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Cuando el amor es más fuerte

Por Juan Aguzzi.- En “La orfandad”, una novela intensamente poética, Sylvia Iparraguirre explora la providencia que unirá sentimentalmente a un anarquista y a una huérfana en el ámbito emblemático de un pueblo de provincia.

Sylvia Iparraguirre formó parte de algunas de las revistas literarias nacionales más importantes: El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco; publicó los libros de cuentos En el invierno de las ciudades (1988), Probables lluvias por la noche (1993), y El país del viento; una extensa crónica llamada Tierra del Fuego, una biografía del fin del mundo (2001), y es autora de las novelas El Parque (1996); La tierra del fuego (1998), y El muchacho de los senos de goma (2007). Ahora acaba de publicar La orfandad, una nueva novela en la que cuenta una historia de amor entre un hombre y una mujer con descarnadas historias detrás. Es una novela de intensa expresión poética y fluye vital en su exploración de la providencia que unirá dos seres con existencias alteradas: un anarquista que se enfrenta a su modo al orden establecido, condenado injustamente, y una joven huérfana que naufraga en una vida sin pasado. El tiempo de la acción va y vuelve entre fines de los años 20 y mediados de los 40 del siglo pasado. El espacio de la narración es un pueblo del interior, San Alfonso, donde circulan impetuosos los relatos locales de una población que en gran parte deviene burguesa y conmina a la periferia a los sectores más postergados y a los “diferentes”. Dos ominosos edificios delatan al pueblo en la vasta llanura pampeana: la cárcel, adonde llega Bautista Pissano, el anarquista, y el asilo de huérfanos, al que Sonia reconoce como su origen desde que tuvo uso de razón.

El espacio del pueblo es entonces donde todo ocurre, donde los personajes se relacionan y dan lugar a la historia que se narra en La orfandad; sobre de qué va esencialmente el relato, dice Sylvia Iparraguirre: “Es una historia de amor, pensé una historia de amor en el ámbito de un pueblo, me importaba el ámbito para el desarrollo de la historia de ellos dos y para su encuentro azaroso; San Alfonso es una síntesis de los pueblos de mi infancia y mi adolescencia –yo me crié en pueblos de la provincia de Buenos Aires–, no es uno en particular sino una especie de síntesis; si hay ejes en la novela son Sonia, Bautista y el pueblo”.

La descripción de San Alfonso aparece minuciosa, con detalles de perspectivas y con el entrazado que remite a un imaginario común para quienes transitaron los pueblos del interior argentino, fundamentalmente los de la Pampa húmeda. “En mi libro El invierno de las ciudades aparecen ámbitos de la provincia, de un pueblo, pero nunca lo había trabajado como en esta novela porque acá recurro a una especie de memoria emotiva que no es sólo mi memoria personal sino que es la de mis padres, mis abuelos, incluso de mis bisabuelos, es memoria heredada, mis dos familias se establecieron en la provincia en el siglo XIX”, explica la autora.

Justamente esa memoria emotiva (marcada por afectos diversos) que menciona Iparraguirre es la que pone en circulación las constantes de ese imaginario mencionado más arriba y que poco más o menos cualquiera que haya andado por los pueblos de provincia escuchó alguna vez. “Son las cosas que acuden y que están grabadas en el ámbito familiar, mitologías mínimas como El hombre sin cabeza, La Viuda, son cosas con las que nos asustaban durante la hora de la siesta; lo oral de las noticias, de los chismes, todo lo que se sabe es a partir del «dicen que, parece que», en la novela incluí también unas señoritas integrantes de una familia que hacen una especie de coro y que me dan pie para que comenten lo que les sucede a los personajes principales y también para que comenten ciertas cosas que pasan a nivel país, como la muerte de Gardel, el golpe de (el dictador militar Agustín P.) Justo, la llegada de Monseñor Pacelli (quien había bendecido a Mussolini en Italia), noticias a un nivel más amplio, porque el pueblo consume sólo lo que ocurre a nivel local, eso es lo que más importa, y el periódico da noticia de esas cuestiones, el carnaval, los sucesos entre vecinos; desde ya entonces que es una noticia rimbombante que llegue a este pueblo un preso político como Pissano, un anarquista, así que este ámbito del pueblo, esta circulación de lo que se sabe y los comentarios alusivos es como el ámbito donde se da esta historia”, apunta Iparraguirre.

En La orfandad hay muchos personajes conexos que pintan la aldea, el loco del pueblo, la bocachiquita, tienen casi el estatus de aguafuertes porque impresionan la realidad pueblerina. En la apertura de algunos capítulos, la autora describe una foto antigua que ilustra y encarna parte de esa civilización. “Los personajes de las fotos van ingresando al relato como modo de contar cosas del pueblo. Son como momentos congelados de la vida de San Alfonso, y eso me soluciona una cantidad de cosas que yo quería poner, el ingreso de una serie de personajes en un segundo plano, el loco del cementerio, la viuda, el dueño del periódico, los médicos del hospital, el patrón de estancia, la inauguración de una confitería, cada foto revela una pequeña historia, esta solución que encontré con las fotografías me permitió hacer ingresar a esas personas anónimas como los constructores del ferrocarril, los vecinos de una chacra, que nunca tuvieron nombre y que son los que hicieron la Argentina, los que sembraron, los que cosecharon el maíz”, apunta Iparraguirre.

Los disparadores

Acerca de lo que vino primero en la idea de construcción de La orfandad, Sylvia señala: “Primero viene Sonia, que es la idea básica de la novela, más allá del tema del pueblo que yo traigo de mi memoria con todos sus personajes, el loco del cementerio, el hospital, el periódico, todo eso que recuerdo y que ahora aparece a esta altura de mi vida en una novela; siempre quise escribir sobre mi pueblo y acá pude, y en ese ámbito aparece el personaje de Sonia, yo siempre empiezo por los personajes, por su conflicto, por su construcción; inmediatamente después aparece Bautista, y ahí entonces los pongo en este pueblo que nace con esos dos edificios tan extraños para la arquitectura tipo italiana o española de los patios y de las casas bajas”. Ulrico Schmidt llamó Iparraguirre a quien construyó los edificios de la cárcel y el orfanato, donde pasarán buena parte de sus vidas Bautista y Sonia respectivamente, ¿se basó en algún arquitecto o constructor europeo que daba vueltas por el país a principios del siglo XX erigiendo arquitecturas en la vasta llanura? “Es una especie de broma, este ingeniero construye la cárcel y el asilo de huérfanas con una arquitectura extraña para el pueblo, una arquitectura germánica o bávara y lo que singulariza a este pueblo es justamente esa cárcel donde llega Bautista a cumplir su pena por algo que no cometió”, señala Iparraguirre.

El anarquismo sin sangre entra

Singular también es el personaje de Bautista, un anarquista que es un dechado de integridad absoluta y de coherencia con sus ideales, se impone entonces saber por qué la autora se inclinó por un protagonista con estas características. “Bautista Pissano fue condenado por el asunto de la bomba que puso (Severino) Di Giovanni en la embajada de Estados Unidos; allí (el presidente Marcelo T. de) Alvear se puso a disposición de la embajada y hubo una cantidad de razzias impresionantes. Pissano es un anarco-pacifista; en ese momento el anarquismo tuvo un conflicto central con el uso de la violencia, en realidad Bautista sigue una tendencia que fue proclamada por (León) Tolstoi, el escritor ruso y (Mathama) Gandhi acerca del no uso de la violencia, Tolstoi proclamaba la moralidad entre medios y fines, y en esta corriente no violenta está mi personaje; pensé en un anarquista porque me produce una simpatía enorme y porque tenía mucho material; en Junín, de donde yo soy, hubo una central del ferrocarril muy grande a principios del siglo XX, y siguió durante décadas, y allí, en el Museo municipal, encontré muchas fichas de anarquistas, es decir de trabajadores despedidos sin ninguna justificación; tuve acceso a cuadernos manuscritos de viejos anarquistas, que eran hombres admirables porque tenían una ética de la causa, no se abandonaban, creían que el hombre era perfectible, que las ideas podían cambiar las cosas, que había que educarse y educar a los otros y alcancé a conocer a un viejito cuyo padre llevaba cuadernos, trabajaba 18 horas por día bestialmente en el ferrocarril y a la noche con familia y todo se ponía a escribir, a reflexionar para ver cómo se podía combatir el alcoholismo en la clase trabajadora, cómo se podía alfabetizar”, describe Iparraguirre. Una fuerza de voluntad semejante es la que tiene Bautista durante su estadía en la cárcel donde por las noches llena de reflexiones hojas en blanco que luego quema porque lo vigilan atentamente. Es que en esa cárcel, tras las rejas, sólo habitan “locos mansos, crotos, cuatreros, ladrones de gallinas. La llegada de una anarquista los sorprende a todos y los pone muy quisquillosos, entonces lo vigilan”, dice Sylvia.

El triunfo del amor

Hay algo muy fuerte que unirá a los dos personajes: el desamparo, por un lado el que vivían los anarquistas socialmente, y por el otro, el de la muchacha que no tiene nada ni a nadie. “La orfandad no sólo es la condición de Sonia, creo que es un concepto que se puede extender y que va más allá de la cosa concreta de no tener padre, se puede estar huérfano de muchas cosas y Bautista viene de ese ámbito, en el 26 ya está decayendo el movimiento anarquista, pero sobre todo lo que se va perdiendo es una serie de valores o una ética que es lo que a mí me gustó de él; Sonia, que estuvo en el asilo desde que tiene uso de razón, fue criada por las monjas, no sabe nada de su familia, son dos personajes completamente distintos, ella está embarcada en conocer su genealogía, quién es, quiénes fueron sus padres y es más bien hosca, introvertida mientras que Bautista es todo lo contrario, es hacia fuera, generoso y solidario, tiene toda una militancia en eso. La situación que los aúna y hace semejantes es que no pertenecen a los pilares del pueblo, son personajes periféricos, ella es huérfana, él es un preso, por lo tanto no pertenecen a la elite pueblerina. Yo quería que se vayan desarrollando las dos vidas, él siempre la está buscando pero ella en cambio sigue como un fetiche una historia, que es propia de quien no tiene nada, que se creó a través de un pasado donde vivió un suceso fugaz , pero él la está esperando, es un tipo muy paciente”, señala la autora.

La orfandad es una historia de amor que se entreteje desde las carencias y con un nivel de suspense que ya envidiaría cualquier relato de intriga. “Estoy muy contenta con la novela porque escribir una historia de amor, al menos para mí, no es fácil, antes escribí otras cosas que tienen que ver con distintas formas de amor, además esta tiene un final feliz a pesar de las historias que cada uno de los protagonistas arrastra”, concluye Iparraguirre.

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