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Cuando se llevaron a Federico García Lorca

Hace 82 años el poeta, dramaturgo y prosista español se convertía en la víctima más conocida de los franquistas en la Guerra Civil Española, un sangriento conflicto que había detonado un mes antes y se saldó en 1939 con más de 50.000 bajas civiles

“Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos, Desde luego no creo en la frontera política”. Así se definía el poeta, dramaturgo y prosista español Federico García Lorca, uno de los miembros más destacados de la generación del 27, quien en la madrugada del martes 18 al miércoles 19 de agosto de 1936, a los 38 años, se convirtió en la víctima más conocida de la Guerra Civil Española, un conflicto entre republicanos y nacionalistas que había detonado un mes antes y se saldó en 1939 con más de 50.000 bajas civiles.

Al momento de su asesinato, del que se cumplen 82 años, Lorca, uno de los autores más importantes del siglo XX, ya era conocido internacionalmente por obras que combinaban elementos populares, clásicos y realistas con una buena dosis de expresionismo.

Poemas como el Romancero gitano (1928), Poeta en Nueva York (1930) y Poema del cante jondo (1931), y obras de teatro como La zapatera prodigiosa (1930), Bodas de Sangre (1933) y Yerma (1934), junto a su magnetismo personal, le habían granjeado muchos seguidores. Sin embargo no pocos conservadores españoles lo acusaban de decadente, sobre todo después de que se declaró socialista. Y tras el alzamiento contra la República, los fascistas decidieron apresarlo y fusilarlo a sangre fría, “por masón, rojo y maricón”.

Granadino universal

Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros, Granada, el 5 de junio de 1898. Estudió bachillerato y música en su ciudad natal y, entre 1919 y 1928 vivió en la Residencia de Estudiantes de Madrid, un centro importante de intercambios culturales donde se hizo amigo del pintor Salvador Dalí, el cineasta Luis Buñuel y el también poeta Rafael Alberti, entre otros, a quienes cautivó con sus múltiples talentos. Viajó a Nueva York y Cuba en 1929-30. Volvió a España y fue director del teatro universitario La Barraca, conferenciante y compositor de canciones, y tuvo mucho éxito en la Argentina y Uruguay, países a los que viajó en 1933-34.

Luego de escribir su obra de teatro La casa de Bernarda Alba, Lorca había llegado el 16 de julio a Granada, a la residencia familiar de verano para descansar, pocas horas antes del alzamiento del general Francisco Franco al mando del Ejército en Marruecos contra el gobierno republicano, lo que marcó el comienzo de la sangrienta guerra civil española.

Cuando los nacionalistas entraron en la ciudad y arrestaron al alcalde y a otras personalidades para ejecutarlas, Lorca buscó refugio en casa de la familia de un amigo conservador, cuyo hermano entregó al escritor a los falangistas.

Lorca fue fusilado durante la madrugada del martes 18 de agosto al miércoles 19 de agosto de 1936, mientras era llevado por los franquistas caminando por un camino de tierra en la zona granadina que va de Víznar a Alfacar, después de permanecer dos días encarcelado en las dependencias gubernamentales de Granada.

Nuevas investigaciones arrojan un poco de luz sobre las circunstancias en las que se cometió el crimen del poeta y quiénes fueron sus instigadores y ejecutores, aunque 81 años después el asesinato sigue impune en una justicia española todavía refractaria a investigar y castigar los crímenes cometidos por el franquismo.

El poeta y la ciudad del río encerrado

“El duende nos inundó el alma. Allá por octubre de 1933, cuando navegó esta geografía nuestra, buscando, tal vez, las raíces de la hispanidad austral. Nos dejó un jirón de su vida que, por entonces, no se podía pensar en las postrimerías. La bala asesina ya lo andaba buscando, aunque Federico no lo supiera”, escribió Oscar Sbarra Mitre, ex director de la Biblioteca Nacional sobre la primera visita que García Lorca realizó a la Argentina, tres años antes de su trágica muerte, y que incluyó un fugaz paso por Rosario.

Cuando Federico arribó a Rosario a fines de 1933, en una breve visita de dos días, la Chicago argentina era ya, con sus 150.000 habitantes, la segunda ciudad del país.

Federico García Lorca tocó el piano en el Club Español de Rosario.

“Estaba a punto de terminar 1933 cuando llegó a Rosario el poeta Federico García Lorca, acompañado por su émulo y crítico teatral Pablo Suero. El autor de Yerma se había comprometido con los empresarios del Teatro Colón, Luis Bravo y Antonio Robertaccio, también periodistas, que durante años mantuvieron la presentación de los espectáculos del Teatro La Comedia, a dar una conferencia, Juego y teoría del duende, y un recital poético”, contó el periodista Horacio Correas en una reconstrucción de aquella visita publicada en 1961 en el diario La Capital. Y agregó: “El tren rápido de las 12.30 de aquel 22 de diciembre de 1933 depositó a los viajeros sobre el andén de la estación que reemplazó su antiguo nombre de Sunchales por el de Rosario Norte”.

En su edición del sábado 23 de diciembre La Capital anunció: “El ilustre poeta español Lorca a su llegada a Rosario, ayer”. Y completó la información diciendo que “los distinguidos huéspedes fueron recibidos en la estación Rosario Norte por el cónsul de España en esta ciudad, doctor Diéguez Redondo, el presidente del Club Español, señor Víctor Echeverría, otros representantes de entidades españolas y periodistas locales”.

En su libro Lorca, un andaluz en Buenos Aires (1999), el escritor correntino Pablo Medina dedica un capitulo al paso de Federico por Rosario. En el mismo Medina reproduce parte de un trabajo publicado por el periodista, escritor e investigador Raúl Gardelli en la revista Vasto Mundo (Nº 15, junio de 1998).

Allí, Gardelli recuperó las palabras de presentación del ilustre visitante que Pablo Suero pronunció antes de la conferencia en el Teatro Colón, la noche del viernes 22 de diciembre de 1933.

“Esto que yo intento hacer aquí, en breves palabras, no es en modo alguno la presentación de Federico García Lorca, pues si pretendiera hacer esto no faltaría el chusco, fuerte en razones esta vez, que exclamara: «¿Y a usted quién lo presenta?»”, comenzó diciendo Suero, y siguió con el elogio, que le brotaba espontáneamente, ya que era sin dudas un admirador sincero del poeta: “García Lorca no necesita presentaciones. Nuestro pueblo lo conoce tanto como el de su España natal. Rosario ha vibrado con las rudas y hondas cosas de Bodas de Sangre, esta nueva áncora del teatro hispano, también roído por la gracia chocarrera y la deformación profesional, como el nuestro, y a cuyo destartalado barracón ha llevado García Lorca un fuerte y aromado soplo de poesía popular, remozando el sentido trágico del teatro y metiendo en la pulpa tierna de las almas el filo de su emoción”.

Suero se entregó luego al panegírico de la poesía lorquiana y no dudó en llamarlo “el primer poeta de habla castellana de los nuevos tiempos”. “Lo es Federico García Lorca, con su cordialidad tolerante de hombre que está de vuelta y sus ímpetus mozos”, se entusiasmó Suero, para concluir: “Un gran corazón lleno de bondad, de música y de imágenes. Pero también de un gran pensamiento alerta. Vamos Federico, busca tu duende”.

Tras la presentación de Suero, Federico pronunció su conferencia, a la que siguió una lectura de poemas del Romancero gitano. Cuenta Gardelli en su artículo que “alguna entusiasta oyente” le alcanzó el libro “ante su confesión de que no los sabía de memoria”.

“El recién estrenado verano se hacía sentir en la sala –señala Gardelli–. Pese a ello, el disertante se ocupó de uno de sus temas predilectos, Teoría y juego del duende (El enigma del habla española, había subtitulado), y habló como si se estuviera viviendo la más agradable de las primaveras”.

En Rosario, Federico se hizo tiempo además para buscar a Máximo Delgado García, quien había sido novio de una de sus primas preferidas, Clotilde García Picossi.

Durante su estadía en Rosario, en la que Federico se dejó cuidar por su “ángel guardián”, Suero, asistieron a comidas, una de ellas oficial, que le ofrecieron los miembros de la colectividad española en el ya desaparecido restaurante Cifré, sin contar las recepciones y otras invitaciones que llegaban a través del consulado de España. “Ya de madrugada –relata Gardelli– noctívagos en la ciudad nada nocturna, habrá sido para Federico el gozo de andar calles no conocidas. Sentir el soplo en la plaza vecina al puerto, donde quizás se oía el murmullo de algún canto marinero; íntima plaza, propicia como era por las tardes moribundas a la efusión de las parejas y el diálogo amistoso, donde hoy está el Monumento a la Bandera”. Y agrega una anécdota: “Vanzo me lo contó una noche, en un bar con algo de bodegón. García Lorca, que venía del Guadalquivir («Guadalquivir, alta torre/y viento en los naranjales»), su río grande, Guadalquivir es río grande en árabe, y que muy poco estaría enterado de nuestra geografía, miró con asombro el Paraná caudal y exclamó: «¿Tenéis un río?» De inmediato, viendo la verja que impedía a la gente aproximarse a él, preguntó: «¿Por qué lo habéis encerrado?»”.

En tanto, la proximidad de la Nochebuena acortaba la permanencia de los viajeros en Rosario y desde Buenos Aires los empresarios urgían el inmediato retorno. Así, tras un breve descanso en un hotel céntrico, asisten a un almuerzo en el Cifré con los amigos rosarinos. Tras la sobremesa, pasaron a la sala de música del Club Español donde Federico “sentóse al piano y ejecutó un picaresco himno de estudiantes irreverentes sobre Cervantes, cuya letra cantó con su ronca voz campesina”.

Más tarde, llegó la hora de la despedida en las estación Rosario Norte: Pablo y Federico, acompañados por todos los nuevos amigos rosarinos, tomaron el tren de regreso a Capital Federal. “De pie sobre el estribo del vagón que lo devolvía a Buenos Aires, el poeta mostró ampliamente su sonrisa iluminada, esa sonrisa fresca y pura”. La del poeta que la mano asesina arrancó del mundo antes de tiempo, hace 80 años. El mismo poeta que alguna vez confesó: “Escribo para que me quieran”.

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