“Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en la frontera política”. Así se definía el poeta, dramaturgo y prosista español Federico García Lorca, uno de los miembros más destacados de la generación del 27, quien en la madrugada del martes 18 de agosto de 1936, a los 38 años, se convirtió en la víctima más conocida de la Guerra Civil Española, un conflicto entre republicanos y nacionalistas que había detonado un mes antes y se saldó en 1939 con más de 50.000 bajas civiles.
Al momento de su asesinato, Lorca, uno de los autores más importantes del siglo XX, ya era conocido internacionalmente por obras que combinaban elementos populares, clásicos y realistas con una buena dosis de expresionismo.
Libros de poemas como el Romancero gitano (1928), Poeta en Nueva York (1930) y Poema del cante jondo (1931), y obras de teatro como La zapatera prodigiosa (1930), Bodas de Sangre (1933) y Yerma (1934), junto a su magnetismo personal, le habían granjeado muchos seguidores. Sin embargo no pocos conservadores españoles lo acusaban de “decadente”, sobre todo después de que se declaró socialista.
Nació en Fuente Vaqueros, Granada, el 5 de junio de 1898. Estudió bachillerato y música en su ciudad natal y, entre 1919 y 1928, vivió en la Residencia de Estudiantes de Madrid, un centro importante de intercambios culturales donde se hizo amigo del pintor Salvador Dalí, el cineasta Luis Buñuel y el también poeta Rafael Alberti, entre otros, a quienes cautivó con sus múltiples talentos. Viajó a Nueva York y Cuba en 1929 y 1930. Volvió a España y fue director del teatro universitario La Barraca, conferenciante y compositor de canciones, y tuvo mucho éxito en la Argentina y Uruguay, países a los que viajó en 1933 y 1934.
Luego de escribir su obra de teatro La casa de Bernarda Alba, Lorca había llegado el 16 de julio de 1936 a Granada, a la residencia familiar de verano para descansar, pocas horas antes del alzamiento del general Francisco Franco al mando del Ejército en Marruecos contra el gobierno republicano, lo que marcó el comienzo de la sangrienta guerra civil.
Cuando los nacionalistas entraron en la ciudad y arrestaron al alcalde y a otras personalidades para ejecutarlas, Lorca buscó refugio en casa de la familia de un amigo conservador, cuyo hermano entregó al escritor a los falangistas.
Lorca fue fusilado la noche del 18 de agosto de 1936, después de permanecer dos días encarcelado en las dependencias gubernamentales de Granada.
La ciudad del río encerrado
“El duende nos inundó el alma. Allá por octubre de 1933, cuando navegó esta geografía nuestra, buscando, tal vez, las raíces de la hispanidad austral. Nos dejó un jirón de su vida que, por entonces, no se podía pensar en las postrimerías. La bala asesina ya lo andaba buscando, aunque Federico no lo supiera”, escribió Oscar Sbarra Mitre, ex director de la Biblioteca Nacional, sobre la primera visita que García Lorca realizó a la Argentina, tres años antes de su trágica muerte, y que incluyó un fugaz paso por Rosario.
Cuando Federico arribó a Rosario a fines de 1933, en una breve visita de dos días, la Chicago argentina era ya, con sus 150.000 habitantes, la segunda ciudad del país.
“Estaba a punto de terminar 1933 cuando llegó a Rosario el poeta Federico García Lorca, acompañado por su émulo y crítico teatral Pablo Suero. El autor de Bodas de sangre se había comprometido con los empresarios del Teatro Colón, Luis Bravo y Antonio Robertaccio, también periodistas, que durante años mantuvieron la presentación de los espectáculos del Teatro La Comedia, a dar la conferencia «Juego y teoría del duende», y un recital poético”, contó el periodista Horacio Correas en una reconstrucción de aquella visita publicada en 1961 en el diario La Capital. Y agregó: “El tren rápido de las 12.30 de aquel 22 de diciembre de 1933 depositó a los viajeros sobre el andén de la estación que reemplazó su antiguo nombre de Sunchales por el de Rosario Norte”.
En su libro Lorca, un andaluz en Buenos Aires (1999), Pablo Medina dedica un capítulo al paso de Federico por Rosario y reproduce parte de un trabajo publicado por el periodista, escritor e investigador Raúl Gardelli en la revista Vasto Mundo (Nº 15, junio de 1998).
Allí, Gardelli recuperó las palabras de presentación del ilustre visitante que Pablo Suero pronunció antes de la conferencia en el Teatro Colón, la noche del 22 de diciembre de 1933.
Tras la presentación de Suero, Federico pronunció su conferencia, a la que siguió una lectura de poemas del Romancero gitano. “El recién estrenado verano se hacía sentir en la sala –señala Gardelli–. Pese a ello, el disertante se ocupó de uno de sus temas predilectos, «Teoría y juego del duende (El enigma del habla española, había subtitulado)», y habló como si se estuviera viviendo la más agradable de las primaveras”.
En Rosario, Federico se hizo tiempo además para buscar a Máximo Delgado García, quien había sido novio de una de sus primas preferidas, Clotilde García Picossi.
Durante su estadía en la ciudad, en la que Federico se dejó cuidar por su “ángel guardián”, Suero, asistieron a comidas, una de ellas oficial, que le ofrecieron los miembros de la colectividad española en el ya desaparecido restaurante Cifré, sin contar las recepciones y otras invitaciones que llegaban a través del consulado de España. También tocó el piano y cantó en el Club Español. “Ya de madrugada –relata Gardelli– noctívagos en la ciudad nada nocturna, habrá sido para Federico el gozo de andar calles no conocidas. Sentir el soplo en la plaza vecina al puerto, donde quizás se oía el murmullo de algún canto marinero; íntima plaza, propicia como era por las tardes moribundas a la efusión de las parejas y el diálogo amistoso, donde hoy está el Monumento a la Bandera”. Y agrega una anécdota: “Julio Vanzo me lo contó una noche, en un bar con algo de bodegón. García Lorca, que venía del Guadalquivir («Guadalquivir, alta torre /y viento en los naranjales»), su río grande, Guadalquivir es río grande en árabe, y que muy poco estaría enterado de nuestra geografía, miró con asombro el Paraná caudal y exclamó: «¿Tenéis un río?» De inmediato, viendo la verja que impedía a la gente aproximarse a él, preguntó: «¿Por qué lo habéis encerrado?»”.