Paula Demarchi (*) y Natalia Ceppi (**)
Cumbre de las Américas, celebrada en 1994 en Miami, el hemisferio ha sido testigo de diversos encuentros que han mantenido los líderes de la región con un doble propósito: debatir sobre aquellas problemáticas que son parte de la agenda política y establecer mecanismos de acción para enfrentar de manera conjunta los desafíos actuales y futuros.
Sin lugar a duda, como sostiene el reconocido internacionalista, Francisco Rojas Aravena, estos eventos son una photo opportunity (acción de relaciones públicas) ya que inmortalizan en el imaginario colectivo la reunión de altos decisores que, más allá de sus pertenencias político-ideológicas, tienen la responsabilidad de conducir el destino de sus países.
En la era de la digitalización y del uso cada vez más extendido de las redes sociales, dichos encuentros, entendidos como Diplomacia de Cumbres, no pasan desapercibidos.
Medios periodísticos de todo el mundo cubren a través de sus portales el minuto a minuto y los propios Ministerios de Relaciones Exteriores (incluso los mismos funcionarios) se encargan de difundir las cuestiones que, a su modo de ver, se presentan como las más relevantes.
En un contexto internacional marcado por los conflictos y las tensiones, la Diplomacia de Cumbres puede ser revalorizada en tanto espacios de contacto entre jefes de estado y de gobierno que acuden para acordar medidas de acción sobre temas que son parte de la realidad de sus sociedades.
Asimismo, estos espacios arrojan claridad sobre las posturas de los distintos mandatarios; aspecto que si bien, parecería una obviedad, no siempre se encuentra presente en la transmisión que realizan los integrantes de la “cocina” de la política exterior.
Sin embargo, como afirma el dicho popular “el movimiento se demuestra andando”.
La Diplomacia de Cumbres también presenta sus zonas grises y este punto no es menor, considerando los resultados de la VIII Cumbre de las Américas, realizada recientemente en Perú.
Si bien este evento culminó exitosamente con el Compromiso de Lima centrado en la lucha contra la corrupción en el continente, paradójicamente en esta oportunidad bajo el lema “la gobernabilidad democrática frente a la corrupción”, participaron los presidentes de varios gobiernos americanos envueltos en escándalos de corrupción y soborno, incluido el propio anfitrión el señor Martín Vizcarra.
Al mismo tiempo, a pesar de que una de las particularidades de esta herramienta es la presencia de Estados Unidos, Donald Trump no asistió, convirtiéndose en el primer mandatario de su país que falta a esta cita hemisférica.
Por otro lado, la situación actual de Venezuela fue una de las protagonistas de la cumbre, aunque no estaba contemplado como tema oficial.
No obstante, un abordaje serio de la misma hubiese requerido de la presencia de Nicolás Maduro para interpelarlo y discutir sobre la legitimidad de su gobierno.
En verdad, como sostiene Rojas Aravena, la creación de agendas ad hoc tiende a hacer perder relevancia a este instrumento en su conjunto y devalúa la capacidad política general.
Las cumbres poseen un bajo grado de coordinación entre ellas, observado en la falta de continuidad en las deliberaciones de los primeros mandatarios y enfatizan en cuestiones espasmódicas debido a su vínculo con la política doméstica.
Las relaciones personales también juegan un papel importante; la definición de posturas nacionales se suele reducir al intercambio del presidente con sus colegas, fomentando una diplomacia personal e improvisada.
Aunque se busque resolver un tema coyuntural, deben definirse lineamientos a largo plazo en el marco de una perspectiva de interrelación interestatal que promueva efectivamente la cooperación.
En efecto, se torna imperativo superar el ámbito declarativo para pasar al de la acción.
La participación de jefes de estado y de gobierno debería suponer un compromiso más profundo para concertar intereses que confluyan en la definición de un proyecto político estratégico regional orientado al bienestar de sus ciudadanos.
En este sentido, la apertura hacia la intervención de diferentes actores de la sociedad civil dotaría a esta herramienta de mayor legitimidad.
Asimismo, ante un año cargado de cumbres (G7, Mercosur, Alianza del Pacífico, Brics y G20) se espera más coordinación entre las agendas; que no se repitan ideas y recomendaciones que además de duplicar esfuerzos, dificulta su seguimiento y puesta en práctica.
En el mundo de hoy, la Diplomacia de Cumbres se ha convertido en un elemento imprescindible; es por ello que resulta necesario y urgente no sólo mejorar esta práctica sino también consolidarla como una dinámica a favor de la cooperación e integración internacional.
(*) Magíster en Integración y Cooperación Internacional (Cerir) – Docente de la materia Derecho Consular y Diplomático de la Facultad de Ciencia Política y RR.II (UNR).
(**) Doctora en Relaciones Internacionales (UNR) – Docente titular de la materia Derecho Consular y Diplomático de la Facultad de Ciencia Política y RR.II (UNR).