En esa humildad, su valor.

«Un viaje por el mundo sin salir de casa, en momentos en que nadie viajaba», acomodando husos horarios con el cierre de la edición del diario, haciendo malabares en medio del «quilombo» de una cotidianeidad trastocada. El ejercicio nuevo de un oficio viejo que describe Miró para este texto que habla de los suyos.

 

 

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