Como las encuestas le pifiaron feo en las primarias, como el voto bajo el poncho sorprendió incluso a los libertarianos en aquella primera elección, como llovió y relampagueó y tronó toda la madrugada y gran parte de la mañana, cuando comenzó a escampar pasado el mediodía y llegaron los primeros datos de boca de urna sólo unos pocos militantes peronistas creían en esos números.
Los datos, los números, ponían a Sergio Tomás Massa al frente, según las proyecciones para todo el país: no sólo forzando de manera milagrosa un balotaje, casi como si haciendo historia contrafáctica Eduardo Angeloz le hubiera ganado a Carlos Menem, sino poniéndose arriba en esa tabla psicológica que mandó al gatito mimoso Javier Milei al segundo puesto y a un tercero, fuera de juego, a la picante Patricia Bullrich, que transpiró la camiseta toda la campaña post Paso pero a quien se le esfumaron los votos de su ex rival Horacio Rodríguez Larreta, e incluso algunos propios.
Dando vuelta la célebre frase de los boqueteros del Robo del Siglo, a las 7 de la tarde las mesas testigo confirmaban los datos provisorios: “Es sólo amores y no plata”. Podría ser una conclusión. Otra, que es más espanto que amores, y tal vez sería más precisa. “Es la economía, estúpido”, repetían incrédulos a esa hora mileistas y macristas, mientras relojeaban el dólar cripto estallado, que al anochecer comenzó a bajar su fiebre tras conocerse el escenario de balotaje, pero con Massa arriba, algo impensado. Para propios y extraños.
A las 9 de la noche no había datos oficiales, pero el optimismo en el búnker porteño del tigrense legisladores y funcionarios trasuntaban mucho más que entusiasmo: Juliana Di Tullio pidió esperar esos primeros números. En el búnker de Bullrich en Parque Norte era todo preocupación y tensión, casi como la cara de conductoras y conductores de La Nación Más, al percatarse de qu-e sus peores temores eran realidad: siamo fuori.
En el búnker porteño de La Libertad Avanza no había euforia, ni entusiasmo. Pedían esperar resultados oficiales mientras denunciaban robo de boletas a granel, lo que según su versión había hecho que los fiscales libertarianos debieran redoblar su labor en cada cuarto oscuro del país. “Nunca pensamos en la primera vuelta”, dijo el vocero mileista Guillermo Francos, pero parecía no creer demasiado en sus palabras.
Cuando dieron los diez de la noche llegó la confirmación oficial, el alivio y a la vez una euforia incontenible para los militantes peronistas, y no tanto, a caballo de la formidable elección de Axel Kicillof en territorio bonaerense: seis puntos de ventaja para Massa contra Milei, y trece con respecto a Bullrich.
Representa una diferencia de 1,4 millón de votos en favor del candidato oficialista, cuando en las Paso el tigrense había quedado dos millones de sufragios por debajo del postulante neoconservador. Ahora, el ministro-candidato sumó a su vez la heroica cifra de 4 millones de votos adicionales a los obtenidos en las primarias, y el interrogante es si buena parte de esos votos que añadió Massa no pudieron provenir de Larreta: Bullrich no pudo sostener los 7 millones de votos que el macrismo en su conjunto consiguió el 13 de agosto.
Otro apunte tiene que ir para la muy buena elección de Juan Schiaretti: el gobernador cordobés obtuvo al menos 800 mil votos más que en las primarias, y logró el 7% (casi el doble que en agosto). Mientras que Myriam Bregman, la postulante del Frente de Izquierda, consiguió 200 mil votos más que en las Paso, casi lo mismo que había obtenido su rival interno Gabriel Solano.
Ahora empieza otra elección, como suelen decir candidatas y candidatos una vez que pasaron una ronda clasificatoria. Cuánto de los votos propios retendrá cada uno de los contendientes, Massa y Milei, se suma al interrogante clásico: adónde irán los sufragios de los tres postulantes que quedaron fuera de la gran final.
¿Podrá Massa arañar votos que fueron en esta instancia a Bullrich, portadora de un discurso rabioso, cada vez más rabioso en su intento por arrebarle sufragios a Milei? ¿Cuánto de ese voto peronista y no tanto que fue a Schiaretti podrá sumar? Y la izquierda, ¿votará en blanco? O bien, ante el espanto, dirá por lo alto o por lo bajo que Milei no debe llegar al sillón de Rivadavia?
El más de un millón de votantes que se sumó entre las Paso y la general, ¿se sostendrá en un balotaje? ¿Puede ser que la gran mayoría de esos sufragios fue a Massa y, al saberse ganadores, esas y esos votantes mantendrán la decisión?
De la euforia a la preocupación, Milei apenas sumó unos poquitos votos en relación con las Paso. Ese estancamiento, probablemente, se revitalizará con voluntades que este domingo jugaron con Bullrich. Pero, ¿le alcanzará en una pelea mano a mano contra el ministro de Economía? Los medios concentrados que apostaron por Bullrich en esta primera vuelta, ¿pondrán toda su artillería en favor de Milei? O sabrán saltar el charco hacia el otro lado, el que denostaron estas últimas semanas, para intentar seguir obteniendo favores del Estado desde el 10 de diciembre?
Apenas algunos interrogantes de cara a unos comicios que en algún modo fueron previsibles, en relación con quienes se perfilaban para protagonizar el balotaje, pero con un escenario radicalmente distinto sobre las condiciones en que cada uno de los contendientes arranca esta nueva carrera. Nada está dicho. Menos en un país como la Argentina. Pero al menos hay algunas certezas sobre las y los votantes, y son un alivio: si bien es verdad que determinados pueblos se suicidan, hay razones para creer que esta vez no será de esa manera.