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Cuando la Justicia en vez de restaurar hace daño

Una reflexión a partir de la sentencia resuelta por la Jueza María Aguirre Guarrochena, por la muerte de Juan Cruz Ibañez, condenando al homicida a la pena de 17 años por un delito que tiene una escala de prisión perpetua

Por Lisandro Enrico. 

La sentencia por la muerte de Juan Cruz Ibañez resuelta por la Jueza de Menores María Aguirre Guarrochena, condenando al homicida a la pena de 17 años por un delito que tiene una escala de prisión perpetua, es un golpe durísimo para el dolor de toda la familia y una falta de respeto a la memoria de un joven brillante como era Juan Cruz.

A Juan Cruz lo mató Lucas Ojeda, una persona de casi 18 años. Ojeda entró por el balcón mientras Juan dormía, lo atacó y le clavó 26 puñaladas, lo mató, robó sus pertenencias y se fue en un taxi. Desde que está preso los informes sociales no indican que haya demostrado registro o arrepentimiento por el dolor causado.

En la sentencia, que he leído en su totalidad, la jueza Aguirre Guarrochena habla exclusivamente del atacante, de todas las protecciones que merece, dice que actuó como “adolescente desbordado” y que no tuvo otra opción que matar a Juan Cruz por temor a que este llame a la policía. La jueza dice también que Ojeda cometió errores, que le recitó un poema en su despacho y que en definitiva le causó “una buena impresión” (textual pag. 56).

Pero lo más lamentable y doloroso del actuar de la jueza María Aguirre Guarrochena, es que en las más de 73 páginas de la sentencia en la que habla de su particular interpretación de las leyes y los tratados, de Lucas Ojeda dando detalles de su vida, de la necesidad de bajar la pena que el Código Penal fija a lo mínimo, del interés superior del niño de la mínima intervención. En toda esa sentencia no hay un capítulo, no hay ni siquiera un solo párrafo que hable del dolor de la familia de Juan Cruz, de lo devastador que fue su muerte, de lo irreparable de lo sucedido ni del gran joven que era Juan Cruz.

La jueza Aguirre Guarrochena en su fallo suprime y desatiende por completo a las víctimas morales de este hecho que son las que se llevan la peor parte en lo sucesivo. Como si la vida de un hijo o de un hermano salvajemente quitada no tuviera peso alguno en la justicia penal, como si no hubiera que poner de relieve las consecuencias horrendas e irrecuperables del “adolescente” como lo llama la Jueza.

Esta sentencia genera una “vergüenza colectiva” en la sociedad, porque es el resumen de un arduo proceso de casi cinco años, en el que se tiene en cuenta todo menos a las víctimas. Un juez debe tener una mirada completa de las personas involucradas, no solo del que delinque. No logro salir de mi asombro al volver a leer el fallo y pensar en los hechos.

Una justicia que subestima, omite y que no tiene en cuenta a las víctimas es una justicia antigua, propia de juezas y jueces de fines de siglo pasado que se quedaron anclados a estereotipos que son anticuados para la sociedad actual (el garantismo, el minimalismo).

Quiero agradecer, destacar y reconocer el trabajo del Procurador de la Corte Suprema Jorge Barraguirre y del Fiscal de Cámara Guillermo Corbella quien siempre contuvo, escuchó e informó permanentemente a los familiares de Juan Cruz mostrando un sentido de humanidad y comprensión que no tuvo la Jueza; sobre todo porque ellos buscan una nueva justicia, una nueva mirada que empatice más con una sociedad por años desatendida.

Por una justica penal con perspectiva hacia las víctimas.

Por la memoria de Juan Cruz Ibañez.