En los distintos lugares donde el ser humano desarrolla su vida, sea en el hogar, el trabajo, las reuniones de amigos o el aula de clases, es frecuente escuchar a las personas, ante algunas conductas desacertadas, decir: “Yo soy así y nadie me va a cambiar”. Es una forma de “autoconvencimiento” de que no es posible un cambio, una resistencia a la modificación de conductas. Otro ejemplo muy común en la gente ya adulta es: “Si no cambié hasta ahora, si no lo hice cuando era joven, ya no cambio más”. Todas estas aseveraciones son grandes mentiras que en realidad esconden una gran verdad: “Se puede, pero no se quiere”.
Muchos de los males que aquejan al mundo, casi todos los desórdenes sociales tienen como raíz la resistencia a modificar conductas personales improcedentes. No se quiere en primer lugar tomar la responsabilidad del compromiso, con uno mismo, del cambio, tal vez por temor a no poder cumplir. Es más fácil decir “no puedo” que intentarlo.
Toda esta conducta produce en el hombre cierto dolor, porque a veces por orgullo, rencor, venganza o por el sólo hecho de no saber perdonar los errores ajenos, se vive un desasosiego dentro de uno mismo que produce angustia. Esa angustia se trasmite en gritos, en falta de tolerancia, en tratar de buscar cierto sometimiento de alguna persona más débil y, en definitiva, no refleja otra cosa que la falta de paz interior. En consecuencia, es poco probable la paz social. Para decirlo de una manera más concreta: la persona no admite sus propios errores, no está conforme consigo mismo y busca la justificación en el mundo que lo rodea.
Esta falta de análisis diario que lleva al hombre a vivir mal es algo que puede solucionarse sin demasiado esfuerzo. Bastaría con que cada uno realice un simple ejercicio al fin de su día, y se proponga no repetir el error en la próxima jornada. Cada noche habría que tomar un papel y un lápiz y dividir una hoja en tres columnas. En la primera anotar todas las cosas que durante el día se hicieron mal; en la segunda las que se hicieron bien y en la tercera las positivas que se podrían haber hecho pero no se hicieron.
Habría que guardar las hojas con fechas y después de una semana comprobar el resultado. No tienen que ser grandes errores los anotados, el cambio debe empezar por las pequeñas acciones cotidianas. Para dar un ejemplo; errores: una mala contestación inmerecida; ir conduciendo y ofuscarme y gritar a otro conductor; no haber sido capaz de reconocer la tarea del otro, etcétera. Cosas bien hechas: haber desempeñado bien mi trabajo; haber dedicado tiempo a mi hijo; agradecer a las personas que me ayudan cada día, por ejemplo. Cosas que podría haber hecho y que dejé pasar: tomarme un poco de tiempo para hablar con un amigo que está solo, o con mi madre que me necesita; haber sido solidario con alguna persona indigente.
La finalidad es llegar a pensar que si cada día cambio algo malo en mí, voy a llegar a estar conforme conmigo mismo y desde esa perspectiva voy a poder estar conforme con los demás.
Lamentablemente, la falta de voluntad para el examen de las propias conductas, el entregarse sin escrúpulos a las pautas que impone el sistema, no han hecho más que sumergir a la sociedad en una circunstancia que perjudica al conjunto. Demás está decir que los líderes son lo que primero deberían observar sus conductas y procurar modificarlas, pero esto lamentablemente no sucede.
Las consecuencias se advierten cada día.