“Siempre hay que tratar de ser el mejor, pero nunca creerse el mejor”. La cita es de Juan Manuel Fangio, para muchos el mejor piloto de todos los tiempos, de cuyo nacimiento se cumplen este miércoles 109 años.
Quíntuple campeón mundial de Fórmula Uno, el Chueco murió el lunes 17 de julio de 1995, precisamente en la fecha en que 40 años antes había obtenido su tercera corona en la máxima categoría del automovilismo deportivo.
Distinguido como el “mejor deportista argentino de la historia”, nació en la ciudad bonaerense de Balcarce, donde existe en su honor el Museo del Automovilismo “Juan Manuel Fangio”.
Vino al mundo la madrugada del 24 de junio de 1911 en una casa de la Calle de las Volantas de Balcarce y fue el cuarto hijo del matrimonio compuesto por Loreto Fangio y Herminia D’Eramo, dos humildes inmigrantes italianos.
A los 11 años Juan Manuel comenzó a trabajar de aprendiz en una herrería y un par de años después debutó como ayudante de mecánico en el taller de Miguel Viggiano, donde se preparaban autos de carrera. Allí fue perfeccionándose como conductor, al volante del auto del taller, con el que iba a buscar piezas a los pueblos vecinos recorriendo la “universidad caminera” que tenía todas las materias necesarias para que pudiera graduarse: polvo, barro y a veces alguna laguna que había que pasar rezando.
Además de los automóviles, su otra pasión era jugar al fútbol en el equipo Leandro N. Alem de Balcarce, lo que le valió el sobrenombre de el Chueco que lo identificaría a lo largo de toda su vida.
Hasta que el domingo 25 de octubre de 1936 debutó como corredor a bordo de un Ford A con el número 19 en el circuito de tierra de Benito Juárez. El auto era un taxi Ford A modelo 1929 propiedad del padre de su amigo Gilberto Pichón Viangulli. Fangio lo corrió bajo el seudónimo de “Rivadavia”. En la clasificación logró el séptimo puesto y en carrera marchaba tercero en medio de una polvareda que impedía la visión, hasta que, a una vuelta del final, una biela dijo basta y tuvo que abandonar. Al finalizar la carrera desclasificaron al primero y al segundo, con lo cual Fangio hubiera podido ganar de no ser por el desperfecto mecánico. Para colmo, el Chueco tuvo que enfrentar luego la bronca del taxista Viangulli padre por el motor de su auto herido de muerte.
Aquel fue el comienzo de la leyenda.
Sus amigos lo incitaron a que siguiera en los circuitos, que con el tiempo dejaron de ser locales para pasar a aquellos que cubrían largas distancias realizadas principalmente por caminos de tierra a lo largo y a lo ancho de Sudamérica.
La primera gran satisfacción llegó en 1940, en el Gran Premio Internacional del Norte con 9.445 kilómetros de recorrido. Fangio los cubrió en 109 horas al comando de un Chevrolet. Esa carrera entre Buenos Aires, a través de los Andes, y Lima, ida y vuelta, duró casi dos semanas con etapas diarias. Las reparaciones eran hechas por el piloto y el copiloto al final de cada extenuante etapa.
Al tiempo, fue naciendo una enconada rivalidad de marcas que aún existe: Ford vs. Chevrolet, encabezada en esos momentos por Oscar Gálvez y Fangio respectivamente. Lo que aparecía como una apasionada porfía entre dos grandes hombres fue el comienzo de una amistad que se prolongó hasta el final de sus vidas.
En 1940 y 1941 Fangio se consagró campeón argentino de Turismo Carretera con Chevrolet. Pero la Segunda Guerra Mundial se expandía cada vez más y el racionamiento y la falta de cubiertas por el conflicto bélico llevaron a la suspensión de las carreras, lo que obligó a archivar los autos de competición y todas las locas aventuras por los caminos polvorientos.
Fue entonces cuando Fangio le dio cabida a su otro mundo, el económico, que recorrió tan exitosamente como el deportivo. Compró y vendió camiones y también cubiertas usadas, ya que al estar cerrada la importación había que arreglarse con lo que se podía. El Chueco recorrió los pueblos de su provincia haciendo auténticos y exitosos malabares, que lo hicieron muy conocido y respetado, por su proverbial honestidad y el valor de su palabra en los negocios.
Finalizada la guerra, el Automóvil Club Argentino comenzó a organizar las temporadas internacionales de coches especiales –hoy conocidos como de Fórmula 1– con los viejos grandes pilotos del mundo y los argentinos, que miraban asombrados las fabulosas joyas que llegaban y de las que tanto habían oído hablar. El circuito callejero del Parque de la Independencia de Rosario fue testigo en aquella época de las proezas de los mejores volantes del mundo, entre ellos Fangio.
Hasta que, con el apoyo del gobierno nacional de Juan Domingo Perón, el Chueco desembarcó en Europa para continuar su carrera con una frase que el tiempo transformaría en una famosa muletilla “¡Si pudiera ganar una sola vez…!”.
Su primer contrato internacional lo firmó en 1949 con la escudería Alfa Romeo, luego de ganar en San Remo, Italia. En 1950, batallando con su compañero de equipo Nino Farina, fue subcampeón mundial, pero la semilla ya había sido plantada y daría excelentes frutos.
Al año siguiente, Fangio ganó el primero de sus cinco títulos mundiales, con el Alfa Romeo 159. La consagración llegó en el catalán circuito de Pedralbes, en Barcelona, tras una jugada sensacional de estrategia por parte de los ingenieros de Alfa Romeo sobre las Ferrari más rápidas.
En 1952 sufrió el mayor accidente de su carrera, en Monza. Conduciendo pasado de sueño cometió un error en un cambio y la Maserati que iba manejando pegó en los fardos de contención y entró en una gran derrape. Sus reflejos notablemente disminuidos por el cansancio acumulado le impidieron recobrar el mando del automóvil antes de que pegara en un terraplén de tierra dando un salto mortal en el aire. Se rompió el cuello, estuvo al borde de la muerte y tuvo que resignar el resto de la temporada. Al año siguiente, volvió al cockpit de una Maserati y terminó la temporada en segundo lugar.
Fangio hilvanó luego un récord impresionante: fue campeón mundial en forma consecutiva en 1954 (Maserati y Mercedes Benz), 1955 (Mercedes Benz), 1956 (Ferrari) y 1957 (Maserati).
En 1957 logró su quinta corona mundial ganando una de sus carreras más memorables: el famoso Gran Prix alemán. Fangio amaba y respetaba el endiablado circuito de Nürburgring y tripulando una liviana Maserati 250F tras un problema en el reabastecimiento, tuvo que venir corriendo de atrás y quedó a 48 segundos de los punteros. Faltando una vuelta logró pasar a las dos Ferraris oficiales ante el asombro del público y sus rivales por su virtuosismo. Mike Hawthorn, uno de sus vencidos, siempre recordó el sobrepaso: “Si no me hubiera corrido a un costado estoy seguro que el viejo diablo me hubiera pasado por encima”. Esto le valió con el correr del tiempo, en febrero de 1958, el premio anual de la Academia Francesa de Deportes por ser el autor de la más sobresaliente hazaña deportiva del mundo.
En 1958, en la que sería su última carrera, el Gran Prix francés, terminó cuarto. Su Maserati 250F no era competitiva aquel día y el líder de la carrera, Mike Hawthorn, como una señal de respeto para el gran hombre conocido por sus pares como “el maestro” se negó a sobrepasarlo, lo que le permitió a Fangio cruzar la línea delante de él sin perder la vuelta. Al salir del automóvil después de la carrera pidió que lo llevaran al hospital adonde había sido trasladado su amigo Luigi Musso luego de un terrible accidente con su Ferrari. Al llegar al hospital, un médico comprensivo tras ponerle una mano en el hombro le dijo: “Musso murió, Fangio”. Pidió verlo y sin hablar le dijo adiós. Y también él se alejó de las carreras para siempre.
En total, Juan Manuel Fangio ganó 24 de las 51 carreras oficiales de Fórmula 1 que disputó. Su récord de cinco títulos mundiales permaneció vigente hasta 2003 cuando fue superado por el piloto alemán Michael Schumacher. Sin embargo, su efectividad –carreras ganadas sobre carreras largadas– aún hoy ostenta un récord casi imposible de igualar, con una efectividad del 47,05 por ciento.