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Culpa del arquero: que no vea el que no quiere ver

Por: Fidel Maguna

En el fútbol, la culpa de un gol casi siempre recae en el arquero, pero cuando un arquero ataja un penal casi nunca es mérito del arquero, sino que es pura ineficacia del pateador; sin embargo, el arquero sabe que el penal no sólo se ataja con las manos sino también con la mirada, y que la pelota que contuvo, la contuvo porque es el mejor.

Eso, o algo como eso es lo que pensé cuando dejé puesto el canal 19 y mostraban una tras otra las mejores atajadas del milenio. También pensé en el poder que tiene el director de ese programa pudiendo reducir el milenio entero a 500 grandes atajadas. Traté de sortear los obstáculos de ese programa, y en vez de alucinarme por las atajadas pude pensar en el pibe del interior recién graduado de periodista deportivo que, cobrando no tantos pesos y tan sólo por el orgullo de ver su nombre un segundo en la pantalla, tuvo que seleccionar una por una esas 500 grandes atajadas.

“Es que la televisión está podrida, internet nació podrido, y ahora pudren la música y los libros; el mundo poco a poco se está pudriendo, y ya no queda nada”, me dijo un amigo mientras en una pizzería de Pellegrini los de la mesa al lado discutían la salida de Cristian U. de la casa de Gran Hermano. “Siempre hubo un Gran Hermano, siempre hubo un Tinelli, siempre estuvo el escritor que no escribe y el músico que no hace música, eso no va a cambiar el rumbo, por lo menos ahora los vemos”, pensé, pero no lo dije, porque en verdad quería escuchar a los de al lado porque nunca entendí bien por qué Cristian U. había dejado la casa de Gran Hermano.

“Vos, ¿no mirarás esas porquerías?”, me preguntó mi amigo. Verlas las veo, como también veo todos los días la belleza del mundo desvanecerse a mi alrededor, como también veo la pobreza camuflarse de tristeza, como también veo en las vidrieras de las librerías libros que no escribió nadie y que, en verdad, no los leerá nadie; verlos los veo, están ahí todos los días y todo el tiempo, encerrándonos en la pantalla y quitándonos nuestras miradas.

Terminamos la pizza y saludé a la moza que era una amiga de la secundaria: sus cosas andaban bien y estaba por terminar Psicología le conté que yo todavía no había empezado ni terminado nada. Sonrió inclinando la boca para la izquierda, tratando de comprender el chiste que no hice, y si tenía o no que reírse.

Afuera la Pellegrini estaba hermosa. Los hilos de luz la recorrían en todo su trayecto y se perdían en el parque. Las mesas de los bares como un gran tablero de ajedrez donde comían las familias que pueden un domingo comer afuera cubrían sus veredas. Mi amigo sonrió y también vio el esplendor de la Pellegrini.

Quizás ante mi silencio comprenda la razón. Profundizando, en cada mesa hay un escritor que lo único que quiere con sus libros es hacer reír a viejas burguesas, o un músico que quiere hacer cancioncitas para pendejas, una nenita que discute con su hermano qué vedette tiene el mejor culo del verano; en cada mesa hay un tirano o un esclavo, en cada mesa y en cada auto y en cada casa hay gente que hace o compra el mundo malo, pero amigo, no te quiero sacar la sonrisa ni la ilusión, la crudeza del mundo sólo se ve así, profundizando y agudizando la mirada.

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