Hoy se cumplen 57 años del hito que puso en marcha la carrera espacial entre la Unión Soviética y Estados Unidos en plena Guerra Fría. En efecto, el viernes 4 de octubre de 1957 los soviéticos lanzaron al espacio el primer satélite artificial de la historia, el Sputnik I.
El satélite, una bola metálica de 83 kilos dotada de cuatro antenas y dos transmisores de radio, despegó a las 2.28 de aquel día montado en un cohete R7, el antepasado del Soyuz, desde el cosmódromo de Baikonur, en la estepa de Kazajistán. El mismo sitio desde el que partiría, el 12 de abril de 1961, el primer hombre que viajó al espacio, el ruso Yuri Gagarin, y también la primera mujer, Valentina Tereshkova, en 1963.
Un logro que en la Unión Soviética simbolizaba, más que la rivalidad con Estados Unidos, el optimismo que sucedió a la muerte del dictador Josef Stalin en 1953.
Aunque el lanzamiento apenas ocupó unas discretas líneas en el diario soviético Pravda, la prensa occidental pronto se hizo eco del potencial propagandístico y de la “amenaza” militar que suponía el Sputnik (“compañero” o “camarada” en ruso).
Es que, cuando la pequeña esfera de aluminio dio la vuelta a la Tierra y comenzó a emitir su famoso “bip bip”, los estadounidenses quedaron aturdidos: un país que, según ellos, era tecnológicamente inferior, los había superado.
Un mes más tarde, el 4 de noviembre, aumentó la consternación de los norteamericanos cuando los soviéticos pusieron en órbita el Sputnik II llevando a bordo al primer ser vivo en viajar al espacio: la perrita Laika.
Los temores de los norteamericanos por el Sputnik tenían dos vertientes: el sorprendente logro de los soviéticos les daba ventaja en la guerra propagandística, y la tecnología espacial podía ser aplicada al armamento.
Los estadounidenses se habían negado a creer el anuncio de que la Unión Soviética había probado el primer misil balístico intercontinental (MBIC), un arma nuclear autopropulsada capaz de cruzar océanos.
Pero ahora el liderazgo de Moscú era innegable, y la opinión pública estadounidense exigía un satélite. La carrera espacial había comenzado.
En Estados Unidos ya se estaban desarrollando tres programas de cohetes. En 1955, el presidente Dwight Eisenhower había seleccionado el proyecto Vanguard de la Armada para la investigación espacial: el reciente programa Atlas de la Fuerza Aérea (dedicado a la fabricación de un MBIC) y uno similar del Ejército lo apoyaban.
El Vanguard contaba con pocos fondos y el científico más importante, el alemán nacionalizado estadounidense Wernher von Braun, se había quedado trabajando con el programa del Ejército.
Azuzado por los logros soviéticos, el 6 de diciembre de 1957, Estados Unidos lanzó un cohete Vanguard con un satélite.
Pero explotó en la rampa de lanzamiento y algunos diarios norteamericanos lo bautizaron irónicamente como el “Kaputnik”.
Un mes después, fue lanzado con éxito el satélite Explorer I utilizando un cohete que había diseñado Von Braun.
Sus instrumentos hicieron un gran descubrimiento: dos franjas de radiación sobre la atmósfera terrestre, los cinturones de Van Allen.
En ese marco, en plena Guerra Fría, en Estados Unidos y en la Unión Soviética se sucedieron los lanzamientos de satélites y las fuerzas armadas norteamericanas (apoyadas por el senador demócrata de Texas y futuro presidente Lyndon Baynes Johnson) empezaron a presionar al gobierno para establecer bases militares en la Luna.
En julio de 1958, Eisenhower estableció la National Aeronautics and Space Agency (Agencia Espacial y Aeronáutica Nacional, Nasa) que reclutó a siete astronautas y contrató a Von Braun como ingeniero jefe.
Mientras, el pionero Sputnik I se incineró durante su reentrada en la atmósfera terrestre, el 3 de enero de 1958.
Y cuando Moscú puso en órbita al primer hombre en 1961, ambos países habían sacrificado ya a muchos animales y la carrera espacial se había convertido en una obsesión para las dos superpotencias.
El diseñador jefe
El diseñador principal del proyecto Sputnik fue el científico Serguei Pavlovich Korolev.
Conocido por los rusos como “el diseñador jefe”, Korolev había nacido el 12 de enero de 1907 en Zhytomyr, actualmente Ucrania, y está considerado como el equivalente soviético de Von Braun.
Él y sus ayudantes colocaron los cimientos estratégicos de la cosmonáutica moderna rusa. Además, Korolev fue la pieza principal para diseñar la misión que llevó a Gagarin al espacio.
En 1964, el Kremlin encomendó a Korolev desarrollar un proyecto similar al estadounidense para poner al primer hombre en la Luna; sin embargo, la repentina muerte del científico el 14 de enero de 1966 impidió que completara esa misión.
Murió a los 59 años de edad debido a problemas de salud causados por su dura estancia en un gulag siberiano, donde permaneció detenido durante seis años víctima de las purgas estalinistas que comenzaron en 1938.
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