El 24 de septiembre pasado Ángela Merkel, de la Unión Cristianodemócrata (CDU) y su aliada bávara, la Unión Socialcristiana (CSU), consiguió su cuarto mandato consecutivo al frente del ejecutivo alemán. La canciller refleja como pocos en la política alemana el refrán popular “Übungmacht den Meister” (“La práctica hace al maestro”). Merkel alcanzará el récord del ex canciller Helmut Kohl, quien estuvo 16 años al frente del país. Esta mujer de 64 años supo enfrentar todo tipo de tormentas políticas y económicas, y pese a críticas internas y externas, salió siempre victoriosa. No por nada, fue nombrada como la mujer más poderosa del mundo por la influyente revista Forbes en ocho ocasiones.
Sin embargo, el triunfo de Merkel oculta diversas problemáticas que se registran no sólo en Alemania, sino también en otros países europeos desde hace algún tiempo.
En primer lugar, los partidos tradicionales perdieron caudal de votos. Con el 33 por ciento de los sufragios, el de este año es el peor resultado de Merkel. En efecto, en 2013, la canciller alemana ganó con un 41,5 por ciento de los votos; en 2009 con un 33,8 por ciento, y cuatro años antes, en 2005, con el 35,2 por ciento.
Por lo tanto, la CDU-CSU perdió más del ocho por ciento desde la última elección, mientras que el Partido Socialdemócrata (SPD), en línea con otras fuerzas socialdemócratas europeas, alcanzó mínimos históricos, al obtener un 20,5 por ciento de los sufragios. La leve mejora del SPD en las elecciones de 2013 –con respecto a las precedentes de 2009– supuso un alivio temporario en una trayectoria descendiente que dura veinte años: desde 1998 el partido perdió nueve millones de votos.
En segundo lugar, Alternativa para Alemania (AlternativefürDeutschland, AfD), un partido creado en 2013 como consecuencia del descontento sobre la gestión de la crisis económica por parte de la Unión Europea, se convertirá en el primer partido de extrema derecha que accede al Parlamento federal desde la Segunda Guerra Mundial. El éxito electoral de este partido se hace eco de un crecimiento de los partidos populistas y xenófobos en diferentes países europeos, en medio de la inquietud sobre las políticas de los partidos tradicionales, especialmente respecto de la economía y la inmigración.
La base del partido AfD proviene principalmente de un entorno conservador y burgués, receptivo a cierta clase de críticas contra la Unión Económica y Monetaria. El núcleo de su programa es el rechazo del euro y los rescates a los países endeudados, y el apoyo al regreso al marco alemán. Además, a partir de septiembre de 2015, gracias a su postura contraria a la llegada masiva de refugiados a Alemania, en el contexto de la crisis migratoria en Europa, el ascenso de la AfD fue vertiginoso.
La AfD experimentó un masivo aumento de su apoyo popular tanto a nivel regional como estatal: mientras que el año de su fundación no logró llegar al cinco por ciento mínimo para entrar en el Parlamento federal, actualmente tiene representación en 13 de los 16 parlamentos regionales. La entrada por primera vez de AfD en el Bundestag afirma su potencial como alternativa a los partidos tradicionalmente hegemónicos en Alemania.
Parte de la explicación del resonante desempeño electoral de AfD en las recientes elecciones, se encuentra en la forma en que votó el electorado en la región oriental de Alemania. En los estados federados del este, si bien no recibió tantos refugiados como en el oeste, predomina un sentimiento antiinmigración y de frustración legada por una unificación que, pese a los avances, mantiene a esta región, en muchos indicadores, como una región postergada.
Pero antes de preocuparse por AfD, Merkel debe primero buscar aliados para formar gobierno. En un intento por desprenderse de la propensión a la pérdida de votos, el SPD decidió renunciar a reeditar la gran coalición de años anteriores con la CDU-CSU, y así pasar a ser líder de la oposición. Por lo tanto, la CDU-CSU de Merkel se ve obligada a negociar la conformación de una coalición con los liberales del Partido Democrático Libre (FDP) y los Verdes, lo que se denomina “coalición Jamaica” por los colores de los tres partidos, negro, amarillo y verde.
El giro a la derecha que supone la salida de los socialdemócratas del gobierno y una eventual alianza con Liberales y Verdes se apreciará en temas como los refugiados o en política económica y medioambiental, pero también en la política alemana hacia la Unión Europea.
En los últimos meses, Merkel mostró cierta apertura a las ideas del presidente francés Emmanuel Macron para fortalecer la zona euro, pero una coalición con los Liberales no facilitará este tipo de planes.
Merkel consiguió su cuarto triunfo pero el impacto de ello para Europa todavía es incierto. Todo parece indicar que el tipo de alianzas que está entretejiendo la canciller para formar gobierno, le harán perder ímpetu y margen de maniobra en sus acciones e iniciativas hacia Europa. Una Europa que necesita hoy más que nunca de liderazgos valientes y decididos a favor de la integración.
(*) Profesora de las Cátedras de Teoría de las RRII y Organismos Internacionales. Coordinadora del Grupo de Estudios sobre la Unión Europea.
Espacio de colaboración entre El Ciudadano y la Escuela de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales para promover la reflexión y opinión de los asuntos globales.