El 12 de octubre invita siempre a reflexionar en forma colectiva, junto con el resto de los pueblos iberoamericanos, lo que supimos ser, nuestra actualidad regional y por consiguiente nuestro futuro como ámbito cultural. Hay, sin dudas, algo místicamente atractivo en esto de meditar sobre un mismo tema, un futuro común, como lo hacen personas en apariencia tan distintas como podrían ser, a modo de simples ejemplos, un estudiante de química de Zaragoza, una empleada pública del Distrito Federal de México, o un peón rural de nuestra Patagonia. En síntesis, se trata de repensar la hispanidad para integrarnos en un mundo globalizado pero sin renunciar a nuestra identidad cultural.
Ante un tema tan extenso, podemos limitarnos hoy a la siguiente pregunta: ¿Por qué los movimientos independentistas contrala Coronaespañola surgieron recién a fines del siglo XVIII o comienzos del siglo XIX y no durante los doscientos años anteriores?
América no fue colonia de España
Para responder a esta pregunta quizás sea posible dividir los tres siglos de dominio español en tres etapas, cada una de las cuales duró aproximadamente un siglo: la primera va desde 1492, fecha del descubrimiento de América, hasta 1588, cuando la famosa Armada Invencible preparada por España para invadir Inglaterra naufragó casi por completo.
La segunda etapa ocupa prácticamente todo el siglo XVII, desde 1600 hasta la firma del Tratado de Utrecht en 1713 que marcó también la llegada de la familia de los Borbones al trono español.
Para sorpresa de muchos, los territorios americanos jamás fueron considerados como colonias, dependientes de una metrópoli, desde el descubrimiento en 1492 y bajo el gobierno de los reyes católicos y los de sus sucesores, es decir los monarcas de la casa de Austria.
Esa división colonia/metrópoli no aparecería sino hasta el último siglo de los tres que duró el gobierno de España sobre este continente.
Sucede que al descubrirse América, y durante toda la primera centuria de paulatino poblamiento, los llamados “Reinos de Indias” se fueron incorporando como propiedad personal del rey, que no es lo mismo que ser una colonia, propiedad del Estado español.
De ese simple dato se derivaban muchas consecuencias jurídico-políticas. Basta citar una de particular relevancia: los habitantes de estas comarcas (de México ala Argentina) no eran considerados ciudadanos de segunda categoría, sino que tenían la misma sujeción, en carácter de súbditos del rey, como la que podía tener un madrileño o un sevillano.
De hecho, la segunda de las etapas que se comentan, la que comprende de 1588 hasta 1713, resulta paradojal: la pérdida para España dela Armada Invencibledejó dueños de los océanos, en primer término a cuanto pirata o corsario se le animara a los galeones que venían del nuevo mundo, y posteriormente, a Inglaterra que tomaría la posta como potencia naval de primer orden.
Ahora bien, al tiempo que en este momento histórico se inicia el declive español en la península, curiosamente América vivió, gracias a su aislamiento, un siglo de apogeo: florecieron las artes –de lo cual es ejemplo la escuela cuzqueña de pintura, las letras con el inca Garcilaso dela Vegaa la cabeza, la música exquisita de estilo barroco en las Misiones Jesuíticas, la arquitectura churrigueresca en México– y nuevas universidades como la de Córdoba, se sumaron a las ya existentes de Santo Domingo, la de San Marcos en Lima y la de México.
¿Hubo en esta etapa convulsiones políticas en América? Ciertamente que sí, como en casi todo el mundo. Pero las revueltas políticas no apuntaban a lograr una independencia de España que, sencillamente, nadie entre los criollos juzgaba necesaria. Incluso fue éste un período en el cual las leyes dictadas para ser aplicadas en América se acataban en cuanto expresaban la voluntad del monarca, pero no se aplicaban sino en la medida que supieran adaptarse a las diversas realidades locales.
Borbones en el poder
Pero todo habría de cambiar cuando la casa de Austria dejó de reinar en España y América, siendo reemplazada por la familia de los Borbones. Como señala el historiador José María Rosa: “… los Borbones tratarán de establecer el coloniaje del Nuevo Mundo para salvar al Viejo. Tenían ante sí el espectáculo de una España miserable, que era la consecuencia de la conquista de Indias. Era justo que éstas restablecieran la salud de la metrópoli”.
Y agrega en referencia a los recién llegados Borbones, que habrían de constituir la aún reinante rama española de una dinastía de origen francés: “Por ver las cosas desde París los españoles afrancesados usaron el vocabulario francés y llamaron «colonias» en los documentos oficiales a los que en derecho eran «reinos»”.
Las reformas político-administrativas efectuadas durante el último siglo de dominio español apuntaban a optimizar los vínculos de ambas márgenes del Atlántico. Generaron un centralismo que llegó a ser agobiante para los criollos que lentamente empezaron a madurar una conciencia independentista porque ahora sí había motivos para ello.
Por tanto, constituye un error considerar que los tres siglos españoles del Nuevo Mundo fueron un bloque monocorde. Hubo una etapa en la que estos territorios no fueron colonias sometidas a una metrópoli, sino reinos cuyos habitantes se encontraban, respecto del gobierno central, en igualdad teórica de derechos y obligaciones, que el resto de los habitantes del Imperio.
Abogado, docente de la cátedra de Historia Constitucional Argentina en la Facultad de Derecho de la UNR.