Por Susana Pozzi
Estoy escuchando una charla increíble a bordo del 110 camino a la zona norte entre una mujer joven y un muchacho. Él le dice: «Tengo que conseguir un fierro». Y ella responde: «Tengo a alguien. Te puedo hacer la onda, tenés que decirle que es de parte mía». Y agrega: «Yo tengo una tumbera». Y el muchacho le pregunta: «Cómo te la hiciste?».
Ella, muy suelta y didáctica, dice: «Con un caño como éste» y señala el agarramanos del colectivo mientras apoya sus piernas sobre el borde de la especie de corralito que separa al pasajero sentado detrás junto a la puerta de descenso. Tiene sus muñecas llenas de pulseras de colores y sus dedos cubiertos de anillos. Con vos ronca, y sensual, le cuenta a su acompañante cómo recuperó, ayer, droga que le habían robado otros vecinos del barrio.
La imagino cual Pepita la Pistolera. Dice que los enfrentó con su fierro y recuperó lo suyo. La miro bien y advierto que la vida que lleva le da un aspecto de más años de los que supongo debe tener. Le faltan varios de sus dientes pero su sonrisa sigue siendo atractiva… El jovencito que la acompaña luce reflejos en su cabeza que parecen ser caseros.
El 110 se desplaza lento a esta hora en un día en el que el sol asomó recordando que es primavera. Pasa frente a las torres cercanas al Alto y ella dice: «Ahí siguen vendiendo» y el joven ríe… Me pregunto si ríe porque los búnkers resisten o porque es la primavera la que le hace explotar la sonrisa.