“Lo único que quiero es un lugar donde yo pueda dejar a mis hijos y poder salir solo a pedir. Para la seguridad de ellos. Donde yo me muevo hoy tengo que salir con los dos encima”, relata Juan Pablo M., un joven de 24 años que desde hace 10 días vive junto con su pareja, Natalia E., de 26, y sus dos chiquitos: Iara, de un año y medio, y Brian, de cinco, bajo un alero de la vieja Maternidad Martin, en la manzana que es rodeada por las calles Rioja, Moreno, San Luis y Balcarce. Así, desde hace una semana y media la familia se sumó a las entre 100 y 120 personas que viven, sin más, en la calle en Rosario. Y aunque no son pocas las que por voluntad propia así quieren seguir, también se cuentan las que necesitan un techo, pero no saben cómo hacer para conseguirlo.
Según suelen explicar desde los entes estatales, a diferencia de lo que el imaginario popular cree, la mayoría de las alrededor de 100 personas que hoy viven en situación de calle en la ciudad son reacios a abandonar la vía pública, el lugar donde se han establecido, y que conocen y sienten como “su hogar”. Y, en rigor, ese dato no deja de ser ciertamente real. Pero la historia de los estos jóvenes y sus hijos es un caso distinto; llegaron allí por la pérdida de trabajo y la falta de un hogar.
Para Juan Pablo y Natalia, todo comenzó a escribirse hace ya algún tiempo. Luego de que él y su familia se vieran obligados a irse de la casa de su hermano, a principios de este año, desembarcaron en Capitán Bermúdez, donde consiguieron una vivienda para alojarse.
“Conocía al hermano del dueño. Y como la casa estaba desocupada y el dueño tenía miedo que alguien le entrara, me la dio”, relata el joven mientras se acomoda en uno de los bancos de la plazoleta Alicia Moreau de Justo. Acaso una ironía, quien le sigue dando lugar a la familia es uno de los grandes íconos del socialismo argentino, luchadora por los derechos de las mujeres y de las familias. Y acaso la concreción de las ideas de quien fuera la esposa de Juan Bautista Justo hubieran impedido que la pareja y sus hijitos terminaran viviendo en esa plaza.
Es que oportunidades hubo, pero siempre faltaba algo. Incluso, luego del primer mal trago, la suerte parecía estar del lado de Juan Pablo y Natalia, ya que al poco tiempo él consiguió “una changa en un peladero de pollos”.
“Era un laburo de la calle. Toman gente de forma temporal”, rememora. A pesar de que era en forma de irregular e interrumpida, con lo que sacaba todos pudieron subsistir unos seis meses. Hasta septiembre, cuando ya no lo llamaron más. “Con la casa prestada y con lo que trabajaba podíamos vivir”, recuerda el joven, mientras a su lado Natalia asiente con la cabeza.
Lo cierto es que en el mes de la primavera, para ellos llegó el invierno. Todo comenzó a complicarse más y más: ya sin trabajo, el 10 de noviembre el propietario de la vivienda les pidió que la desocuparan. La necesitaba para alquilarla. “Yo tampoco creía que me iba a dejar la casa para siempre. Sabía que algún día me iba a tener que ir. El ignorante fui yo, al no juntar plata. Y me di cuenta cuando ya estaba en la calle”, admite Juan Pablo.
“Me vine y me clavé acá. No me quedaba otra”, señala la plaza, resignado. En rigor, la vieja Maternidad Martin no es un lugar nuevo para Juan Pablo. Hace algunos años ya había buscado refugio en el mismo lugar. “Hoy no está la misma gente. Antes había gente mucho más grande. Hoy son todos chicos más jóvenes”, compara.
El inconveniente con el que se topa a diario para encontrar trabajo es la falta de documentación. Al no tener DNI, la posibilidad de un contrato laboral por ahora es un imposible, aunque llegara a aparecer. “Tenía la denuncia hecha pero ya está re-vencida”, dice. Para peor, tampoco dice tener plata para sacar la partida de nacimiento y con eso comenzar el trámite: lo poco que le ingresa al “salir a pedir” apenas alcanza para comer. En tanto, el único ingreso fijo con el que hoy cuenta toda la familia es de la Asignación Universal por Hijo que recibe por Iara. “Al otro lo fuimos a anotar hace poco, pero cuando hicimos los trámites me dijeron que ya figuraba en algún seguro. Puede ser que mi hermano lo haya querido anotar”, supone, pero ignora qué ocurre en realidad.
Por estas horas recibe la ayuda alimentaria “del padre Fabián”. El padre Fabián es uno de los párrocos de la vieja Catedral de Rosario, ubicada en calle Buenos Aires al 700. Cuenta que el sacerdote le alquiló hace algunos días una pensión. Sin embargo Juan Pablo y su familia duraron apenas dos días allí. Es que “cargar” con chicos pequeños fue suficiente para que los echaran de vuelta.
“Cuando vino la dueña de la pensión y vio que teníamos chicos nos pidió que nos fuéramos”, lamenta Juan Pablo. Y cuenta que tenía que ir otra vez a la Catedral, porque el padre Fabián les había conseguido otra pensión. Pero el joven dice que ya no quiere molestarlo: “Siento como que ya hizo demasiado por nosotros. Además, ¿cómo sigo pagando después si no consigo trabajo?”.
Natalia, más tímida y que hasta allí se había mantenido en silencio, cuenta que hace algunos días se acercaron a la Secretaría de Promoción Social del municipio, en calle Santa Fe al 600. “Nos dijeron que ellos no pueden solucionar nada. Me mandaron al Remar, pero ese lugar es para gente con problemas con la droga, no para lo que nos pasa a nosotros”, cuenta la joven, quien al instante relata que la misma respuesta recibieron en la sede local del Ministerio de Desarrollo Social de la provincia, en calle Mendoza 1085.
Remar es una ONG internacional cuyas siglas significan “Rehabilitación del Marginado”, y contiene a personas con problemas de adicciones. En la ciudad tiene su sede en calle Buenos Aires 1451.
Con todo, según fuentes municipales hay al menos un centenar de personas viviendo en “situación de calle” en Rosario. Actualmente las mismas son destinadas al Refugio Sol de Noche (Pasaje Marconi 2040), al Hogar Provincial de avenida Juan Perón y Provincias Unidas y al Remar. Pero no son pocas las que se niegan a ir a los centros de asistencia: es que muchas viven de changas en los lugares donde están, y salir de allí les representa otro golpe más: el de perder lo poco que tienen.