Por Hernani Natale / Télam
El 5 marzo de 1982 moría a los 33 años víctima de una sobredosis de drogas en Los Ángeles el genial comediante John Belushi, un ícono del humor en la brumosa y decadente Nueva York de los años 70, que con sus físicas y desaforadas performances marcó un particular estilo a la hora de hacer reír.
Figura principal de la era dorada del legendario show televisivo «Saturday Night Live», en donde dio vida a famosos personajes entre los que destacan el Samurai Futaba y Jake Blues, el integrantes del recordado dúo musical The Blues Brothers junto a su amigo Dan Aykroyd; Belushi fue un símbolo de los excesos, tanto en el consumo de comida, drogas y alcohol como a nivel interpretativo.
Sus hilarantes intervenciones se basaban en un humor brutalmente físico y primario que marcó un camino, como reventarse latas de cerveza en la cabeza o llenarse la boca de comida y hablar escupiéndola; pero sin que esto ocultara su talento para las imitaciones o las lúcidas observaciones.
Allí la cultura rock aparecía con fuerza y la mencionada aventura de The Blues Brothers, su parodia a los espásticos movimientos de Joe Cocker o un famoso sketch en donde personificaba a un Beethoven que tras inhalar una línea de cocaína devenía en Ray Charles son algunos de los ejemplos más claros.
Nacido en Chicago -un elemento no menor a la hora del desarrollo musical que pondría en juego en el dúo con Aykroyd-, Belushi se acercó a la actuación en su adolescencia y formó parte de un grupo humorístico que ofrecía sus rutinas en distintos bares.
Así recaló en Nueva York, en donde en 1975 iba a tener su gran oportunidad, al convertirse en uno de los integrantes de la troupe que dio vida a «Saturday Night Live». Aunque la gran estrella parecía ser Chevy Chase, Belushi fue ganando terreno con sus improvisaciones.
En tal sentido, cuando ya estaba afianzado en el programa, los guionistas no escribían sus líneas, más bien optaban por marcarle el rumbo del gag a sabiendas de que su espontaneidad era más efectiva que cualquier texto premeditado.
También por eso sus participaciones en la pantalla grande no permiten apreciar sus dotes de gran comediante del mismo modo en que relucía en sus participaciones televisivas, a excepción de «The Blues Brothers», de John Landis, que llevó al cine la creación surgida en la pantalla chica.
En este punto, podría marcarse un paralelo local con Alberto Olmedo, cuyo histrionismo brillaba cuando improvisaba en su programa «No toca botón» con la venia del director y guionista Hugo Sofovich, pero se lo notaba contenido en cine cuando debía restringirse a un libreto.
En tanto, el recorrido de The Blues Brothers le permitió a Belushi, quien ya de por sí solía frecuentar reductos en donde se cocinaba el punk neoyorquino, conjugar la actuación con su pasión por la música y por el blues en particular. Un camino que de todos modos había empezado a transitar con sus imitaciones a famosos músicos.
Pero el desaforado estilo de humor de Belushi resultó finalmente un símbolo de su estilo de vida, en una dinámica en donde personaje y realidad se confundieron hasta desdibujar los límites.
Tanto en sus actuaciones como en su vida pública, la drogas duras fueron el gran rector de su conducta. El hombre que cuando salía de juerga no conocía límites a la hora de consumir cocaína, heroína y alcohol, también se alimentaba de ese cocktail cuando se prendían las cámaras o se presentaba en un plató de cine.
Abundan historias que van desde el piadoso pedido de su esposa a los «dealers» para que dejaran de venderle drogas a su marido, hasta las que cuentan que su suministro era la manera en que cualquier persona podía entablar una relación con él.
En una de las tantas jornadas de juerga en Los Ángeles, en donde permanecía para darle forma a una carrera cinematográfica tras abandonar la televisión, el actor traspasó todos los límites, al punto que hasta los compañeros que solían secundarlo en estas aventuras, como Robin Williams y Robert de Niro, tomaron distancia espantados por la cantidades industriales de sustancias tóxicas que había a su alrededor.
Una inyección letal que combinaba cocaína y heroína puso fin a la vida del joven humorista cuyo físico ya comenzaba a pasarle factura por los excesos.
Su muerte fue el final de toda una época marcada por un tipo de humor que trató de replicarse en los años siguientes aunque el contexto ya no era el mismo. El empeño de algunos políticos, fundamentalmente del futuro alcalde Rudolf Giuliani, por «limpiar» la ciudad de Nueva York tan bien retratada en «Taxi Driver» dieron su fruto y ya no hubo espacio para el desmadre celebratorio.
Sin embargo, la actual posibilidad de ver por YouTube los viejos capítulos de «Saturday Night Live» permitien tomar contacto con la mejor versión humorística de John Belushi. Y vaya que era gracioso.