Por Paulo Menotti
«Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Evita (…) Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado en un largo camino de miseria (…) Los trajo tu tremendo desprecio por la clases pobres a las que masacraste (…) ¡A mí ya no me la podés contar, Mordisquito! Hasta otra vez, sí. Hasta otra vez.», le decía Enrique Santos Discépolo a un rico, un oligarca, exponiéndole por qué los trabajadores se identificaron con el peronismo.
En los últimos tiempos, desde el campo de la historia se buscaron nuevas formas de explicar el pasado humano. Una nueva corriente denominada cultural argumentó que muchos fenómenos sociales no podían explicarse a partir de datos económicos. Muchas revueltas sociales se dieron cuando los obreros tenían buenos salarios, por ejemplo. Muchos sociólogos intentan comprender por qué algunos sectores sociales fueron tan antiperonistas si durante esos gobiernos también ellos habían mejorado su estándar de vida. Entre los nuevos elementos que estos historiadores encontraron para dar cuenta de lo que había pasado estaban las manifestaciones culturales, esto es letras de poemas o canciones, obras teatrales, películas que reflejaban el sentir popular del momento analizado. Siguiendo esa línea de trabajo, el norteamericano Matthew Karush abordó la programación radial y el cine nacional de los años 20 y 30 para analizar a la clase obrera de esa época. En su libro Cultura de clase. Radio y cine en la creación de una Argentina dividida (1920 – 1946), Karush advierte que los medios masivos cultivaron una cultura de la clase trabajadora que, basada en el melodrama y aunque ambigua, se distinguió de la burguesa que no hizo más que evidenciarse clarificando su perfil con el advenimiento del peronismo. En una entrevista con El Ciudadano, el autor reflexiona acerca de la cultura popular y clasista de la Argentina.
—¿A qué se refiere con el concepto “cultura de clase”?
—El título del libro es un intento de resumir mi interpretación de la cultura de masas en la Argentina de los años 1920 y 1930. La idea es que gracias al legado del melodrama popular y bajo la presión de la competencia norteamericana, los productores de esa cultura diseminaron representaciones en que la sociedad estuvo dividida entre una élite egoísta y anti-nacional y las masas humildes, buenas, solidarias, y auténticas. Estos productos culturales, tanto canciones de tango como películas y obras de radioteatro, eran ambiguos en el sentido de que podían transmitir varios mensajes, pero uno de esos mensajes fue una crítica social bastante clasista. Para citar un ejemplo bien conocido, las letras de centenares de tangos cuentan la historia de la pobre milonguita (mujer) explotada por un niño bien. Puede ser una historia conformista e incluso conservadora, pero su maniqueísmo refuerza una visión clasista de la sociedad. En el libro, trato de explicar por qué la cultura de masas tuvo estas características, señalando la influencia de Hollywood y del jazz. Para competir con estas importaciones modernas y prestigiosas, los productores argentinos enfatizaron la autenticidad nacional de sus productos. Esa estrategia los llevó a reproducir discursos populistas y hasta clasistas.
—¿Cómo es posible que el tango, el cine y la radio hayan influido en la identidad clasista de los obreros argentinos?
—Cuando escribía mi primer libro sobre los trabajadores rosarinos, me di cuenta de que su identidad se formó no solamente dentro de las luchas sindicales y los procesos políticos. Durante las décadas de 1920 y 1930, los obreros formaron gran parte de la audiencia para las películas nacionales y de la radio. Para mí, es lógico pensar que esa cultura tuvo un impacto sobre su identidad y la conciencia de clase, más aún si se toma en cuenta el contenido clasista de lo que vieron en el cine y escucharon por la radio. Un ejemplo interesante es el personaje cómico de Catita, creado por Niní Marshall. Creo que Marshall inventó a Catita para burlarse de las muchachas guarangas, que vivían en los barrios porteños. Esas muchachas humildes, muchas de origen italiano, tenían mal gusto y no sabían cómo expresarse correctamente. Pero, encontré cartas escritas a la revista Sintonía, en las cuales se nota una tendencia de identificarse con Catita. Se identificaron con sus deseos como consumidoras, pero también con su orgullo de clase. Creo que para muchos obreros y obreras, la cultura de masas contenía mensajes que puede haber reforzado una identidad de clase.
—¿Por qué no se formó una identidad nacional?
—No es que no se formó una identidad nacional, sino que las versiones de la identidad nacional que aparecían en la cultura de masas se basaban en esa visión clasista de que hablaba más arriba. Hubo varios intentos de crear dentro de esa cultura versiones más inclusivas, pero fueron contradictorias. Por ejemplo, algunos directores de cine trataron de copiar modelos norteamericanos que ofrecían la formación de una pareja interclasista como metáfora de la unión nacional. Pero en las versiones argentinas, esos argumentos se desarrollan dentro del mundo melodramático de pobres buenos y ricos malos. Por eso, la unión nacional resulta poco convincente. Por lo general, la cultura de masas diseminó imágenes de una nación dividida.
—¿Qué elementos del discurso de Perón y Eva Perón existían en el país desde muchos años antes?
—Al final del libro, trato de mostrar que varios elementos del discurso peronista ya existían en la cultura de masas de los años 30: la crítica a los ricos egoístas, la idea de la dignidad y solidaridad de los pobres, en general, la visión esencialmente moral de la división de clases. No soy el primer historiador que muestra el tono melodramático del discurso peronista, pero trato de localizar los orígenes de esas ideas dentro de la cultura de masas. Por otra parte, Perón no aceptó el discurso melodramático tal como lo encontró. Por ejemplo, sus ideas sobre la industrialización y el rol del estado fueron elementos ajenos a la visión de la cultura de masas. Sin embargo, creo que varias contradicciones que aparecen en el cine y la radio de los años treinta se encuentran también dentro del peronismo. Por eso, espero que una historia de esa cultura puede iluminar la historia política de las décadas de 1940 y 1950.
Identidad intacta de los trabajadores rosarinos
Matthew Karush es profesor de historia en la George Mason University, además de ser autor de Workers or Citizens: Democracy and Identity in Rosario, Argentina (1912 – 1930) y coeditor de The New Cultural History of Peronism: Power and Identity in Mid-Twentieth-Century Argentina. Particularmente, el primero de esos trabajos fue el fruto de la tesis doctoral del historiador que realizó hace algo más de una década en Rosario. Para ello, Karush indagó en los trabajadores rosarinos y en los discursos políticos que se escucharon entre 1912 y 1930, además de expresiones culturales como las letras de tango, la asistencia a cinematógrafos, etc. La hipótesis central de ese trabajo apunta a que la elite política rosarina intentó transformar a los trabajadores en ciudadanos, en sujetos desclasados y partícipes de la vida política. Sin embargo, Karush encontró que los esfuerzos de radicales y demócratas progresistas fueron en vano porque, hacia 1930, los trabajadores rosarinos mantuvieron intacta su identidad de clase. En ese sentido, el norteamericano polemiza con los historiadores Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero quienes afirman que en los años 20, gracias a un cierto bienestar económico y la profusión de elementos culturales como radio y revistas, los trabajadores dejaron su radicalidad, se olvidaron de ideas anarquistas y se mezclaron con sectores pequeños burgueses. A contrapelo de esa afirmación, Karush ve que en Rosario existieron barrios con identidad netamente obrera, como Refinería o La Tablada. Además, el historiador sostiene que las letras de tango o los cinematógrafos reafirmaron esa conciencia proletaria.